Tal y como nos vemos nacer y morir, tal y como observamos que el
árbol brota de la semilla de su progenitor y termina pudriéndose
bajo las raíces de su vástago, concebimos el principio y el fin. La
vida tiene sus ciclos dentro de los cuales el nacimiento y la muerte
no dejan de ser un par de los eslabones de una cadena sinfín y nada
tienen que ver con el principio de las cosas, porque la vida es solo
una ínfima parte de todo lo que nos rodea, una infinitesimal
partícula en la inmensidad del universo.
El hecho de pensar que debe existir un
principio y un fin de todo, no deja de ser una visión egocéntrica
del Universo, una adaptación de la mecánica del mundo al
sentir/pensar humano. ¿Porqué tuvo que haber un principio? ¿Porqué
ese tiempo que rige el devenir humano lo trasladamos a todo lo demás
que nos rodea? Pudiera ser que el tiempo no sea más que un sistema
doméstico para poder racionalizar los acontecimientos y así
colocarlos con cierto orden en nuestra mente, un sistema artificioso
para tenerlos accesibles; pero me resulta aventurado asegurar que sea
un parámetro esencial para el cálculo del origen de todo.
¿No será que el tiempo es un invento humano?
Creo que si consideramos que el universo existe desde siempre y nunca
desaparecerá, el concepto “tiempo” pierde su importancia y los
pilares que sostienen nuestra visión del mundo se vendrían abajo.
¿Como justificar entonces las religiones que rigen nuestros
destinos? Esas religiones por las que mueren y matan tantas gentes.
Me resulta doloroso e irracional pensar que
hubo una vez en que nada hubo, un tiempo en que siquiera vacío hubo.
Esa idea no cuadra con mi lógica, me resulta tan absurda como la del
conejo y la chistera. ¿No es más
lógico pensar que todo existe desde siempre a verlo surgir de la
nada?
Pienso que los hombres crearon a los dioses
para defenderse del miedo a ese vacío, del pánico a la nada, los
crearon como masilla para rellenar ese incómodo hueco en nuestra
mente.
Luis F. de Castro
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