Hoy, con ser el día que comparte la Nochebuena con mañana, no deja
de ser otra jornada más. Ocurra lo que ocurra, pase lo que pase, un
día tras otro, nuestros aconteceres sólo son parte de una dinámica
universal de la que, queramos o no, formamos parte. El mundo gira,
las cosas caen, la vida nace y muere a un tiempo, pero sólo
nosotros, los que conformamos este nutrido grupo de aldeanos, somos
depositarios de un gran tesoro: los sentimientos. Carne pensante y
doliente para unos, monótona y fugaz para otros, pero viva y libre
al fin; porque en nuestra mano está la elección; hacer de la pena,
alegría, del tedio, pasión, y de la muerte, horizonte. Sentir el
tiempo pasar sobre nosotros y sentirlo como si de una suave brisa se
tratase que trayéndose viandas, se llevase al olvido lo doloroso del
pasado.
Hace unos días murió Arturo, hoy Antonio; ambos eran esposos,
padres y abuelos, y ambos de la misma amplia y, para mí, querida
familia. Los dos sufrieron más de lo que debían, pero se fueron con
la tranquila parsimonia del que nada deja que temer a su espalda;
ambos dejaron su amable y bondadosa impronta en todo lo que alguna
vez los rodeó. Hoy quedan dos casillas vacías en el registro de la
buena gente que ha sido, dos casillas que volverán a ocuparse, como
siempre ha ocurrido y seguirá ocurriendo; pero que en su familia y
en aquellos que los conocimos dejarán la remembranza de dos personas
que dejaron mucho más de lo que se han llevado.
Si por un momento supiéramos como enlazar, si hubiera alguna forma
de intercambiar y compartir sentimientos y sensaciones sin
contaminarlos con la distancia y el egoísmo, me gustaría que fuera
este. Abrir la espita y dejar pasar la pena de la despedida y la
alegría del renacimiento, elevar nuestro espíritu sobre el miedo y
el desánimo cubriéndolos con un manto de expectante bienvenida.
… Porque, como decía la canción, hoy puede ser un gran día; el
día en el que Arturo y Antonio caminan juntos contándose chistes y
fumándose ese cigarrillo que ya no podrá hacerles daño; lo hacen
por el prado donde la hierba nunca se agosta y el aire siempre es
fresco, donde el dolor no existe y no hace frío; sonríen
satisfechos porque saben del amor y la bondad que dejan tras sí.
A la memoria de dos grandes tipos: Antonio y Arturo.
Luis F. de Castro.
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