Estimados colocotrocos: Como si de un goteo impenitente se tratara, me llegan sin pedirlas, notas, escritos y misivas que no hacen más que inquietar mi tranquilo deambular por este mundo. Muchas de ellas vienen de nuestro vecino y malhadado país. Como quiera que no tengo mano para solucionar nada de lo que implícitamente se me pide, limítome a haceros participes de ello.
Tengo entendido que
gran parte de lo que somos se forja a muy tempranas edades y que las puntillas
del sayón, los detalles, aquellas pequeñas cosas que afinan nuestra personalidad
se van adquiriendo poco a poco; como a ratos muertos, casi sin quererlo. Pues
bien: estoy preocupado e intrigado a un tiempo. Me ilusionaría saber si mi
manera de ser y de pensar se sustenta en valores ecuánimes y equilibrados, y si
estos me servirán bien a la hora de escoger el camino de la felicidad o me
despeñaré a la vuelta de la esquina. Resulta inquietante estar equivocado y que
por soberbia o desconocimiento, se nos escape la posibilidades de reconducir la
situación.
Alguien me dijo una
vez que intentar mejorar era el objetivo y no el conseguir la mejora, que la
solución está en el camino y no en la meta. No quiero quitarles la razón, de
hecho creo que la tienen quienes eso opinan, pero todos sabemos que durante el
viaje suceden cosas: agradables unas,
otras no tanto, errores y aciertos y que la razón que nos hace acumular
experiencia, también nos carga de las toxinas que destilan el fracaso y el
error y puede que el cúmulo de las mismas terminen por desalojar la motivación
y destruyan el camino y al caminante. Esta situación puede ocurrir cuando la
meta que nos proponemos está demasiado lejos para nuestra capacidad y
resistencia, por lo que a la hora de escogerla, debemos ser consciente de
nuestras limitaciones.
El camino que
emprendió la España que hoy conocemos, no es del todo conocido. Múltiples
intereses se han empeñado en torcerlo y retorcerlo de forma que lo que de él
nos ha llegado no es lo suficientemente fiable como para tenerlo como premisa
en ninguna conclusión. En ese deambular por la historia, se han cometido tantos
errores y tan graves, que utilizarlos como modeladores de la excelencia se me
antoja temerario; y es que alguno lo han sido en razón de otros, enredando
tanto la madeja que resulta imposible ya, encontrar el cabo.
Visto lo visto, la
historia de España es, a mi modo de ver, improbable; ¿o alguien puede asegurar que
no ha sido manipulada hasta ahora, al igual que lo está siendo en estos
momentos?- No hay que buscar mucho para comprobar cuan cambiante puede ser el
mismo suceso dependiendo de su cronista, y como, para ello, siquiera es
necesario que cualquiera de ellos mienta.
¿Qué nos está
pasando?
Me imagino nuestro
país como el mal protagonista de un vodevil mediocre. Una de esas
representaciones previsibles y de la que todos los espectadores suponen el
final; con unas plateas pobladas de escandaloso populacho, putos, mendigas y
maleantes que comen y beben divirtiéndose a costa de la vulgaridad de lo que
ven; gente que seguirían de burla y chanza si el actor muriera en escena de un
síncope fulminante… y esta imagen me disgusta demasiado como para no
resistirme.
Aquí, donde tantos se
consideran mejor que el vecino, porque él es culpable de sus desgracias, pero
de las nuestras, los culpables son otros; aquí, donde todos somos más honrados que el de al
lado; porque sus triquiñuelas no tienen excusa, pero las nuestras están
plenamente justificadas; aquí, donde todos robamos, pero nuestro “choriceo” es justiciero, el del
otro es pura y simple delincuencia; aquí, encontrar un objetivo común me resulta imposible y, sin ese objetivo, el
camino se diluye hasta desaparecer.
Nada de esto
cuadra.
En mi opinión, no queda
otra que dejar aparte las dramáticas “tontás” de siempre y comenzar algo nuevo:
¿Acaso no es más importante lo que dejemos a nuestros hijos que lo que nos
dejaron nuestros padres? Vivir en comunidad no es estar eternamente pidiendo
sin ofrecer nada, pensar que tenemos derecho a más porque en el Pleistoceno, un
mandril andaluz se benefició a un chimpancé vasco o Doña Petronila mancilló la
tierra extremeña meando bajo una encina, no. Siempre pensé que vivir cada uno
por su cuenta supone un exceso en la utilización de recursos y –creo- que no
estamos para dispendios, que nuestros hijos no se merecen eso. Vivir en
comunidad supone ceder parte de nuestra libertad personal al grupo en un clima
de confianza y so certeza de una utilización ecuánime de la misma en pos del
bienestar común; pero de eso, aquí, entendemos poco.
Desde luego no soy
optimista sobre el futuro ¡Que más quisiera yo! No creo que mi ciudad llegue a
funcionar, ni mi país, ni mi mundo y, lo que es peor, no veo la manera de que
nuestra mentalidad personal y nuestra conciencia de grupo cambien antes de que
nos cepillemos lo que de razonable queda a mí alrededor.
Luis F. de Castro
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