Estimadísimos colocotrocos: Como nuestro querido reino no tiene historia, no tiene de que arrepentirse, por lo que -consecuentemente- somos mucho mas estúpidos y felices. No nos pasa como a esos españoles vecinos nuestros que reniegan hasta de sus intestinos. Para muestra, un botón: Este escrito lo pone de manifiesto.
...pobres.
Capítulo primero y
último
Leo en un diario de distribución nacional la crítica que
Teresa Guerrero hace del último libro del antropólogo y explorador Kim
MacQuarrie. El citado, titula su trabajo
“Los últimos días de los incas” y, según extraigo del artículo, pasa por
ser un libro más en el que unos indígenas de elevada calificación moral, tecnológicamente
desarrollados , culturalmente interesantes y que viven en comunión con una
floreciente naturaleza, son diezmados por unos decadentes bellacos, por demás
vagos y maleantes, de procedencia española y que, al igual que Hernán Cortés en
el imperio azteca, Colón en el Caribe, Magallanes y Elcano en las islas del
Pacífico, los tercios en Flandes y un largísimo etcétera, sólo pretendían
proveerse del placer de dominar e inflar las bolsas con lo honrada y trabajosamente
atesorado por sus víctimas.
Según se tiene consuetudinarimente establecido, la historia
la escriben los vencedores y, por tanto, la dosis de sesgo y manipulación se
debería dar por descontada. Ciertamente puede ser así, pero en el caso de las
conquistas-intervenciones españolas que en el mundo han sido y desde que existe
la palabra España, eso no nos ha reportado ningún beneficio. Llama la atención
que bajo ninguna de las formas política
en la que los habitantes de este terruño han sido gobernados, los
aparatos de propaganda estatal han funcionado si quiera con decente
mediocridad; y, ni que decir tiene –Salvo honrosas excepciones- que los
formadores de opinión ajenos a esos aparatos, tampoco. Ciertamente, sólo aquí
podíamos dar una connotación positiva y romántica al hecho de atacar las
propias acciones por sistema, tildando de quijotescas semejantes memeces. Si a
eso sumamos el hecho de que la visión que de nosotros se tiene fuera no es
precisamente la de un pueblo trabajador, leal y honrado… apaga y vámonos. Desde
lejanos tiempos, aquí, se ha obviado la elemental necesidad de motivación que
tienen los pueblos. El efecto benefactor que conllevan determinadas políticas
propagandísticas –Lo que de una forma frívolamente actualizada podríamos llamar
marketing institucional – no se tiene en cuenta y aún con motivos para todo lo
contrario, se denosta lo propio mariposeando comparaciones con situaciones
análogas en el exterior donde, por supuesto, salimos invariablemente dañados.
La conclusión, el resultado es decepcionante. Todavía recuerdo cierto escrito
de un engreído bandarria venido a más que se desmarcaba de “La tristeza de ser
español” No le faltaba algo de razón al lenguaraz; en cierta forma y entre
otras razones, la exacerbación de los nacionalismos, se justifica en la
imperiosa necesidad de huir de esa sensación, de escapar para alejar de sí esa ponzoña impenitente que
nos persigue. Poco a poco se desmigaja el mendrugo huyendo del moho para
comprobar que por pequeña que sea la porción el hongo sigue apareciendo.
No se puede huir de uno mismo.
Luis F. de Castro.
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