La
historia del ser humano, del hombre como racional resultado de una
evolución que todo lo pudo, esta jalonada de subterfugios; digamos
que las edades del hombre se cuentan por excusas artificiosas urdidas
para evadir compromisos. Hoy por hoy el medio ambiente vende, todo lo
inunda, nada hay políticamente correcto que no pase por su cuidado y
mantenimiento; se ha convertido en esa quimera que da pie a los
listos para abusar de los que, a la sazón, no lo son tanto.
El roto
Recapitulemos:
Que el medio ambiente está bastante jodido, eso esta claro; que
somos los humanos los principales actores de la película, evidente;
que está en nuestra mano la solución, seguramente… pero
maticemos, que no todo el monte es orégano. El mundo en el que
vivimos es un sistema que básicamente se sostiene por el diseño de
su evolución en equilibrio; muchas son las circunstancias que rompen
ese equilibrio modificando el resultado de la dinámica natural;
asteroides, volcanes, terremotos, explosiones solares, etcétera. La
naturaleza ha convivido y se ha adaptado a esas circunstancias usando
sus propias herramientas, pero su éxito se debe principalmente a que
ninguna ha superado su capacidad de reajuste, entre otras cosas,
porque esas circunstancias no surgieron específicamente para
maltratarla, sino que ese maltrato surge como un efecto secundario;
pero hete aquí que aparece en el mundo un bicho capaz de pensar;
dicho esto como la capacidad de concebir planes y procedimientos con
un objeto determinado… y la jodimos. En mi inane opinión, la
aparición en la naturaleza de un animalillo con la capacidad del
racional pensamiento fue un mal negocio, porque -y ahora sí- puede
fastidiar a propósito, es más, tiene la capacidad para sobreponerse
a una naturaleza adaptable para hacer más daño aún… pero
abandonemos esta línea que no toca y abordemos la que sí.
Decía
antes que los subterfugios son el ingrediente de todas las salsas con
la que acompañamos nuestra vida diaria. Reciclar, reciclar y
reciclar… Nos inunda, todo lo llena, no hay frase referida a la
naturaleza y las soluciones a su mala salud que no incluya el término
y este hecho no es circunstancia baladí; no por incierta o
inadecuada, sino por el torticero uso que de ella hacen los que están
en la cima de la pirámide. Desde luego, en esta sociedad nuestra,
donde el más tonto hace relojes, separar al bien intencionado del
manipulador es cada día más difícil, todo se mezcla y se embarulla
con aquella pretensión de “a río revuelto, ganancia de
pescadores” y en esta dinámica, nada mejor que emplear recursos
suficientes en descargar la responsabilidad del desaguisado en los
comunes mortales, hacer creer al sufrido consumidor que es el
responsable de todos los males que aquejan a esta ajado planeta y que
en su mano, y solo en su mano, está la solución. Esta estratagema
consistente en cargar a un sujeto ambiguo y innominado como es la
masa, siempre dio resultado al que supo utilizarla en tiempo y forma…
nadie se da por aludido y por consecuencia, nadie pone el interés
adecuado en centrar un tema “que no le afecta directamente”.
Pero
vamos al grano: Según la normativa básica estatal de residuos en
vigor, las administraciones competentes basarán sus políticas en
una jerarquía según la cual, sólo si no se puede aplicar la
preferente, se implementará la siguiente en importancia. Esta
jerarquía establece el siguiente orden de preferencias: En primer
lugar la no generación de residuos (prevención), en segundo la
reutilización, en tercero, el reciclaje, en cuarto, la valorización
con o sin producción de energía y por último la eliminación.
No
hace falta darle muchas vueltas a la cabeza para descubrir que, con
mucho, el generador más importante de residuos es la industria de
bienes de consumo -Hay otras, pero no son motivo de esta diatriba- y
que si las administraciones fiscalizaran la actividad de esta
industria nos evitaríamos, además de una enorme cantidad de
residuos, el trabajo por parte de la ciudadanía y de las propias
administraciones para deshacernos de los que se introducen
en el mercado.
Hay
que tener en cuenta que residuo es cualquier
sustancia u objeto que su poseedor deseche o tenga la intención o la
obligación de desechar, pero no tiene esa consideración cuando lo
adquirimos, ya que en ese momento tiene un valor que debemos
pagar. Supongamos que adquirimos una caja de bombones; lo que
básicamente queremos adquirir son esas delicias de chocolate, pero
no podemos comprar solo y exclusivamente eso, sino que con ellos nos
están vendiendo, además, la doble envoltura de papel que los
protege individualmente, la brillante bandeja de material plástico
que separa unos de otros para dar mayor volumen al producto, la
plancheta de grueso papel que se pone por encima, la caja de cartón
serigrafiado que oculta el contenido de la vista y el papel especial
para regalo o bolsa de plástico en la que nos lo llevamos a casa.
En ese momento, nada de lo que alegremente transportamos
a nuestro
hogar
es residuo y, por lo tanto hemos comprado, previo
pago de su importe, un
montón de cosas que
no nos sirven para nada y que en muchos casos, superan en valor al
producto que sí deseábamos
adquirir.
Pues bien, en
este momento del espectáculo consumista en el cual nos encontramos
saciados y a punto de una indigestión, nos acompaña -ahora ya, sí-
un respetable cúmulo de residuos que según la industria que nos los
“encasquetó” y las administraciones públicas debemos reciclar;
si no, somos unos irresponsables ciudadanos carentes de conciencia
medioambiental… y
eso si no no hemos metidos en el oscuro abismo de la delincuencia
arrojándolos en algún lugar indebido.
Al
albur de esta parafernalia recicladora han nacido industrias que se
encargan de transformar esos residuos que les proporcionamos para
hacerlos susceptibles de ser vendidos de nuevo; pero cuidado, sólo
si sale más barato que si se hicieran con materia prima básica,
porque si no, irían directamente al vertedero y eso del reciclaje no
sería factible. Y ahí estás tú comprándote otra cajita de
deliciosos bombones con toda su caterva de residuos anexos que ya habías adquirido
y pagado antes.
Y
vamos a lo sustancial. Nada de lo anterior sería reprochable si las
Administraciones hicieran cumplir la norma que establece que solo se
podrá reciclar cuando sea imposible la no generación del residuo o,
en su caso, este sea difícilmente reutilizable.
Hablando
en plata: Primero -y ante la anuencia de la Administración- nos
venden lo que no necesitamos, segundo, nos
obligan a devolverlo para que la fabricación les resulte más barata
y tercero, nos lo vuelven a vender con un mayor margen de beneficios…
¡de cine!
La
responsabilidad que tenemos con el planeta nos afecta a todos, y en
ese “todos” están incluidos el consumidor, el productor y la
Administración. Me resulta difícil digerir que haya un sector de la
industria fabricando productos que no necesitamos y -queramos o no-
nos vemos obligados a comprar, porque los poderes públicos no
cumplen
con
su trabajo; o sea, imponer
la ley e impedir la generación de un material que muta de producto a
residuo sin que haya sito útil para nada.
Por
todo lo anterior, algo tan lógico, razonable y -sobre todo-
imprescindible como es el reciclado de residuos, se convierte en un
chantaje burdo hacia los ciudadanos de bien.
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