miércoles, 4 de septiembre de 2013

Sobre la corrupción.

Queridos conciudadanos del reino de Colocotroco: Como vuestro Rey que soy, me propongo daros a conocer el mundo que nos rodea y aunque, en nuestro paradisíaco territorio, la mayor parte de estos problemas están erradicados de antiguo, no está de más ponerlos a vuestra consideración como recordatorio de lo que sufren otros por su mala cabeza.



    Es la nuestra una sociedad joven, una sociedad que se encuentra en los primeros estadios de su formación. En los tres o cuatro milenios que lleva siendo tal, se han ido esparciendo por su historia los detritos de un metabolismo basado en la prueba y el error: sistemas de gobierno, de organización, de convivencia al fin, que por su escasa eficacia o sus incoherencia con la idiosincrasia humana han sido desechados o, incluso, métodos y formas que, aun siendo válidos en su momento, dejaron de serlo por su propia evolución o la del grupo al que servía. Con el tiempo, los problemas más importantes e inherentes a esta necesidad de convivencia racional se han ido tamizando y a resultas de la operación, aparecen sobre la batea algunos que, por su persistencia a través del tiempo, han obligado a la humanidad al empleo de ingentes cantidades de recursos: Uno de ellos es la corrupción.
    Básicamente, se puede considerar la corrupción como un sumidero de recursos que condena a la pobreza al grupo social que la padece y por ende -al intentar reconvertir esas situaciones-, a sufrir crisis más o menos traumáticas y de inciertos resultados. Está presente desde que el hombre tuvo la necesidad de formar grupos cooperativos y, por lo tanto, la de elegir individuos con responsabilidades organizativas que con frecuencia, intentaban transformar dichas obligaciones en derechos de beneficio personal.
  Tiene, además, hundidas sus raíces en lo más profundo del comportamiento humano, siendo su implantación en cada individuo una sencilla cuestión de cantidad y oferta de oportunidades, por lo que, con el tiempo, su aparición en una dinámica social concreta, se ha demostrado como de altísima probabilidad. La pretensión de controlarla a base de leyes y normas punitivas se ha demostrado ineficiente a la vista de que son aquellas sociedades con mayor profusión de las mismas, las que tienen esta lacra más extendida y resistente a la erradicación.
    En mi opinión, a corto plazo, poco podemos hacer para expulsarla de nuestro alrededor; sería más fácil extirpar el bazo a todos los individuos que son en el mundo; quizás una educación más centrada en valores éticos, quizás sobrepasar la democracia y profundizar en otros sistemas de gobierno o... no sé. Puede que la corrupción sea como el acné juvenil de una sociedad a la que le queda mucho camino por recorrer y que, esperemos, desaparezca con la edad; siempre que otras afecciones juveniles no la hagan desaparecer antes -a la sociedad, digo-




Luis F. de Castro.

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