Escucho la Sinfonía
del Nuevo Mundo y mientras sus compases se me incrustan en la boca
del estómago me pregunto qué puedo hacer yo. Sí, qué puedo hacer
para ser feliz y ayudar a que los demás también lo sean… aunque
sea un poco.
Para empezar por el
principio, debería saber que coño es eso de la felicidad; difícil
tarea, sí. No creo ser exacto, aunque no del todo desencaminado si
digo que la felicidad es un sentimiento o sensación de bienestar en
sentido amplio. Vamos, que puedes sentirte feliz si te comes una
rosca o saboreas un trocito de chocolate, pero que ser feliz por
ello me parece excesivo. Lo del sentido amplio viene más por una
cuestión temporal que cuantitativa, porque ser feliz es lo más, y
más allá, como que no se puede. Por otra parte ¿se puede ser feliz
en ese sentido amplio? Pues mira tú que me parece que como todo en
esta vida, es relativo. Seguro que me dais la razón cuando digo que
nadie, o casi nadie, es feliz más de cinco minutos seguidos…
Acordaros de aquello de “Hoy puede ser un gran día, verás como
viene alguien y te lo jode”; cuando no eres tú mismo el que la
fastidia. Lo cierto es que a medida que discurro, más me parece que
eso de “la felicidad” es una entelequia y que -si acaso- sea, ni
más ni menos, la ausencia de hambre, dolor, sueño, ganas de mear,
etcétera; y siguiendo por ese camino, llegar a la idea de que tu
felicidad es inversamente proporcional a tus necesidades y, por ende
que eres tan feliz como tu ausencia de estupidez te permita. Si eres
de los que babea con el vuelo de una mariposa… ¡miel sobre
hojuelas!, ahora, si buscas la paz y la justicia en el mundo… ¡a
tomar por culo! Un desgraciado y de los gordos.
Conclusión: no
estudies, rehuye a la gente, no preguntes, pasa de todo, mantente lo
más desinformado posible, no te ilusiones con nada, duerme todo lo
que puedas y tómate tu tiempo para hacer de vientre… y cumpliendo
estas sencillas indicaciones irás por buen camino.
No tengo que darle
muchas vueltas para descubrir que no soy tan importante como para que
mis disquisiciones influyan en otros, y si alguien se deja, peor para
él, porque el “cacao” mental es contagioso y de eso voy muy bien
servido.
...Es broma.
Un saludo y hasta
otra.
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