Éranse una vez dos
chicas: morena una, rubia la otra y bellas las dos. Pertenecían al
gremio de la farándula formando pareja artística y pasaban su
tiempo correteando de escenario en escenario mientras escamoteaban su
escasa pericia bajo escandalosas dosis de muslo y pechuga.
Se llevaban bien,
acaso por que eran muy diferentes y, aunque opinaran dispar,
apoyábanse en todo lo que mereciera ser apoyado. Una era casquivana
y promiscua... digamos que de bisagras bien engrasadas; importábale
bien poco los detalles, cuando el general era lo suficientemente
largo y grueso; a la otra no le saciaban ninguna de esas medidas, el
único tamaño que llamaba su atención era el de la faltriquera que
obligatoriamente debía estar bien surtida. Hablando claro; una era
puta y la otra casi.
Un día, la
interesada, la más puta de las dos, se llevó al huerto a un rico
heredero y, dándole a oler, que no a catar, los jugos propios de su
condición, hízole notar su condición de ser pedida. El
zangolotino, ahíto de amor por la moza, accedió a ello, así que
con motivo de celebrar los prometidos esponsales, al otro lado del
Atlántico un crucero pagó a ambas. El pobre babeaba con la
seguridad de, una vez allí, saborear aquello que se le resistía;
pero quiera el destino que, obligado a atender los negocios de la
familia -su "papaíto" se olía la “tostá”- retrasó su viaje a
expensas de dejar algunos asuntillos en orden. La "rubieja", visto este
espacio de libertad inesperado, se vio en la necesidad de emplearlo
en agenciarse algún aperitivo en forma de viejo decrépito y
acaudalado al que esquilmar sin necesidad de que le irritasen la
entrepierna. Con la ayuda de su morena amiga púsose manos a la obra,
sin que pusiera esta ningún inconveniente mientras le dejara tiempo
para atender con la debida dedicación al equipo olímpico de los EE.UU. que por casualidad, esperaban, cachondos del todo, ser solazados.
Como dije con
anterioridad, el papá del heredero baboso se barruntaba la insana
pretensión de nuestra amiga, la puta, y envió un macizorro sicario
con la ufana pretensión de desbaratar en casorio. Decir macizorro y
pinchárselo la morena fue todo uno; poco le importó enterarse de su
condición de espía mientras este fuera capaz de calmar unos picores
en los que, por lo visto, el equipo olímpico estaba fracasando.
El caso es que al
final, entre la una y la otra se llevaron al huerto al heredero, al
papá del heredero, el dinero de ambos, al espía, al equipo olímpico
americano, al gordo espantoso y cargado de diamantes que pasaba por
allí, al juez prevaricador y a la gendarmería francesa al completo;
y todo con unas pocas feromonas de nada y un bote de tinte... ¡hay
que joderse! Y pensar que la sensación al acabar de verla es la de
haber leído el manual de los boy scout.
Pues esta es la
historia que cuenta sin despeinarse Howard Hawks en “Los caballeros
las prefieren rubias” y me da a pensar que la esencia de una
historia va más en el como que en el qué. Definir la naturaleza de
un acontecimiento de forma objetiva no es difícil, es imposible.
Siempre se dejará la impronta del narrador y esta transformará lo
acontecido en algo suyo, personal, desvirtuado en mayor o menor
medida. Incluso si intentamos hacerlo con la mayor asepsia dejaremos
gestos, tonos y silencios que serán interpretados por la máquina de
razonar receptora. Es por ello que pudiéramos considerar que para
hacerse una idea precisa de un suceso, deberíamos captarlo sin
intermediarios y eso -lo dicho-, es imposible. El mismo argumento de
la película de antes daría para un dramón de Almodovar o una de
Tarantino... depende, todo depende.
Hay un refrán que
viene a decir aquello de: “Dime de lo que presumes y te diré de lo
que careces” y al pelo se me vienen las pretensiones de veracidad,
neutralidad e independencia de los medios de comunicación. No hace
falta decir hasta que punto es mentira todo eso... yo creo que somos
conscientes de ello y mi disconformidad no es con la subjetividad,
tendenciosidad o dependencia del informante, -circunstancias estas
que considero naturales y comprensibles en su buena fe- sino que
estos medios se nos vendan envueltos en imposibles, que nos hagan
comulgar con ruedas de molino.
Hace tiempo que me
saturé de esa pretendida objetividad y temporalmente decidí
alejarme de la actualidad que nos venden los medios; al menos de la
supuestamente trascendente, así que desde hace algún tiempo me
mantengo apartado de noticieros, debates, periódicos y de esas
conversaciones sobre “cosas serias e importantes” que me
mantenían apesadumbrado durante todo el día.
Espero que con el
tiempo mejore mi humor aunque, visto lo visto, mi círculo de debates
se ha reducido notablemente.
Luis F. de Castro
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