sábado, 18 de enero de 2014

Convivo, luego llevo todas las de perder


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Hace mucho, pero que mucho tiempo, alguien me dijo que por fecha de nacimiento me correspondía ser Libra y, por tanto, persona especialmente sensible a la injusticia, al desafuero y, en conclusión, a la arbitrariedad. Vaya por delante decir que no suelo dar pábulo a creencias de cariz esotérico y para un servidor de ustedes el horóscopo, si no lo es, se acerca bastante. Aceptémoslo -por un momento-, como verdad y que, a pesar de no saber si el hábito hizo al monje o el monje hizo el hábito, noto en mis adentros una cierta y especial sensibilidad hacia los afectados por la sinrazón, la tropelía y la iniquidad, en razón a la cual y, teniendo en cuenta, que nos rodea la inmoralidad, el atropello y el abuso, camino la mayor parte del tiempo retorciéndome ante la urticaria moral que me suscitan.


 Los impaciente viejos no son capaces de esperar a que el paso de peatones se ponga en verde a juzgar por los que cruzan sin esperar su turno. -Debe ser que ya no quieren seguir cobrando la pensión…-; y la vendedora del cupón que tras extraer el último cigarrillo del paquete, arruga este y lo arroja al suelo un par de metros delante de ella -será para que no le falte trabajo al barrendero-. A tu espalda, un anónimo individuo extrae de sus pulmones algo que supongo es un escupitajo. El sonido que produce es indefinible y lo escucha todo el que esté en cien metros a la redonda. En el Metro; mientras saco el carísimo bono de diez viajes, tres treintañeros –encorbatados ellos- se cuelan sin pagar billete entre risas y gorjeos. Ya, dentro del vagón, una señora añosa se quejaba a otra señora más añosa aún de que “Esto ya no es lo que era”. Nadie se había levantado para dejarles asiento y cuando la novedad de la incidencia había pasado, le relacionaba los medicamentos que le había recetado Don Manuel para su familia  “…y es que es más bueno”.
Y así podríamos seguir “per secula seculorum”. Nuestra cotidianidad está llena de estos momentos que, por abundantes, pasan desapercibidos; momentos que nuestra consciencia hace desaparecer al poco de haberlos vivido y no por ello, debemos echar en saco roto. Sus actores, no son delincuentes, no son malhechores, somos nosotros mismos. Son esos que cuando conjugan la oración en pasiva ponen el grito en el cielo, se rasgan las vestiduras, piden responsabilidades, les entra diarrea sin darse cuenta que a la vuelta de la esquina su perro contrae el abdomen y nos deja un recuerdo imborrable a todos; eso sí, él mirará de un lado a otro porque hoy, precisamente hoy, no tiene bolsa para recoger el “truñito”.
Somos muchos, somos iguales en derechos y diferentes en formas de pensar pero tenemos algo en común: el espacio donde vivimos y si no decimos amén a alguna que otra norma de convivencia… ¡¡¡CAPUTT!!! ¡¡¡FINITO!!! ¡¡¡SE ACABÓ!!!
Los tiempos avanzan que es una barbaridad, decían nuestros abuelos; pues hoy deberíamos cambiar lo de barbaridad por monstruosidad, aberración, absurdo o quien sabe qué. Teniendo en cuenta los que somos y los que seremos, la diferencia entre ricos y pobres, lo enfadados que están unos y otros y que –digan lo que digan- sigo pensando que EN EL MUNDO HAY MALOS DE VERDAD, o los poderes públicos – O sea, esos que elegimos por que son más guapos y hablan mejor- empiezan a ejercer de una vez o… ¡a tomar por saco!
Se imaginan un planeta poblado de catorce mil millones de enfermos mentales especializados exclusivamente en sobrevivir… Delirante.

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