jueves, 17 de septiembre de 2015

Los caballeros las prefieren...suyas

     


     Éranse una vez dos chicas: morena una, rubia la otra y bellas las dos. Pertenecían al gremio de la farándula formando pareja artística y pasaban su tiempo correteando de escenario en escenario mientras escamoteaban su escasa pericia bajo escandalosas dosis de muslo y pechuga.
     Se llevaban bien, acaso por que eran muy diferentes y, aunque opinaran dispar, apoyábanse en todo lo que mereciera ser apoyado. Una era casquivana y promiscua... digamos que de bisagras bien engrasadas; importábale bien poco los detalles, cuando el general era lo suficientemente largo y grueso; a la otra no le saciaban ninguna de esas medidas, el único tamaño que llamaba su atención era el de la faltriquera que obligatoriamente debía estar bien surtida. Hablando claro; una era puta y la otra casi.


     Un día, la interesada, la más puta de las dos, se llevó al huerto a un rico heredero y, dándole a oler, que no a catar, los jugos propios de su condición, hízole notar su condición de ser pedida. El zangolotino, ahíto de amor por la moza, accedió a ello, así que con motivo de celebrar los prometidos esponsales, al otro lado del Atlántico un crucero pagó a ambas. El pobre babeaba con la seguridad de, una vez allí, saborear aquello que se le resistía; pero quiera el destino que, obligado a atender los negocios de la familia -su "papaíto" se olía la “tostá”- retrasó su viaje a expensas de dejar algunos asuntillos en orden. La "rubieja", visto este espacio de libertad inesperado, se vio en la necesidad de emplearlo en agenciarse algún aperitivo en forma de viejo decrépito y acaudalado al que esquilmar sin necesidad de que le irritasen la entrepierna. Con la ayuda de su morena amiga púsose manos a la obra, sin que pusiera esta ningún inconveniente mientras le dejara tiempo para atender con la debida dedicación al equipo olímpico de los EE.UU. que por casualidad, esperaban, cachondos del todo, ser solazados.
     Como dije con anterioridad, el papá del heredero baboso se barruntaba la insana pretensión de nuestra amiga, la puta, y envió un macizorro sicario con la ufana pretensión de desbaratar en casorio. Decir macizorro y pinchárselo la morena fue todo uno; poco le importó enterarse de su condición de espía mientras este fuera capaz de calmar unos picores en los que, por lo visto, el equipo olímpico estaba fracasando.
     El caso es que al final, entre la una y la otra se llevaron al huerto al heredero, al papá del heredero, el dinero de ambos, al espía, al equipo olímpico americano, al gordo espantoso y cargado de diamantes que pasaba por allí, al juez prevaricador y a la gendarmería francesa al completo; y todo con unas pocas feromonas de nada y un bote de tinte... ¡hay que joderse! Y pensar que la sensación al acabar de verla es la de haber leído el manual de los boy scout.
Pues esta es la historia que cuenta sin despeinarse Howard Hawks en “Los caballeros las prefieren rubias” y me da a pensar que la esencia de una historia va más en el como que en el qué. Definir la naturaleza de un acontecimiento de forma objetiva no es difícil, es imposible. Siempre se dejará la impronta del narrador y esta transformará lo acontecido en algo suyo, personal, desvirtuado en mayor o menor medida. Incluso si intentamos hacerlo con la mayor asepsia dejaremos gestos, tonos y silencios que serán interpretados por la máquina de razonar receptora. Es por ello que pudiéramos considerar que para hacerse una idea precisa de un suceso, deberíamos captarlo sin intermediarios y eso -lo dicho-, es imposible. El mismo argumento de la película de antes daría para un dramón de Almodovar o una de Tarantino... depende, todo depende.
     Hay un refrán que viene a decir aquello de: “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces” y al pelo se me vienen las pretensiones de veracidad, neutralidad e independencia de los medios de comunicación. No hace falta decir hasta que punto es mentira todo eso... yo creo que somos conscientes de ello y mi disconformidad no es con la subjetividad, tendenciosidad o dependencia del informante, -circunstancias estas que considero naturales y comprensibles en su buena fe- sino que estos medios se nos vendan envueltos en imposibles, que nos hagan comulgar con ruedas de molino.
Hace tiempo que me saturé de esa pretendida objetividad y temporalmente decidí alejarme de la actualidad que nos venden los medios; al menos de la supuestamente trascendente, así que desde hace algún tiempo me mantengo apartado de noticieros, debates, periódicos y de esas conversaciones sobre “cosas serias e importantes” que me mantenían apesadumbrado durante todo el día.
     Espero que con el tiempo mejore mi humor aunque, visto lo visto, mi círculo de debates se ha reducido notablemente.




Luis F. de Castro

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