domingo, 16 de febrero de 2014

La fe


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Qué es la fe sino una promesa, la mayor de las veces, vana; una motivación gratuita que nos arrastra por caminos oscuros hacia algo cuya probabilidad es incierta. Somos seres que necesitan creer, seres que se sustenta en inmensas columnas de espiritualidad cuya única finalidad es mostrarnos objetivos utópicos, objetivos aparentemente necesarios para seguir viviendo. El instinto de supervivencia de por sí, se desvanece a cada empellón del raciocinio, sucumbe ante el empuje del argumento y la demostración y poco a poco desaparece; pero nuestra naturaleza inconsciente porta armas para mantenernos vivos en este mundo sin motivo, y la fe es una de ellas. Creer sin más, se nos da bien; sorprendernos ante ínfulas  imposibles e injustificables nos apasiona y motiva más allá que un teorema indestructible. Alguien dijo que la fe mueve montañas y no le falta razón… yo diría que la tiene toda y, a pesar de las desgracias que acarreó desde el principio de los tiempos, es, en parte, el motor de una especie que, de faltarle, no sería otra cosa que un mamífero más.
Mal que me pese, soy un descreído. La motivación extra que supone “tener fe” no recaló en mí y por lo tanto, o temo, o desespero, o me resigno y por ende, me desplazo por esta vida con notables dosis de pesimismo a cuestas. La fe está intrínsecamente unida al optimismo, un optimismo que niega la mayor: la muerte; no la física cuya existencia es tan irrefutable como nuestra estupidez, sino la espiritual. De una forma u otra, seguiremos existiendo más allá de este cuerpo; el contenido sólo hace que cambiar de continente y la fuente de nuestras desgracias desaparece. ¡Burda y útil patraña!
Qué más quisiera que ser adicto a esa droga, tener excusas para el comportamiento irracional y motivos para no temer el fin, pero, al igual que muchos, la bioquímica de mi cerebro no ha conseguido darme esa ventaja y –aunque no valga de nada-, me solazo pensando que tengo razón.


       Luis F. de Castro.

3 comentarios:

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  2. Perdona si parezco metijona, pero algunas cosas no las entiendo.

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  3. No te preocupes, anónima, pero yo no soy metijón y tampoco me entiendo.

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