lunes, 30 de noviembre de 2015

Lo importante.




Hoy me levanto trascendente e inconformista.
De salida, intento girar la cabeza intentando escuchar el clik que marque el ajuste correcto; ese punto de ancla desde donde analizar este batiburrillo de vida sin que se te muevan los pies y, la verdad, cuesta un potosí.
Todo el mundo opina, todos quieren tener razón y -visto lo visto- no hay sitio para tanto acierto. Oí una vez que no merecía la pena perder el tiempo en llevarse el gato al agua, que eso de pretender estar siempre en lo cierto es, cuando menos, derrochar lo que no se tiene, porque la mayoría de las veces esa perentoria necesidad lo es sobre asuntos de una nimiedad absoluta y que tanto interés en esas vaciedades devalúa nuestras entendederas. Toda esta disquisición me lleva a pensar que lo centrado es discriminar lo fútil de lo importante, sacar a flote aquello que realmente deba prevalecer y enfocar atención y esfuerzo en eso… y poco más; lo que cada uno consideremos así, o sea, importante, es como los colores, al gusto.


Luis F. de Castro

viernes, 27 de noviembre de 2015

"El mismo amor, la misma lluvia" 1999 -Movie of laif-

   

     Vista desde esta España profunda, te das cuenta el mal que le hizo al cine aquel al que se le ocurrió doblar las películas. Nada más lejos de menospreciar a los actores de doblaje que, en muchos casos, han conseguido salvar cintas infumables, pero cuantas,  por esta misma razón, se han ido al fondo de la memoria sin dejarnos siquiera el poso de su recuerdo. Quizá, sea este matiz lo que separa una buena película de una notable. Ahora, "El mismo amor, la misma lluvia", si me la imagino en castellano palentino, dejaría de ser algo digno de ser guardado en el armario de las buenas cosas.
     Me ha gustado mucho a pesar de que tiene algunos pasajes de relleno tan evidentes que el inconsciente los elimina sin más. Este guión, en manos de algún otro que no se llame Campanella, seguramente hubiera caído en las fauces del típico documental relleno de besos, lágrimas y abrazos y, sin embargo, el resultado es una historia que necesita ser vista, una historia sin aspavientos ni exabruptos que entra cual jarabe para la tos.
     De todos los actores que intervienen, quizás el peor -y no quiero decir que malo- sea Ricardo Darín, que denota cierta tendencia al histrionismo, a la sobreactuación, dando a ciertas escenas una sensación de impostura que no se merece la historia en su conjunto; por suerte, con el tiempo, ha superado esa tendencia y en estos momentos (Luna de Avellaneda, El secreto de sus ojos, Relatos Salvajes, etc.)  atraviesa una etapa dulce que esperemos, dure.

Luis de Castro.