Uno, con los años, se hace escueto.
Cada vez cuesta más mover el cuerpo y a cuenta de ello, reduce sus
necesidades en razón a la posibilidad de conseguirlas.
El tiempo te convence que pasó la hora del gallardo pavoneo, de
aparentar aquello que no somos obligándote a ocultar lo que sí.
Como resultado, poco a poco te sumes en una dinámica de escaqueo
vital, de pasividad contemplativa y expectante que -extrañamente-,
en nada tiene que ver con la vagancia o la holgazanería. Es,
sencillamente, una búsqueda de la eficacia primordial, la huida de
la indiscreta opulencia y el derroche. Llega el momento de
preguntarse cuanto papel higiénico es necesario para eso que todos
hacemos, o si para beber un sorbo necesita uno el vaso lleno hasta el
borde.
Lo mismo que nos abandona la memoria y nos aborda la torpeza, nos
inunda una necesidad perentoria de ahorrar la vida y sus cosas con la
ufana pretensión de usarlas en momentos más determinantes. Como si
eso fuera posible... ¡pazguatos!
Llegado el momento, nunca encuentras lo guardado.
Luis F. de Castro
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