viernes, 27 de marzo de 2015

El deshumorador nocturno



 Silencioso merodeador que aprovecha la oscuridad para vagar de habitación en habitación tanteando a los durmientes. Etéreo vagabundo que rellena su holganza trasteando entre los pensamientos de unos y otros y que rebusca entre ellos en pos de los que alegran o enaltecen el ánimo para desmenuzarlos y emborronarlos. ¿Quien será esa presencia tan intensa y que tanta importancia se arroga? ¿Quien esa que localiza débiles y sumisas mentes para saquear gestos y demudar semblantes? Es el Deshumorador nocturno; es ese “porculero” maleante que se lleva la sonrisa mañanera de aquellos a los que saquea y les deja una nube negra y desabrida sobre sus cabezas. Una nube que persiste hasta que el viento se la lleva entre quejas y quejidos dejando, por fin, el natural semblante a la luz del sol. Pobres aquellas víctimas de ese cabrón desorejado -mi hija, por ejemplo- que inadvertidamente son saqueadas y pobres aquellas otras -yo, para más señas- que, sin serlo, tienen que soportarlas. Ver a tu querido ser convertido en un cactus maloliente, en una alimaña vil y contestona a la que no le sirven paños calientes y cuyos únicos bálsamos son el tiempo – a Dios gracias, poco- y el silencio, es un puñetero castigo difícilmente soportable.
Menos mal que dura poco y tan intensa como fugaz, la obra del desgraciado Deshumorador nocturno se desvanece como la construyó: sin saber porqué.

Luis F. de Castro


Imagen: http://hoytele2.blogspot.com.es/2013/02/el-caso-waterclose-espanol.html


jueves, 26 de marzo de 2015

Ayer en el médico

 Ayer, 200 años y 134 días después de la única guerra que deberíamos haber perdido* y motivado por un asunto de pólipos, tuve a bien pasar por la consulta del especialista en digestivo. Llegado al lugar a la hora indicada, me topé con una ventanilla que, a la par que cerrada, se encontraba orlada hasta límites insospechados de carteles informativos. Eran dispares en formas, tamaños y colores: unos nuevos y otros ajados, unos escrupulosamente escritos y otros burdamente garabateados, unos firmados con “gracias” y otros con “la dirección” pero todos, todos, ordenando cosas o imponiendo condiciones para ser atendidos.
Enfrascado en su lectura cual recita salmos del antiguo testamento, no caí en la cuenta del tiempo y mi enano interior y yo nos sumergimos en una disputa justiciera sobre lo soberbio y pedante de sus contenidos: Que si quieres ser atendido, con la tarjeta sanitaria en la boca, que “ojito” con levantar la voz, que si la hora de la cita es de mentirijillas, que si debíamos permanecer sentados, que si los móviles apagados… y un sinfín de memeces más a cual más imperiosa y restrictiva. En esto que me vi levantándome con ímpetu justiciero y –digno y orgulloso- arrancar uno tras otros todos los “papelajos”, me vi increpando al personal sobre su descarada falta de eficiencia, me contemple dándoles lecciones sobre la adecuada atención al público, me sentí querido por los sufridos administrados y aplaudido por ellos, me vi… ¡hay, como me vi!
-Señor, que no tengo todo el día, me da sus papeles o prefiere seguir rezando…
-¡Oh! Si, si, perdone; es que me distraje con estas amables indicaciones. Tenga, tenga.

Luis F. de Castro.


*Refiriéndose a la guerra de independencia española, Napoleón I, en su exilio, declaró:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido.”

Fraser, Ronald: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808–1814.

lunes, 23 de marzo de 2015

Andalucía o tener lo que se merece.


            Que la mente humana es difícil de escrutar no tiene discusión y, por lo tanto, que su escrutinio está al alcance de muy pocos, tampoco. El pensamiento colectivo y la sensibilidad social son manipulables hasta puntos insospechados, y lo que hoy es malo, mañana bueno y viceversa. Eso es una máxima universal, que por conocida, tratada y denostada, no deja de incrementarse extendiéndose hasta los últimos rincones de una sociedad gregaria y en exceso zafia. Se dice que un pueblo leído es un pueblo poco manipulable y que la libertad de pensamiento está en proporción directa a la cultura de sus componentes. Es a golpe de verdadera cultura como se van exiliando aquellos elementos de irracionalidad que hacen de nuestra sociedad algo al servicio de aquellos que conocen la técnica de la manipulación.
            Cientos de imputados/investigados, millones de euros sustraídos de los dineros públicos, una insondable red de clientelismo político y una carga de paro insoportable, no han sido suficientes para que el pueblo andaluz cambie su voto, siquiera por la vía de probar otra cosa que -presuntamente- menos daño haga. Y ahora qué. ¿Seguirá la sociedad andaluza arrastrándose en el mismo quejicoso tedio de siempre? ¿Tendrá el social descaro de seguir penando la mala suerte que han tenido con sus gobernantes? Se enterarán ahora los intelectuales de turno el porqué Telecinco es la número uno. Somo lo que somos, y cambiarlo es difícil, muy difícil; hasta el punto de que algunos consideran que la ruptura es la única vía. Romper con todo para cambiar de dueño... sí, de dueño, no se sale de una de esas con otra cosa que con amo nuevo, por que España es mucho de “Don Juanón o Juanillo” y en vez de limar, ajustar, reconducir somos de “mantenerla sin enmendarla hasta joderla, para después matarla”

            Espero no tener razón y que los tiempos hayan cambiado inadvertidamente para mí; que el análisis de esta situación sea más simple y sencilla del que bulle en mi cabeza y este nuevo avatar político sea parte de una solución que se me escapa. Mientras espero que sea así, no dejo de pensar en el tópico:  “Tenemos lo que nos merecemos”.

Luis F. de Castro