Silencioso merodeador que aprovecha la oscuridad para vagar de
habitación en habitación tanteando a los durmientes. Etéreo
vagabundo que rellena su holganza trasteando entre los pensamientos
de unos y otros y que rebusca entre ellos en pos de los que alegran o
enaltecen el ánimo para desmenuzarlos y emborronarlos. ¿Quien será
esa presencia tan intensa y que tanta importancia se arroga? ¿Quien
esa que localiza débiles y sumisas mentes para saquear gestos y
demudar semblantes? Es el Deshumorador nocturno; es ese “porculero”
maleante que se lleva la sonrisa mañanera de aquellos a los que
saquea y les deja una nube negra y desabrida sobre sus cabezas. Una
nube que persiste hasta que el viento se la lleva entre quejas y
quejidos dejando, por fin, el natural semblante a la luz del sol.
Pobres aquellas víctimas de ese cabrón desorejado -mi hija, por
ejemplo- que inadvertidamente son saqueadas y pobres aquellas otras
-yo, para más señas- que, sin serlo, tienen que soportarlas. Ver a
tu querido ser convertido en un cactus maloliente, en una alimaña
vil y contestona a la que no le sirven paños calientes y cuyos
únicos bálsamos son el tiempo – a Dios gracias, poco- y el
silencio, es un puñetero castigo difícilmente soportable.
Menos mal que dura poco y tan intensa como fugaz, la obra del
desgraciado Deshumorador nocturno se desvanece como la construyó:
sin saber porqué.
Luis F. de Castro
Imagen: http://hoytele2.blogspot.com.es/2013/02/el-caso-waterclose-espanol.html
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