Es la nuestra una sociedad joven, una sociedad que
se encuentra en los primeros estadios de su formación. En los tres o
cuatro milenios que lleva siendo tal, se han ido esparciendo por su
historia los detritos de un metabolismo basado en la prueba y el
error: sistemas de gobierno, de organización, de convivencia al fin,
que por su escasa eficacia o sus incoherencia con la idiosincrasia
humana han sido desechados o, incluso, métodos y formas que, aun
siendo válidos en su momento, dejaron de serlo por su propia
evolución o la del grupo al que servía. Con el tiempo, los
problemas más importantes e inherentes a esta necesidad de
convivencia racional se han ido tamizando y a resultas de la
operación, aparecen sobre la batea algunos que, por su persistencia
a través del tiempo, han obligado a la humanidad al empleo de
ingentes cantidades de recursos: Uno de ellos es la corrupción.
Básicamente, se puede considerar la corrupción
como un sumidero de recursos que condena a la pobreza al grupo social
que la padece y por ende -al intentar reconvertir esas situaciones-,
a sufrir crisis más o menos traumáticas y de inciertos resultados.
Está presente desde que el hombre tuvo la necesidad de formar grupos
cooperativos y, por lo tanto, la de elegir individuos con
responsabilidades organizativas que con frecuencia, intentaban
transformar dichas obligaciones en derechos de beneficio personal.
Tiene, además, hundidas sus raíces en lo más
profundo del comportamiento humano, siendo su implantación en cada
individuo una sencilla cuestión de cantidad y oferta de
oportunidades, por lo que, con el tiempo, su aparición en una
dinámica social concreta, se ha demostrado como de altísima
probabilidad. La pretensión de controlarla a base de leyes y normas
punitivas se ha demostrado ineficiente a la vista de que son aquellas
sociedades con mayor profusión de las mismas, las que tienen esta
lacra más extendida y resistente a la erradicación.
En mi opinión, a corto plazo, poco podemos hacer
para expulsarla de nuestro alrededor; sería más fácil extirpar el
bazo a todos los individuos que son en el mundo; quizás una
educación más centrada en valores éticos, quizás sobrepasar la
democracia y profundizar en otros sistemas de gobierno o... no sé.
Puede que la corrupción sea como el acné juvenil de una sociedad a
la que le queda mucho camino por recorrer y que, esperemos,
desaparezca con la edad; siempre que otras afecciones juveniles no la
hagan desaparecer antes -a la sociedad, digo-
Luis F. de Castro.
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