viernes, 27 de septiembre de 2013

Fanny Game. (Crítica de cine)




Me intriga pensar que hubiera sido de Haneke si no le hubiera dado por hacer cine; porque esta película da la sensación de estar hecha con vísceras humanas. Llena de planos insufriblemente largos, planos arrojados a la cara del espectador con furia, con la intención de hacer daño, no deja un momento de paz. Estamos ante un Haneke técnicamente perfecto y con evidente tendencia al sadismo.
Si alguien sabe como anular la sensación que provoca la película sin olvidarla, que me lo diga.


                                   Luis F. de Castro.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Comentarios sobre feminismo.

Estimados, queridos y nunca suficientemente valorados súbditos: Os expongo aquí una batería de comentarios sobre feminismo -en especial sobre el vocablo- que se cruzaron en un blog del que soy seguidor. Me parece interesante y aleccionador. Al que le parezca pesado o pedante, sólo tiene que obviarlo. He dicho.

domingo, 22 de septiembre de 2013

La cinta blanca... o la tristeza que salió del frío.




    La cinta blanca es una de esas escasísimas películas que te acongoja hasta las calandracas. Poco a poco, minuto a minuto socava tu mucha o poca serenidad dejándote un poso de desasosiego que dura más de lo que debiera.
    Haneke ha hilvanado una historia terrible; donde muchas soledades se aúnan para formar una enorme y oscura caverna de ladrones y alimañas; donde, salvo algún pequeño retazo, todos son sinsabores y desdichas. No sé si le salió por casualidad: no conozco el resto de su filmografía, pero prometo firmemente intentar desenmascarar a este prestidigitador si con mi nimio conocimiento, llego a suponer que fue así.
    La película te sumerge en los más oscuros y desgarradores efectos secundarios de una civilización a medio hacer, y lo hace con lentitud y seguridad; afianzando los cimientos para que no queden dudas de que el grupo humano que retrata es ese al que nadie quisiera pertenecer.
    Una discreta e íntima obra maestra que, por designios de la industria, quedará fuera del alcance de populacho.
                                                             Luis F. de Castro.

martes, 17 de septiembre de 2013

La gran familia española, o rusa, o birmana.



Así veo a Daniel Sánchez Arévalo: ligero de equipaje. La película parece estar hecha sin temor al fracaso, casi temerariamente. Una asincronía casi insultante acompaña una trama que -en un principio- cuesta seguir. Escenas atrayentes se solapan con otras que provocan sentimientos parecidos a la vergüenza ajena; de las que tienes que apartar la mirada casi por obligación, pero hete aquí que -a la postre- algo desconocido las amalgama dando al conjunto un brillo original.
Los actores parecen haberse contagiado del sistema narrativo: sincopados, inconstantes, descontrolados y arrastran con ellos a un espectador que no sabe a qué atenerse hasta pasada media película.
Digna de ser vista.

                                                           Luis F. de Castro

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Crónicas ganimedianas -016- Yo solo sé que no sé nada.



Ganímedes, 10 de junio de 2.808

    No le queda otra a nuestro hombre que cazar al vuelo la pierna díscola que golpea el dichoso sensor. Cuando por fin lo consigue, la descuajada figura de Goda se detiene en extraña postura y anómala quietud; a Agfo este silencio se le antoja como el que precede al desastre y con expresión anhelante, busca desesperado cualquier indicio que le anuncie un esperanzador ataque cardíaco o un colapso de los de imposible recuperación... pero no. Goda abre los ojillos y apartando como puede el descolocado pelucón que casi le cubre la cara por completo, se le ocurre preguntar: -¿Ha pasado algo? -Será estúpida, piensa Agfo-, pues claro que ha pasado, que casi nos atomizas contra un anillo. Tan desenfrenada ha sido la actividad que la porción de patatas que les regalaron con el pase aparece estratégicamente repartido por todos y cada uno de los asépticos rincones de la espaciera.

martes, 10 de septiembre de 2013

EPIC. Preciosa castaña. 2013 (Crítica de cine)




      Me viene a la cabeza el tópico de la rubia tonta: por fuera, todo espectáculo y preciosismo y por dentro, nada. Tan sorprendentes imágenes vacías de contenido te deja sin palabras. Es como meter un rollo de papel higiénico en un cofrecito de oro y pedrería. Un guión, mediocre...¡que digo mediocre!, malo como pocos, unos personajes mal definidos: sin chispa ni enjundia y una sucesión de gags terriblemente anodinos; en conclusión: decepcionante.
     Donde quedaron los personajes de Ice Age, donde. Ese gracejo, esa cosilla que tiraba de las comisuras de los labios para hacerte sonreír. Como habrá conseguido Chris Wedge que tras diez minutos de película, odies a todos los personajes de la historia -especialmente a los “buenos”-, que desees profundamente que los bosques se pudran de una vez por todas y que el bodrio acabe cuanto antes.
     Solo me queda agradecer a los hados que, al menos, en la sala solo había un niño al que desconsolar.


