Si ves que mira a los que polemizan acaloradamente y, si acaso,
balbucea, y cuando consigue la palabra trastoca el devenir de lo que
un día alguien dijo que debía hacerse con el lenguaje; si
compruebas que a medida que acaba con cada frase, como que se enfada
consigo mismo y la siguiente empeora la anterior; si se justifica a
cada momento, si acude a razones del más allá o acá para que le
entendáis, si entra pero no sale del tirabuzón en el que sólo él
se introdujo, estáis ante uno de esos que piensa más rápido de lo
que consigue explicarse; uno de esos de los que cuando quiere retomar
el hilo, este se le complicó tanto que mejor le valdría comprarse
el jersey ya hecho.
Bien entendido que en razón de morfología de especie, más fácil
será mover la neurona que la lengua, pero, por las mismas, también
será más hacedero enseñar a la primera que a la segunda; lo cierto
es que con frecuencia el sujeto del problema que en estas líneas
comento, suele enfadarse y refunfuñar cuando esto le sucede,
vertiendo pestes excusadas sobre sus contertulios, acusando a las
entendederas de estos últimos de falta de reflejos: ”…es que no
me entendéis”, “…pues es muy fácil”, “…a ver, como me
explicaría yo para que me entendierais”, etc.
También es de justicia llamar la atención sobre la existencia del
tipo reconocedor recapacitante introvertido; más o menos silencioso,
de frases cortas, -“pa no cagarla”-; sentencias reconocidas desde
antiguo y compañera de “en boca cerrada no entran moscas” que
suele ser postura del que tiene conciencia de sus limitaciones y lo
aderezada con notables dosis de sentido común. Discretos y comedidos
en base al reconocimiento de limitaciones, pero silenciosos y
taimados por la misma cuenta, ya que, si de llevarse el gato al agua
se trata, la maquinación se convierte en herramienta indispensable.
En cualquier caso, la búsqueda del equilibrio entre los que quieres
decir y dices, debe ser camino y meta de nuestro diario devenir
porque, si de ello carecemos, por obligación tendremos que arrastrar
el petate del charlatán, o -el más doloroso de todos- el de la
soledad.
Luis F. de Castro
No hay comentarios:
Publicar un comentario