miércoles, 23 de octubre de 2013

Una cuestión de tiempo... ¡Jó, qué bonito!



    Imagínate que abres el diario de un tipo mediocre, con una vida mediocre y una familia mediocre; le  borras todo lo que pudiera ser malo o desagradable y le añades un puntazo tontorrón. Lo que queda lo salpicas con colonia barata,  lo rellenas de emoticonos sonrientes y corazoncitos, después mandas al perro que te traiga las zapatillas; sí, las de felpa, las calentitas y se eche a tu lado para que te lama los tobillos. Una vez así, lees apoltronado en el sillón de orejas, mientras tu madre pica cebolla a tu lado y escucha el consultorio de Elena Francis... y tu novia, de cuerpo liviano y acaramelada expresión, se acurruca bajo tu axila... ¡Pues eso!
     Y encima se tiran toda la película diciéndote como se hace para ser feliz.
     No penséis mal, pillines; que está muy bien. Este señor Curtis hace películas de libro; de esas en las que encontrar un fallo es difícil, y esta es de esas. Agradable, ligera y, aunque no lo parezca  por lo que acabo de escribir, poco pastelera. Además, te ríes, que según están los tiempos, no está de más.
     Si podéis, verla.

                                            Luis F. de Castro

jueves, 17 de octubre de 2013

La silla vacía

   
     Queridos súbditos: Hete aquí que una de mis "lideresas" -¡menudo palabro!-, requiriome para la redacción a vuelapluma de un sentimiento. El susodicho sentimiento versa sobre la inspiración provocada por una imagen fotográfica que ella proporcionó y que incluyo a continuación de este párrafo. Tamaña empresa convenciome y como uno es de naturaleza servicial y hacendosa, púsose manos a la obra. El resultado del desmán no es otro que el que os ofrezco. Espero que no os deprima en exceso.
     ¡Ah! la antescitada lideresa atiende a sus admiradores por el apelativo de 12:45 pm. Original: ¡a que sí!




                           La silla vacía.

    De fastos y boato, de derroche y desperdicio, de estafa y usura, de cretina necedad la atmósfera me rodea.
    Sumida en guerras donde siempre gana mi lobo estepario, no encuentro la superficie en este mar de fango; la línea a partir de la cual regalarme una bocanada de aire respirable.
    Las sienes me atormentan palpitando al son de la catástrofe; millones de puños oprimen un cerebro desquiciado siempre a punto de resquebrajarse en su infinita fragilidad. Es la ciega necesidad de terminar, dar fin una vez se acabó el plazo. No caben prórrogas, y sin embargo... poner fecha a la propia muerte despierta las ganas de vivir. Algún yo interno intenta alargar la medida del tiempo, hacer que el reloj se ralentice hasta detenerse, porque, sin querer, acabas de crear una meta de transgresión.
     Quieres, necesitas desobedecerte.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Gravity, un relajado y bello agobio.




Es Gravity una de esas películas que te obligan a desear descuartizar al memo de las palomitas o al pánfilo de la bolsa de cheetos. Tiene un “nosequé”, un “quéseyo” que llama a arrebato y que pasa por encima de su sencillo argumento como sin tocarlo.
Bellísimas imágenes -hipnótica alguna de ellas-, pasan una tras otra haciéndote recordar que aquellas cosas buenas que nos dejaron Kubrick, Scott y Oshima, entre otros, no son ni serán las últimas en proyectarse en las solitarias salas de cine. Alfonso Cuarón se lo tenía muy callado; quien iba a suponer que trabajos tan supeditados a un marketing salvaje como los anteriores desembocarían en una producción tan bella en lo estético y tan afinada en lo técnico.
Por otro lado, me gusta la interpretación de Sandra Bullock. Son escasas las veces que esta buena actriz destapa el tarro; quizás sea por no estar bien dirigida, un encasillamiento premeditado o debido a una mala selección de trabajos, pero cada vez que sale en pantalla, esperas el chiste fácil o el chascarrillo de turno, pero en esta... “va dado el que eso espere”.
Ciertamente el doblaje engaña y tiende a “ensuciar” el trabajo de los actores; pero en Gravity este extremo se agudiza en razón a que además del aporte gestual y la dicción, intervienen otros recursos adicionales: se interpreta con el sonido de la respiración, gritos y susurros, por lo que existe la posibilidad de que parte del mérito no le corresponda a ella, sino a su dobladora, y si es así: ¡hurra por ella!
No sé si esta película será de esas, pero me da el “tufillo” que pertenece al poco nutrido grupo de las que aguantan bien el paso del tiempo.
En conclusión: de cine.


Luis F. de Castro.

jueves, 10 de octubre de 2013

El deseo

    

     La noche rebosa de agobiante calor.
     Tras un ondeante velo de pereza, aparece mi ángel moreno; mi ángel de voluptuoso perfil, silencioso posar y desquiciante aroma. Su medida quietud incita la impaciencia del necesitado mientras esa salvaje melena me sopla al oído promesas de una pasión descontrolada.
     Tendido sobre las sábanas, desnudo, la veo aparecer iluminada por la pálida e indiscreta luz de la luna. Con inquietos ojos, observo como una gota de sudor emboca el vertiginoso camino entre sus pechos para desaparecer tras la cinturilla del slip. Va camino de recónditos paraísos que ahora se me antojan cercanos, calientes, húmedos. La brisa eriza su piel y bajo la tenue y diáfana fibra del sujetador dos insolentes vigías se ponen firmes de inmediato y algo entre mis piernas proclama su independencia enarbolándose como con prisa.

martes, 8 de octubre de 2013

Las brujas de Zugarramurdi -De locos y brujas va la cosa-




Pocos directores españoles tienen un sello distintivo más acentuado que Alex de la Iglesia y nunca, aún queriéndolo, podría ocultar que estas brujas son suyas; esas situaciones, esos disfraces, esos diálogos no pueden venir de otra cabeza que de la suya.
 La cuestión es que uno se lo pasa de cine viendo las aventuras y desventuras de esos dos tontos muy tontos que son Hugo Silva y Mario Casas. “Tontá tras tontá” los minutos van pasando y el espectador –yo- va pasando de un estado “quasi-incrédulo” a otro de “cuéntame lo que quieras que soy todo tuyo” sin darme demasiada cuenta. Las primeras sonrisas se trasforman en sonoras carcajadas que van salpicando la platea con moderada abundancia y no es que la película no se merezca más de ellas, sino que da la sensación que reírse sonoramente en el cine, ya no se lleva y la gente se corta.  
A la cinta le sobran cinco minutos de aquelarre y tres de persecuciones; por lo demás: muy bien. Es un exceso al más puro estilo de su director, pero... con tiento. Los diálogos son chisposos y divertidos de surrealistas y la entrega de sus intérpretes encomiable. Mario Casas: genial. Es difícil hacer el tonto tan bien sin serlo y Hugo Silva en su línea.

Espero la siguiente con la seguridad de que la obra maestra de Alex está al llegar.

                                                              Luis F. de Castro.