sábado, 27 de diciembre de 2014

El viejo tacaño.

       
       Uno, con los años, se hace escueto.
    Cada vez cuesta más mover el cuerpo y a cuenta de ello, reduce sus necesidades en razón a la posibilidad de conseguirlas.
     El tiempo te convence que pasó la hora del gallardo pavoneo, de aparentar aquello que no somos obligándote a ocultar lo que sí. Como resultado, poco a poco te sumes en una dinámica de escaqueo vital, de pasividad contemplativa y expectante que -extrañamente-, en nada tiene que ver con la vagancia o la holgazanería. Es, sencillamente, una búsqueda de la eficacia primordial, la huida de la indiscreta opulencia y el derroche. Llega el momento de preguntarse cuanto papel higiénico es necesario para eso que todos hacemos, o si para beber un sorbo necesita uno el vaso lleno hasta el borde.
     Lo mismo que nos abandona la memoria y nos aborda la torpeza, nos inunda una necesidad perentoria de ahorrar la vida y sus cosas con la ufana pretensión de usarlas en momentos más determinantes. Como si eso fuera posible... ¡pazguatos!
       Llegado el momento, nunca encuentras lo guardado.

Luis F. de Castro

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