miércoles, 16 de octubre de 2013

Gravity, un relajado y bello agobio.




Es Gravity una de esas películas que te obligan a desear descuartizar al memo de las palomitas o al pánfilo de la bolsa de cheetos. Tiene un “nosequé”, un “quéseyo” que llama a arrebato y que pasa por encima de su sencillo argumento como sin tocarlo.
Bellísimas imágenes -hipnótica alguna de ellas-, pasan una tras otra haciéndote recordar que aquellas cosas buenas que nos dejaron Kubrick, Scott y Oshima, entre otros, no son ni serán las últimas en proyectarse en las solitarias salas de cine. Alfonso Cuarón se lo tenía muy callado; quien iba a suponer que trabajos tan supeditados a un marketing salvaje como los anteriores desembocarían en una producción tan bella en lo estético y tan afinada en lo técnico.
Por otro lado, me gusta la interpretación de Sandra Bullock. Son escasas las veces que esta buena actriz destapa el tarro; quizás sea por no estar bien dirigida, un encasillamiento premeditado o debido a una mala selección de trabajos, pero cada vez que sale en pantalla, esperas el chiste fácil o el chascarrillo de turno, pero en esta... “va dado el que eso espere”.
Ciertamente el doblaje engaña y tiende a “ensuciar” el trabajo de los actores; pero en Gravity este extremo se agudiza en razón a que además del aporte gestual y la dicción, intervienen otros recursos adicionales: se interpreta con el sonido de la respiración, gritos y susurros, por lo que existe la posibilidad de que parte del mérito no le corresponda a ella, sino a su dobladora, y si es así: ¡hurra por ella!
No sé si esta película será de esas, pero me da el “tufillo” que pertenece al poco nutrido grupo de las que aguantan bien el paso del tiempo.
En conclusión: de cine.


Luis F. de Castro.

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