Queridos súbditos: Que tristeza siento al leer estas cartas que me llegan del país vecino. Mi conciencia hierve al contrastar las penas y cuitas que me exponen, con la felicidad que se enseñorea aquí, en Colocotroco. ¿Como se podrá vivir así? Es obligación solidaria con mi querido pueblo, exponer estas cartas para que se tomen en cuenta y la experiencia ajena se admita como fuente en la búsqueda de nuestra felicidad.
Viñeta de ETC noticias
Hoy, retenido en el
diario atasco de la M-40 he caído en cuenta de cierto anuncio radiofónico en el
que una conocida empresa, entre coros y fanfarrias, nos anuncia que la
responsable de nuestro nivel de vida y progreso es la energía y que ella misma,
como “humilde” productora y vendedora de la misma, se merece nuestro más
sincero aplauso. El anuncio era como de mitin post-desastre. Como si se tratara
de uno de esos discursos de película americana cuando el líder se dirige al pueblo
para levantarles la moral después de que un meteorito haya destruido todo el
medio-oeste; de esos que a medida que transcurre la soflama se te va inflando
el pecho y cuando acaba, o expulsas el aire, o explotas. Una pena, vamos… El caso es que, bien mirado, quemamos lo que
no arde, ensuciamos sobre lo sucio, pavimentamos todo lo que haya que
pavimentar, matamos hasta lo que no tiene vida y derrochamos lo que nunca fue nuestro y sin embargo, estas
realidades se nos presentan como delicadezas dignas de zares, como zapatos
hechos a medida. Esta atmósfera hipnotizante se extiende a todos los recovecos
de la sociedad; no puedes escapar de ella, te rodea, te envuelve y te inunda. No
encontramos la ventana por la que sacar la cabeza y respirar. Que esa miríada
de elegidos, tan inteligentes ellos, tan sagaces, tan bien pagados no tengan
otra manera de convencernos, no tiene disculpa ni descargo. Que estos prebostes
tengan que endulzar sus nimias conquistas arrastrando siempre las del
contrincante, ¿No huele a podrido?
Ya no creo en casi nada
ni en casi nadie…
Decía mi abuela “To esos sermones pa
mis cojones”… y decía bien. Cuando perciba sentido común, bondad, lealtad y
rigor en los ojos de esos que dicen querer lo mejor para “el ciudadano”; cuando
compruebe como se indigestan al montar en 400.000 euros de coche pagados por el
contribuyente, cuando mis glándulas excreten correctamente tras una de esas
“ejemplares actuaciones ajustadas a derecho”, cambiaré de actitud; bien
entendido que me consta que ese cambio, a ellos, les trae absolutamente al
fresco.
Sé
que meter a todos en el mismo frasco no es lo correcto, pero a la hora de
repartir papeles en esta sociedad, a mí no se me asignó el de impartir
justicia, sino el de pagar impuestos y cumplir leyes, así es que es lo que hago…
y si no estoy de acuerdo, fíjate tú que no saco el Kalasnikoff y me lío a
repartir plomo… ¿A que no?
Sólo del regusto,
del tufillo, de esa sensación residual que, proveniente del fondo de estómago,
alcanza las papilas gustativas, puedo fiarme… Esas sí que son fiables y, a la
postre, son las que conducirán mis manos a la papeleta que después dará de
comer opíparamente a quienes dirigen mi destino.
Ni los políticos,
ni la prensa, ni la justicia, ni la religión conseguirán convencerme de otra
cosa que no sea que esta democracia en la que nos movemos, no se basa en el responsable
y meditado sufragio popular, sino en el sufragio digestivo.
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