Ganímedes,
10 de junio de 2.808
No
le queda otra a nuestro hombre que cazar al vuelo la pierna díscola
que golpea el dichoso sensor. Cuando por fin lo consigue, la
descuajada figura de Goda se detiene en extraña postura y anómala
quietud; a Agfo este silencio se le antoja como el que precede al
desastre y con expresión anhelante, busca desesperado cualquier
indicio que le anuncie un esperanzador ataque cardíaco o un colapso
de los de imposible recuperación... pero no. Goda abre los ojillos y
apartando como puede el descolocado pelucón que casi le cubre la
cara por completo, se le ocurre preguntar: -¿Ha pasado algo? -Será
estúpida, piensa Agfo-, pues claro que ha pasado, que casi nos
atomizas contra un anillo. Tan desenfrenada ha sido la actividad que
la porción de patatas que les regalaron con el pase aparece
estratégicamente repartido por todos y cada uno de los asépticos
rincones de la espaciera.
Cuando
tras dos horas de silencioso paseo, el vehículo atraca en el
espaciopuerto, ambos tiene que sufrir las cómplices risitas que se
lanzan entre sí los empleados y, lo que es peor: hasta los plasmones
parecen jactarse de la extraña pareja. Esto, a Agfo le solivianta
sobremanera.
-¿Pasa
algo? -Sacando pecho y como si le embistiera con él, se encara con
uno de ellos que parece estar más sonriente que lo que tienen
programado.
-Nada,
señor, que tenga usted un buen ciclo. -y dejándole allí, con todas
las ganas de pelea del universo y el cuello lleno de venas como
morcillas, el plasmón se retira con levitada suavidad.
-¡Será hijo
p... !
-Vamos,
cariño, que esta gente tiene cosas que hacer. -Goda tira de su brazo
con evidente disgusto. No se ha colocado bien el pelucón rosa y un
tiznajo de carmín se le extiende por la mejilla, además, una de las
patatas fritas ha escogido su pecho izquierdo para alojarse por
dentro de la gorepiel.
De
camino a Kara Van Chel, el silencio se adueña de nuevo de la pareja.
Agfo tiene conciencia de estar ante un extraordinario record: nunca
antes, Goda se mantuvo tanto tiempo callada. La situación es
anómala, antinatura la calificaría el hombre que por más que se
devana los sesos no sabe en qué desembocará. De pronto, Goda rompe
a llorar. Su llanto, que en un principio es como retraído y
quejumbroso, se va expandiendo para terminar siendo escandaloso,
decorazonador, sazonado de gritos desgarradores que asuntan tanto a
Agfo que capaz sería de saltar fuera de la espaciera. Con la boca
enormemente abierta, Goda parece intentar comunicarse a berridos con
los habitantes de la lejana Tierra y nuestro hombre se arrincona a un
lado pensando en librarse de la muerte si a la mujer le diera por
reventar.
-¡Pero
que te pasa! ¿A que viene esto? -Pregunta sin esperar respuesta.
Llevado por un “nadie sabe qué” se arrima a la mujer y le pasa
un brazo por encima de los hombros como artificioso ademán. No es
que le embargue la pena, sino que tiene la necesidad de callar al
monstruo, por lo que hace de tripas corazón. -Venga, dime que te
pasa... seguro que no es nada, venga. -Poco a poco la intensidad del
llanto disminuye y Goda gira la cara para mirarle. Entre los
chorretones que caen en cascada de sus ojillos, el carmín escapista
y el pelucón travieso, conforman un cuadro que a Agfo recuerda los
de Picasso, el antiguo pintor terráqueo.
-A
mi nadie me quiere y yo me voy a morir... -Lo suelta como una letanía
mil veces recitada, al tiempo que el llanto brota de nuevo con
renovada potencia y con el agravante de proximidad. Agfo, que está a
punto de desfallecer y arrojarse -ahora sí- al espacio exterior,
quema sus últimos cartuchos...
-Que
sí, que si ¿Cómo no te va a querer nadie, mujer? Venga no llores
más. -Agfo comete la temeraria imprudencia de pasarle la mano por el
pelucón a modo de caricia. La plañidera abandona de golpe la
llantina y le atraviesa con la mirada...
-Y
tú me quieres... ¡Dime que me quieres, dímelo! -Goda se ha
abalanzado sobre nuestro descuidado protagonista y lo acorrala contra
la barrera iónica de la espaciera -¡Dímelo, por Dior, dímelo!
¡Por que si no me quieres me desconecto, me suicido, me
eutanasio...! ¡Que me lo digas! -Agfo es víctima del pánico. Ahora
en su cabeza, sólo le ronda el “porqué tiene que pasarme esto a
mí”. Con los ojos desorbitados, no tiene donde esconderse o
escapar. Tan encima tiene a la mujer que la patata que se alojara en
su pecho, casi no se nota, de espachurrada que está.
-¡Que
sí, que yo te quiero! ¡No te iba a querer, mujer...! -Se le escapa
sin querer y el rostro de Goda cambia junto a sus violentos
estertores. Una sonrisa de felicidad aflora tan de golpe que los
dientes deslumbran el impoluto interior de la espaciera.
-¡Qué
feliz me haces, cariño, qué feliz! -Goda le mira intensamente
durante unos segundos que a AGFO le parecen milenios, tras los cuales
se acomoda de nuevo en el susiento. Con cierta precipitación, se
arregla la indumentaria por encima y con una arrebolada expresión,
le dispara:
-¡Hagamos
de nuevo el amor, hagámoslo!
(Continuará...)
Luis
F. de Castro.
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