                                                                                                   Luis F. de Castro  

lunes, 9 de septiembre de 2013

Solos



Como todos los días, Nacho es el primero en llegar. Pide la primera de las tres cervezas con limón que caerán esta tarde y –al igual que siempre- sienta su corpachón a la vera de la mesa desde donde mejor se ve la tele. Sus cincuenta años y la invalidez permanente por esquizofrenia dejan mucho tiempo y gran parte de él, lo derrocha esperando. Es un tipo poco hablador; prefiere observar y sonreír mientras escucha las diatribas que se cruzan entre José y Daniel. Sus dos amigos no le requieren al diálogo: le conocen bien y a lo sumo, le preguntarán algo que con un monosílabo como respuesta, va que se las pela. Ellos saben que es difícil rebuscar en sus pensamientos; los tiene bien escondidos en el último estofado de lentejas que hizo su mujer antes de abandonarle. Tal vez un mínimo gesto, un ademán, una pasajera mueca podría indicarnos el camino hacia su interior… pero no: dos escuetas palabras sirven para informarte que has errado, que su mente va por derroteros esquivos dejándote la impronta de que algo sabe -y lo calla-.
José y Daniel entran juntos en el bar. Ya traen el debate en bandolera y, con ellos, el mortecino establecimiento que dormitaba al soniquete del telediario, recobra algo de la vida que alguna vez tubo. Saludan a Nacho dándole la mano; primero uno y después el otro y cada uno le dedica una tonta frasecilla de las de rigor. Ellos no piden de beber; no hace falta: sus gustos son de las pocas cosas que el viejo barman recuerda por encima de sus muchos años y a pesar de ello, tardan buen rato en ver como dos carajillos y unas pocas aceitunas se arrastran renqueantes hasta la mesa. Poco después, las mismas fichas de dominó de toda la vida, vienen a animar momentáneamente el tedio
Ambos se conocen tanto como conocen a Nacho y en sus tertulias de partida flota un ambiente de complicidad, de íntimo y mutuo perdón. José es impulsivo, inteligente y algo mentiroso y Daniel diabético, crítico y calculador, pero entre todos, se soportan. El conglomerado es perfecto para pasar una tarde caliente y segura haciendo sonar las fichas sobre la mesa. Una mesa donde el regusto de sosiego no se pierde ni cuando José suelta alguna de sus baladronadas que, a ciencia cierta, no habrá por donde coger. Nada importa: hablarán de ella igual, porque Daniel tiene respuestas para todo y Nacho, con sus silenciosas sonrisas, también.
Mucho le pasan por alto a un José que si no fuera por estas horas de la tarde, no tendría ante quien presumir de salud. Hace tiempo que no trabaja porque –según dice- nadie quiere su edad ¿Quién habría de quererla teniendo a su disposición jóvenes moldeables y duraderos?... y los otros asienten, aunque piensan que otras cosas tiene peor que la añada.
Daniel, el pobre, bastante tiene consigo mismo, sus achaques y el más asqueroso de los caracteres. Qué seria de él sin alguien no se lo reprochara a menudo. Lo que no saben sus compañeros es que les deja ganar; no vaya a ser que le dejen por aburrimiento.
Entre sorbos y sentencias, dimes y diretes y arres y sos, pasa la tarde y cuando Nacho levanta el brazo para saber que se debe, faltan exactamente cinco minutos para que los tres vuelvan a encontrarse con la nocturna soledad.
                                                                        
                                                                            Luis F. de Castro

viernes, 6 de septiembre de 2013

La política, esa degenerada

     Según algunos, la política es una rama de la moral destinada a gestionar la convivencia, pero el valor de esa definición fluctúa con los mercados. Hoy por hoy es tal el exceso de oferta que con un minuto de visibilidad compras la mitad de cualquier Parlamento. La política ha llenado cada uno de los intersticios de la sociedad y con el paso del tiempo, ha complicado tanto la vida del ciudadano que consiguió dar el salto cualitativo final: se ha convertido en libro de ruta de la evolución humana.  En cierta forma, es lógico. La racionalidad que nos caracteriza en el mundo animal, se alimenta de poder y es este el que condiciona los avances del conocimiento: Poder sobre las bestias, sobre la naturaleza, sobre nuestros semejantes, poder al fin.

     Lo que mantiene unida a la sociedad contemporánea no es otra cosa que eso: poder. 

