viernes, 15 de noviembre de 2013

Notas sobre un futuro perdido

Estimados colocotrocos: Como si de un goteo impenitente se tratara, me llegan sin pedirlas, notas, escritos y misivas que no hacen más que inquietar mi tranquilo deambular por este mundo. Muchas de ellas vienen de nuestro vecino y malhadado país. Como quiera que no tengo mano para solucionar nada de lo que implícitamente se me pide, limítome a haceros participes de ello. 



Tengo entendido que gran parte de lo que somos se forja a muy tempranas edades y que las puntillas del sayón, los detalles, aquellas pequeñas cosas que afinan nuestra personalidad se van adquiriendo poco a poco; como a ratos muertos, casi sin quererlo. Pues bien: estoy preocupado e intrigado a un tiempo. Me ilusionaría saber si mi manera de ser y de pensar se sustenta en valores ecuánimes y equilibrados, y si estos me servirán bien a la hora de escoger el camino de la felicidad o me despeñaré a la vuelta de la esquina. Resulta inquietante estar equivocado y que por soberbia o desconocimiento, se nos escape la posibilidades de reconducir la situación.


Alguien me dijo una vez que intentar mejorar era el objetivo y no el conseguir la mejora, que la solución está en el camino y no en la meta. No quiero quitarles la razón, de hecho creo que la tienen quienes eso opinan, pero todos sabemos que durante el viaje suceden cosas: agradables  unas, otras no tanto, errores y aciertos y que la razón que nos hace acumular experiencia, también nos carga de las toxinas que destilan el fracaso y el error y puede que el cúmulo de las mismas terminen por desalojar la motivación y destruyan el camino y al caminante. Esta situación puede ocurrir cuando la meta que nos proponemos está demasiado lejos para nuestra capacidad y resistencia, por lo que a la hora de escogerla, debemos ser consciente de nuestras limitaciones.
El camino que emprendió la España que hoy conocemos, no es del todo conocido. Múltiples intereses se han empeñado en torcerlo y retorcerlo de forma que lo que de él nos ha llegado no es lo suficientemente fiable como para tenerlo como premisa en ninguna conclusión. En ese deambular por la historia, se han cometido tantos errores y tan graves, que utilizarlos como modeladores de la excelencia se me antoja temerario; y es que alguno lo han sido en razón de otros, enredando tanto la madeja que resulta imposible ya, encontrar el cabo.
Visto lo visto, la historia de España es, a mi modo de ver, improbable; ¿o alguien puede asegurar que no ha sido manipulada hasta ahora, al igual que lo está siendo en estos momentos?- No hay que buscar mucho para comprobar cuan cambiante puede ser el mismo suceso dependiendo de su cronista, y como, para ello, siquiera es necesario que cualquiera de ellos mienta.
¿Qué nos está pasando?
Me imagino nuestro país como el mal protagonista de un vodevil mediocre. Una de esas representaciones previsibles y de la que todos los espectadores suponen el final; con unas plateas pobladas de escandaloso populacho, putos, mendigas y maleantes que comen y beben divirtiéndose a costa de la vulgaridad de lo que ven; gente que seguirían de burla y chanza si el actor muriera en escena de un síncope fulminante… y esta imagen me disgusta demasiado como para no resistirme.
Aquí, donde tantos se consideran mejor que el vecino, porque él es culpable de sus desgracias, pero de las nuestras, los culpables son otros; aquí,  donde todos somos más honrados que el de al lado; porque sus triquiñuelas no tienen excusa, pero las nuestras están plenamente justificadas; aquí, donde todos robamos,  pero nuestro “choriceo” es justiciero, el del otro es pura y simple delincuencia; aquí, encontrar un objetivo común me  resulta imposible y, sin ese objetivo, el camino se diluye hasta desaparecer.
Nada de esto cuadra.
En mi opinión, no queda otra que dejar aparte las dramáticas “tontás” de siempre y comenzar algo nuevo: ¿Acaso no es más importante lo que dejemos a nuestros hijos que lo que nos dejaron nuestros padres? Vivir en comunidad no es estar eternamente pidiendo sin ofrecer nada, pensar que tenemos derecho a más porque en el Pleistoceno, un mandril andaluz se benefició a un chimpancé vasco o Doña Petronila mancilló la tierra extremeña meando bajo una encina, no. Siempre pensé que vivir cada uno por su cuenta supone un exceso en la utilización de recursos y –creo- que no estamos para dispendios, que nuestros hijos no se merecen eso. Vivir en comunidad supone ceder parte de nuestra libertad personal al grupo en un clima de confianza y so certeza de una utilización ecuánime de la misma en pos del bienestar común; pero de eso, aquí, entendemos poco.
Desde luego no soy optimista sobre el futuro ¡Que más quisiera yo! No creo que mi ciudad llegue a funcionar, ni mi país, ni mi mundo y, lo que es peor, no veo la manera de que nuestra mentalidad personal y nuestra conciencia de grupo cambien antes de que nos cepillemos lo que de razonable queda a mí alrededor.


                                                           Luis F. de Castro

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