domingo, 17 de noviembre de 2013

El sufragio digestivo

Queridos súbditos: Que tristeza siento al leer estas cartas que me llegan del país vecino. Mi conciencia hierve al contrastar las penas y cuitas que me exponen, con la felicidad que se enseñorea aquí, en Colocotroco. ¿Como se podrá vivir así? Es  obligación solidaria con mi querido pueblo, exponer estas cartas para que se tomen en cuenta y la experiencia ajena se admita como fuente en la búsqueda de nuestra felicidad.


Viñeta de ETC noticias


Hoy, retenido en el diario atasco de la M-40 he caído en cuenta de cierto anuncio radiofónico en el que una conocida empresa, entre coros y fanfarrias, nos anuncia que la responsable de nuestro nivel de vida y progreso es la energía y que ella misma, como “humilde” productora y vendedora de la misma, se merece nuestro más sincero aplauso. El anuncio era como de mitin post-desastre. Como si se tratara de uno de esos discursos de película americana cuando el líder se dirige al pueblo para levantarles la moral después de que un meteorito haya destruido todo el medio-oeste; de esos que a medida que transcurre la soflama se te va inflando el pecho y cuando acaba, o expulsas el aire, o explotas. Una pena, vamos…  El caso es que, bien mirado, quemamos lo que no arde, ensuciamos sobre lo sucio, pavimentamos todo lo que haya que pavimentar, matamos hasta lo que no tiene vida y derrochamos  lo que nunca fue nuestro y sin embargo, estas realidades se nos presentan como delicadezas dignas de zares, como zapatos hechos a medida. Esta atmósfera hipnotizante se extiende a todos los recovecos de la sociedad; no puedes escapar de ella, te rodea, te envuelve y te inunda. No encontramos la ventana por la que sacar la cabeza y respirar. Que esa miríada de elegidos, tan inteligentes ellos, tan sagaces, tan bien pagados no tengan otra manera de convencernos, no tiene disculpa ni descargo. Que estos prebostes tengan que endulzar sus nimias conquistas arrastrando siempre las del contrincante,  ¿No huele a podrido?
Ya no creo en casi nada ni en casi nadie…
            Decía mi abuela “To esos sermones pa mis cojones”… y decía bien. Cuando perciba sentido común, bondad, lealtad y rigor en los ojos de esos que dicen querer lo mejor para “el ciudadano”; cuando compruebe como se indigestan al montar en 400.000 euros de coche pagados por el contribuyente, cuando mis glándulas excreten correctamente tras una de esas “ejemplares actuaciones ajustadas a derecho”, cambiaré de actitud; bien entendido que me consta que ese cambio, a ellos, les trae absolutamente al fresco.
            Sé que meter a todos en el mismo frasco no es lo correcto, pero a la hora de repartir papeles en esta sociedad, a mí no se me asignó el de impartir justicia, sino el de pagar impuestos y cumplir leyes, así es que es lo que hago… y si no estoy de acuerdo, fíjate tú que no saco el Kalasnikoff y me lío a repartir plomo… ¿A que no?
Sólo del regusto, del tufillo, de esa sensación residual que, proveniente del fondo de estómago, alcanza las papilas gustativas, puedo fiarme… Esas sí que son fiables y, a la postre, son las que conducirán mis manos a la papeleta que después dará de comer opíparamente a quienes dirigen mi destino.
Ni los políticos, ni la prensa, ni la justicia, ni la religión conseguirán convencerme de otra cosa que no sea que esta democracia en la que nos movemos, no se basa en el responsable y meditado sufragio popular, sino en el sufragio digestivo.

                                                                          Luis F. de Castro

viernes, 15 de noviembre de 2013

Notas sobre un futuro perdido

Estimados colocotrocos: Como si de un goteo impenitente se tratara, me llegan sin pedirlas, notas, escritos y misivas que no hacen más que inquietar mi tranquilo deambular por este mundo. Muchas de ellas vienen de nuestro vecino y malhadado país. Como quiera que no tengo mano para solucionar nada de lo que implícitamente se me pide, limítome a haceros participes de ello. 



