No puedo contra mi razón y por más que escarbo en ella, no
consigo sacar otra cosa que tierra para sepultar la monarquía. Por doquier
aparecen contradicciones a la ética democrática que muestran que ser acreedor a
derechos exclusivos por razón de nacimiento, no deja de ser una injustificable
herencia del pasado y que, si bien en otra época pudiera haber tenido
justificación; hoy carece de ella. Esa parafernalia llena de brillos y oropeles,
tan anacrónicos en estos días de minimalismo y eficacia, no deja de ser como
un extraño e inútil grano en el culo de nuestra civilizada y democrática
sociedad: pero -como en otras muchas cosas-,
no es lo que parece.
lunes, 23 de junio de 2014
domingo, 22 de junio de 2014
Sobre el cristal que nos ponemos delante para ver las cosas
Es humana condición dar por cierto lo que nos gustaría que
lo fuera; tan es así, que nublando nuestro entendimiento y excusando
inconscientemente la falta de rigor, dan pábulo a mentiras, imprecisiones y
tendenciosidades.
Porqué, me pregunto.
En cierta forma y en parte, se podría decir que por
vagancia: “Si me satisface ¿para que voy a cerciorarme si puede que la verdad
no me guste?” Es como si racionáramos la ética preservándola para tiempos mejores.
Otra hipótesis sugeriría que nuestros principios se moldearan acorde nuestras
necesidades y una suerte de evolución consiguiera acomodar nuestro raciocinio a
la supervivencia; circunstancia esta última que sería razonable si no fuera
porque somos –en teoría- seres racionales y no nobles bestias del campo.
De cualquier manera, considero que esta falla en nuestro
humano devenir está íntimamente relacionada con la educación, que nuestro
espíritu crítico aumenta con ella a pesar de que en algunos individuos –por más
leídos que se consideren- es una entelequia
Luis de Castro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)