Es Gravity una de esas
películas que te obligan a desear descuartizar al memo de las
palomitas o al pánfilo de la bolsa de cheetos. Tiene un “nosequé”,
un “quéseyo” que llama a arrebato y que pasa por encima de su
sencillo argumento como sin tocarlo.
Bellísimas imágenes
-hipnótica alguna de ellas-, pasan una tras otra haciéndote
recordar que aquellas cosas buenas que nos dejaron Kubrick, Scott y
Oshima, entre otros, no son ni serán las últimas en proyectarse en
las solitarias salas de cine. Alfonso Cuarón se lo tenía muy
callado; quien iba a suponer que trabajos tan supeditados a un
marketing salvaje como los anteriores desembocarían en una
producción tan bella en lo estético y tan afinada en lo técnico.
Por otro lado, me gusta
la interpretación de Sandra Bullock. Son escasas las veces que esta
buena actriz destapa el tarro; quizás sea por no estar bien
dirigida, un encasillamiento premeditado o debido a una mala
selección de trabajos, pero cada vez que sale en pantalla, esperas
el chiste fácil o el chascarrillo de turno, pero en esta... “va
dado el que eso espere”.
Ciertamente el doblaje
engaña y tiende a “ensuciar” el trabajo de los actores; pero en
Gravity este extremo se agudiza en razón a que además del aporte
gestual y la dicción, intervienen otros recursos adicionales: se
interpreta con el sonido de la respiración, gritos y susurros, por
lo que existe la posibilidad de que parte del mérito no le
corresponda a ella, sino a su dobladora, y si es así: ¡hurra por
ella!
No sé si esta película
será de esas, pero me da el “tufillo” que pertenece al poco
nutrido grupo de las que aguantan bien el paso del tiempo.
En conclusión: de cine.
Luis F. de Castro.
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