     La importancia del hecho de que cada político vele por los intereses de su ideología -que no de sus  conciudadanos- se ha visto superada por la necesidad de dejarse ver por ellos como lideres laboriosos y capaces. A mi modo de ver, la  presentación de su cometido como si fueran ímprobas empresas, no es más que una función teatral encaminada a que cualquier resultado -por desastroso que sea- pueda mostrarse como un triunfo clamoroso.

                                                                                     Luis F. de Castro

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Versos 008

Permitidme, ciudadanos. Otra vez me he puesto ñoño... y es que vuestro Rey no tiene remedio.


Sentir el tiempo.
Gozar deprisa.
Viviendo.
Rozar el borde.
Burlar al mundo.
Muriendo.
Beber tu sangre.
Mirar al cielo.
Rezando.
Caer del guindo.
Llorar sentado
Penando.
Por ser poco.
Por ser nada
Gritando.
Y ser el eco la única respuesta.
Y sentir como única caricia

la del viento.

                                                    Luis F. de Castro.

Sobre la corrupción.

Queridos conciudadanos del reino de Colocotroco: Como vuestro Rey que soy, me propongo daros a conocer el mundo que nos rodea y aunque, en nuestro paradisíaco territorio, la mayor parte de estos problemas están erradicados de antiguo, no está de más ponerlos a vuestra consideración como recordatorio de lo que sufren otros por su mala cabeza.



    Es la nuestra una sociedad joven, una sociedad que se encuentra en los primeros estadios de su formación. En los tres o cuatro milenios que lleva siendo tal, se han ido esparciendo por su historia los detritos de un metabolismo basado en la prueba y el error: sistemas de gobierno, de organización, de convivencia al fin, que por su escasa eficacia o sus incoherencia con la idiosincrasia humana han sido desechados o, incluso, métodos y formas que, aun siendo válidos en su momento, dejaron de serlo por su propia evolución o la del grupo al que servía. Con el tiempo, los problemas más importantes e inherentes a esta necesidad de convivencia racional se han ido tamizando y a resultas de la operación, aparecen sobre la batea algunos que, por su persistencia a través del tiempo, han obligado a la humanidad al empleo de ingentes cantidades de recursos: Uno de ellos es la corrupción.
    Básicamente, se puede considerar la corrupción como un sumidero de recursos que condena a la pobreza al grupo social que la padece y por ende -al intentar reconvertir esas situaciones-, a sufrir crisis más o menos traumáticas y de inciertos resultados. Está presente desde que el hombre tuvo la necesidad de formar grupos cooperativos y, por lo tanto, la de elegir individuos con responsabilidades organizativas que con frecuencia, intentaban transformar dichas obligaciones en derechos de beneficio personal.
  Tiene, además, hundidas sus raíces en lo más profundo del comportamiento humano, siendo su implantación en cada individuo una sencilla cuestión de cantidad y oferta de oportunidades, por lo que, con el tiempo, su aparición en una dinámica social concreta, se ha demostrado como de altísima probabilidad. La pretensión de controlarla a base de leyes y normas punitivas se ha demostrado ineficiente a la vista de que son aquellas sociedades con mayor profusión de las mismas, las que tienen esta lacra más extendida y resistente a la erradicación.
    En mi opinión, a corto plazo, poco podemos hacer para expulsarla de nuestro alrededor; sería más fácil extirpar el bazo a todos los individuos que son en el mundo; quizás una educación más centrada en valores éticos, quizás sobrepasar la democracia y profundizar en otros sistemas de gobierno o... no sé. Puede que la corrupción sea como el acné juvenil de una sociedad a la que le queda mucho camino por recorrer y que, esperemos, desaparezca con la edad; siempre que otras afecciones juveniles no la hagan desaparecer antes -a la sociedad, digo-




Luis F. de Castro.

martes, 3 de septiembre de 2013

Dolor y dinero... ¡vamos, de locos! (Crítica de cine)

 


    Una grata sorpresa. Sin duda, la mejor de Bay y también la más difícil. Apoyado en una historia real -eso dicen- los guionistas se han lucido y el director, otro tanto. A pesar de ello si vais dos a verla, seguro que hay discrepancias radicales, de hecho, oí algún comentario sobre su metraje excesivo: no me imagino contar todo eso en menos tiempo. Lo cierto es que me ha parecido una historia alucinante y no creo que haya muchas formas mejores de contarla. Salvo Ed Harris, que, en España,  debe su calidad como actor a un enorme doblador y no  a su expresividad, los demás están muy en su sitio ¡vamos! de vicio; en especial un Tony Shalhoub (Monk) impresionante.

                                                                                           Luis F. de Castro