La casualidad me hizo llegar una
gata negra como la nada, a ratos salvaje y siempre arisca. Vino y se quedó; se
quedó como si fuera la tía viuda del pueblo que con la excusa de cuidar a los
niños, se convierte en un mueble más de la casa; se quedó en silencio, merodeando por ahí cual protagonista de una
mala película de terror, apareciendo entre las sombras justo antes de
desaparecer de nuevo y dejando tras sí una intensa sensación de ser observado
siempre; porque sus ojos… esos sempiternos agujeros negros bien pudieran ser
los sumideros de un mundo que alguien le encargó fiscalizar.