domingo, 3 de noviembre de 2013

La eterna desgracia de ser español o el porqué nadie nos quiere.

Estimadísimos colocotrocos: Como nuestro querido reino no tiene historia, no tiene de que arrepentirse, por lo que -consecuentemente- somos mucho mas estúpidos y felices. No nos pasa como a esos españoles vecinos nuestros que reniegan hasta de sus intestinos. Para muestra, un botón: Este escrito lo pone de manifiesto.
...pobres.




Capítulo primero y último

Leo en un diario de distribución nacional la crítica que Teresa Guerrero hace del último libro del antropólogo y explorador Kim MacQuarrie. El citado, titula su trabajo  “Los últimos días de los incas” y, según extraigo del artículo, pasa por ser un libro más en el que unos indígenas de elevada calificación moral, tecnológicamente desarrollados , culturalmente interesantes y que viven en comunión con una floreciente naturaleza, son diezmados por unos decadentes bellacos, por demás vagos y maleantes, de procedencia española y que, al igual que Hernán Cortés en el imperio azteca, Colón en el Caribe, Magallanes y Elcano en las islas del Pacífico, los tercios en Flandes y un largísimo etcétera, sólo pretendían proveerse del placer de dominar e inflar las bolsas con lo honrada y trabajosamente atesorado por sus víctimas.


Según se tiene consuetudinarimente establecido, la historia la escriben los vencedores y, por tanto, la dosis de sesgo y manipulación se debería dar por descontada. Ciertamente puede ser así, pero en el caso de las conquistas-intervenciones españolas que en el mundo han sido y desde que existe la palabra España, eso no nos ha reportado ningún beneficio. Llama la atención que bajo ninguna de las formas política  en la que los habitantes de este terruño han sido gobernados, los aparatos de propaganda estatal han funcionado si quiera con decente mediocridad; y, ni que decir tiene –Salvo honrosas excepciones- que los formadores de opinión ajenos a esos aparatos, tampoco. Ciertamente, sólo aquí podíamos dar una connotación positiva y romántica al hecho de atacar las propias acciones por sistema, tildando de quijotescas semejantes memeces. Si a eso sumamos el hecho de que la visión que de nosotros se tiene fuera no es precisamente la de un pueblo trabajador, leal y honrado… apaga y vámonos. Desde lejanos tiempos, aquí, se ha obviado la elemental necesidad de motivación que tienen los pueblos. El efecto benefactor que conllevan determinadas políticas propagandísticas –Lo que de una forma frívolamente actualizada podríamos llamar marketing institucional – no se tiene en cuenta y aún con motivos para todo lo contrario, se denosta lo propio mariposeando comparaciones con situaciones análogas en el exterior donde, por supuesto, salimos invariablemente dañados. La conclusión, el resultado es decepcionante. Todavía recuerdo cierto escrito de un engreído bandarria venido a más que se desmarcaba de “La tristeza de ser español” No le faltaba algo de razón al lenguaraz; en cierta forma y entre otras razones, la exacerbación de los nacionalismos, se justifica en la imperiosa necesidad de huir de esa sensación, de escapar  para alejar de sí esa ponzoña impenitente que nos persigue. Poco a poco se desmigaja el mendrugo huyendo del moho para comprobar que por pequeña que sea la porción el hongo sigue apareciendo.

No se puede huir de uno mismo. 

                           Luis F. de Castro.

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