Tengo entendido que gran parte de lo que somos se forja a muy tempranas edades y que las puntillas del sayón, los detalles, aquellas pequeñas cosas que afinan nuestra personalidad se van adquiriendo poco a poco; como a ratos muertos, casi sin quererlo. Pues bien: estoy preocupado e intrigado a un tiempo. Me ilusionaría saber si mi manera de ser y de pensar se sustenta en valores ecuánimes y equilibrados, y si estos me servirán bien a la hora de escoger el camino de la felicidad o me despeñaré a la vuelta de la esquina. Resulta inquietante estar equivocado y que por soberbia o desconocimiento, se nos escape la posibilidades de reconducir la situación.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El mayordomo. Quiero y no puedo

   

     El mayordomo continúa con ese rosario de películas que cuentan parte de la historia contemporánea americana desde el punto de vista de alguien "especial"; en este caso uno de los mayordomos negros de la Casa Blanca.
     Gran presupuesto, fenomenales técnicos, actores de primera fila y un mediocre guión que no consigue contar lo que quiere, que deja cabos sueltos por doquier y que no termina de hacer un todo razonable con tanto retal. Lee Daniels no consigue apartarse de la estela de Forres Gump y quiera o no, queda oculto por la alargada sombra de aquella.
                         
                                           Luis F. de Castro

lunes, 11 de noviembre de 2013

La huída 3



Analizando, concluí que la situación de trágica transformose en cómica. Mi caída del árbol había sido al tiempo arma y accidente. Todavía escuchaba en lontananza los quejicosos sonidos del monstruo a alejarse, cuando recalé en que el amanecer  tomaba posesión del lugar y mi necesidad de volver a casa se me planteó como acuciante. La espalda me dolía, pero pensar que la del huido estaría destrozada,  aliviaba mi conciencia sobremanera, así es que, con los renovados bríos del vencedor, me dispuse a ello.
Intentaba no pringarme demasiado con el barro que se ocultaba bajo la hierba y mientras ocupaba toda mi atención en ello, observé como, a lo lejos, el bicho se había recuperado y aparecía tras una loma corriendo desmelenado. Evidentemente rehecho, volvía a la carga contra mi persona. De golpe se hundieron moral de victoria y posibilidades de futuro… ¡Muerto soy! –pensé- y caído en una desazón repentina, dejé que mis pies se hundieran, me agaché en cuclillas y, pasándome los brazos alrededor de la cabeza, deje que el mundo hiciera de mí su real gana.
No pasó mucho tiempo desde mi decisión hasta el desenlace, ya que, no bien me había hecho del todo a la idea de que mi fin era cosa de poco, cuando noté un intenso cosquilleo en la oreja. Alzando el rostro, comprobé como la lengua del demonio intentaba minar mi temor y atraerme hacia sí. Desconfiado, busqué su mirada amarilla. El principio y el fin de aquella incomprensible actitud debían estar allí. Toda la furia pasada, todo ese odio contenido había desaparecido y como si hubiera perdido esa pesada carga durante la carrera, luchaba por deshacer las trabas que mi desconfianza le ponía, lamiéndome la mejilla..
-¡Joder, que arisco eres! – De un recio empujón, Pepa me apartó de su vera. Me sorprendí con las sabanas firmemente sujetas con ambas manos manteniéndolas justo por debajo de los ojos; unos ojos abiertos al límite de lo posible y que pedían explicaciones sobre lo ocurrido. – ¡Es la última vez que tomo la iniciativa! – A la vista de la situación, con Pepa cubriendo su desnudez entre aspavientos y soltando sapos por la boca, no quedó otra: había metido la pata; sin intención, pero la había metido.


                        Luis F.de Castro

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La huída 2


Dos horas se cumplían - más o menos-, desde que me encaramé al olmo huyendo de la bestia. Las manos me dolían, al igual que las desolladas rodillas. Las nalgas sobre las que me apoyaba habían perdido cualquier atisbo de sensibilidad. Allá abajo, se adivinaban más que verse, los ojos del demonio; esos ojos a los que la intensa oscuridad no parecían distraer de su objetivo: yo. La noche lo arropaba todo desde hacía tiempo, y en su negrura, intenté hacerme fuerte con un latigazo de rebeldía.  Como quien cree ser el “no-va-más” de la revolución meé desde las alturas y meé apuntando al negro  bulto con la vana intención de humillarlo, de someter esa sólida y persistente idea que llenaba su cabeza. No podía consentir que me merendase todo entero… y algo tuvo que llegarle porque la brisa me devolvió, además de su suave susurro, el sonido de una rabia contenida y no muy distante.  Tras unos minutos de inclementes gruñidos y desabridos  aspavientos, la opaca escena se fue calmando hasta el silencio total y,  a pesar de ello, nunca cruzó mi cabeza la idea de bajar de mi otero; al menos hasta tener las cosas claras y como la noche tornaba a fresca y la espera a tedio, decidí acomodarme en lo posible y echar un sueño que presumía ser tan necesario como liviano. Las ramas no eran precisamente un tálamo de lujo, pero no tardé mucho en encontrar postura, y así, con la esperanza de que eso que me esperaba abajo  desgastara su odio con el relente, hice esfuerzos por olvidarme de ello… de momento.
Algún pesimista dijo una vez que aquello que puede empeorar, empeorará y, aunque no soy de esa opinión, algo de razón debía tener el susodicho por que a la hora de despertarme, no lo hice al uso; sino de golpe y con gran susto. De hecho, lo hice en el aire, justo antes de caer de espaldas sobre la bestia. Todos sabemos que nada hay más egoísta que un ser doliente, si acaso otro ser más doliente y en ese momento, pienso que el más egoísta de los dos era el monstruo que, a la vista de cómo corría y aullaba, en el sorpresivo encuentro tuvo todas las de perder. Mientras corría despavorido, miraba hacia atrás intentando buscar explicación a tamaño y doloroso desasosiego y mientras, se alejaba más y más intentando que el dolor del golpe no le alcanzase.


