jueves, 9 de enero de 2014

Follón a las finas hierbas

 Estimados colocotrocos: Hoy, de camino al trabajo, he observado un acontecer de esos que de estar yo en otra tesitura filosófica, me hubiera pasado inadvertido; pero este aquí que me ha sorprendido en uno de esos días en que las flores te huelen a estiércol y el estiércol a muerto, por lo que el resultado inicial de la racionalización del suceso, al menos en un principio, fue absolutamente negativo. Posteriormente y con la perspectiva que da la mente fría y el estómago satisfecho, las conclusiones parecen haber retomado la senda de la moderación.
La cosa, más o menos sucede así: Un tipo a bordo de un vehículo de los de postín, adelanta de manera sorpresiva a otro -más modesto él-, al que obliga a frenar de manera brusca. Dentro de lo que es un atasco mañanero, los vehículos se detienen y reanudan la marcha de manera más o menos periódica y mira tú, que en una de esas paradas, ambos coinciden uno al lado del otro. Lo que sucede a continuación en un cruce de insultos a mandíbula batiente y ventanilla bajada; ¡vamos!, uno de esos intercambios verbales que avergonzarían a un sinvergüenza. Quieran las circunstancias que la parada se prolongaba, por lo que los contendientes salen de sus coches cual fieras rabiosas y entre ademanes, muecas y actitudes a cual más soez y barrio-bajera, se escapa una mano... y después otra, y otra... y de ahí a la primera patada no pasa ni un suspiro, por lo que transcurrido veinte segundos de intercambio de pareceres, el catálogo de mamporros es ya soberbio. En estas estamos, cuando la masa de vehículos reinicia la marcha. Ambos contendientes, como si de una coreografía se tratase, paran en seco de “zurcirse la badana”, ocupan de nuevo sus respectivos puestos de conductor y desaparecen cada uno camino de sus quehaceres y circunstancias... y digo yo: “Tanta tontá pa qué”
Desde luego los designios de comportamiento humano son inescrutables y, teniendo en cuenta el suceso, debo, en parte, dar la razón a un conocido que a la mínima espeta aquello de “que hay más tontos que botellines”. Poco después y con el discernimiento menos influenciado por las incomodidades del embotellamiento matutino, me acude la idea de que “menos mal”, porque si el comportamiento humano siguiera la lógica matemática, sólo por aquello de la progresión geométrica, esos dos se hubieran matado. Por lo que dicho queda: “Virgencita que me quede como estaba”



Luis F. de Castro.

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