Desde el primer segundo y hasta el último, cuenta tras cuenta, se van enhebrando en el cordel.
Son bolitas de colores; ni muy vivos, ni brillantes, más bien discretos y algo simplones que van cayendo una sobre otra dando significado a un paisaje humano desmedido por lo burdo.
Payne nos cuenta una complicada historia con palabras aparentemente ingenuas y elementales, desnudando con parsimonia y tranquila tozudez los defectos de una sociedad envejecida, cruel y acartonada. El resultado es una película espléndida, llena de matices y escandalosos silencios; cargada de espesos mensajes que cuesta asimilar y que dejan un sorprendente regusto.
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