                        Luis F.de Castro

lunes, 4 de noviembre de 2013

Insidius 2. El cine de la fila de los mancos.


Mala, mala, pero mala de verdad.
El señor Wan se ha aprendido aquello de susto o muerte y de tanto meter lo primero, casi consigue lo segundo. Es una sucesión de ¡¡¡huuu's!!! que cansa, que estomaga. No hay historia, no hay interpretación, no hay técnica, solo oscura y perversa mediocridad. Es acabar la película y darte cuenta de que has perdido el tiempo ignominiosamente. El guión no consigue en ningún momento crear una trama, siquiera una mínima historia que sujete al menos sibarita de los espectadores a la silla; conclusión: el cine se convierte en una sucesión de risitas y conversaciones que no hacen más que acompañar el trepidar de las bolsas de ganchitos y al crujir de las patatas fritas al ser masticadas.
Si lo que queréis es pegaros el lote con vuestra pareja, comer escandalosamente, o ventosearos para ver que pasa: esta bien, pero pagar siete euros con setenta a cambio de ello, lo considero caro... ¿no os parece?; para eso hay otro sitios más aquilatados de precio.


Luis F. de Castro

La huída



Corriendo como un poseso, me subí al único árbol que había en el prado. A dos metros sobre el suelo, creime fuera de peligro, pero cuan equivocado estaba. Al mirar hacia abajo, mis ojos se centraron en los suyos que inyectados en sangre, gritaban a los cuatro vientos las ganas que tenía de echarme el guante y hacerme suyo. Daba saltos que le llevaban a poco centímetros de mis pies y a cada uno de ellos arañaba la resquebrajada corteza haciendo que multitud de trocitos le cayeran encima como si de una molesta ducha se tratase.
Me rozó un pie y sin pensarlo, mi cuerpo trepó algo más con la esperanza de acercarme a Dios y alejarme de la bestia.
Algunos segundos después y abrazado a una de las grandes ramas como si quisiera hacer el amor con ella, caí en que me había desollado las palmas de las manos y las rodillas contra la áspera corteza del chopo -con la excitación y la angustia del momento siquiera había sentido dolor-, pero ahora… ¡joder como escocía!
Una mirada más al motivo de mi situación y sus blancos y amenazantes colmillos  me hicieron llegar claramente que no tenía  ninguna intención de abandonar su empeño, por lo que algo dentro de mí, dispuso mi cuerpo a pasar mucho tiempo allí; incluso toda la noche; quizás mi mala suerte no fuera otra cosa que un acicate para hacerme reflexionar, una manera más de obligarme a analizar todo lo que hice mal el día que así acababa…

Luis F. de Castro

domingo, 3 de noviembre de 2013

La eterna desgracia de ser español o el porqué nadie nos quiere.

Estimadísimos colocotrocos: Como nuestro querido reino no tiene historia, no tiene de que arrepentirse, por lo que -consecuentemente- somos mucho mas estúpidos y felices. No nos pasa como a esos españoles vecinos nuestros que reniegan hasta de sus intestinos. Para muestra, un botón: Este escrito lo pone de manifiesto.
...pobres.




Capítulo primero y último

Leo en un diario de distribución nacional la crítica que Teresa Guerrero hace del último libro del antropólogo y explorador Kim MacQuarrie. El citado, titula su trabajo  “Los últimos días de los incas” y, según extraigo del artículo, pasa por ser un libro más en el que unos indígenas de elevada calificación moral, tecnológicamente desarrollados , culturalmente interesantes y que viven en comunión con una floreciente naturaleza, son diezmados por unos decadentes bellacos, por demás vagos y maleantes, de procedencia española y que, al igual que Hernán Cortés en el imperio azteca, Colón en el Caribe, Magallanes y Elcano en las islas del Pacífico, los tercios en Flandes y un largísimo etcétera, sólo pretendían proveerse del placer de dominar e inflar las bolsas con lo honrada y trabajosamente atesorado por sus víctimas.