Tasmania es una
isla verde, grande y feraz; con grandes bosques y nobles montañas.
Se encuentra a una latitud parecida a Galicia, pero en el hemisferio
sur y es poco mayor que Andalucía. Desde hace unos trece mil años,
el estrecho de Bass la separa del continente australiano. Tasmania
tuvo que ser en tiempos lo más parecido a un paraíso que se puede
encontrar, y muestra de ello es que sus primitivos habitantes, los
tasmanos, una vez abandonaron la compañía de sus compadres, los
aborígenes australianos, desecharon algunos de los llamados
“avances de la civilización” : la agricultura, la pesca, la
domesticación de animales, etcétera, y eso, a mi corto entender
solo se entiende si las necesidades son menos.
Los tasmanos,
eran bajos, poco más de un metro cincuenta, y a decir de los
ingleses, robustos y feos… -Digo yo que no se ha mirado a un
espejo, que no todos son como David Beckham- No usaban vestimentas al
uso, siquiera taparrabos, circunstancia esta que les granjeó la más
puritana de las enemistades por parte de sus ”nobles y modernos
conquistadores”
Pues bien,
estos mozalbetes vivían en su isla tan ricamente hasta que un
malhadado día de 1772 comenzaron a llegar súbditos de su Majestad
Británica en calidad de colonos. Posteriormente, y para redondear
la faena, en 1803, un tal Risdon Cove decidió establecer el primer
asentamiento europeo en la isla. Este asentamiento y alguno más de
los que le siguieron, estaba compuesto por la más granada y
exquisita representación de la sociedad británico/australiana.
Asesinos, violadores y delincuentes varios, fueron la embajada
occidental ante aquellos desarrapados inocentes. A partir de ese
momento, los indígenas fueron utilizados como esclavos, objetos
sexuales y especie cinegética… si, si, aunque parezca mentira,
eran cazados y sus pieles canjeadas por recompensas gubernamentales.
Aquellos que no sucumbían en estas batidas, eran sometidos al
régimen disciplinario más discrecional, sangriento y depravado que
se recuerda desde que el mundo es mundo, donde la tortura no tenía
límites.
…Y la cosa
acabó como tenía que acabar. De los más de diez mil tasmanos que
habitaban la isla, en 1830 solo quedaban unos doscientos y cuando
restaban setenta y dos, fueron apartados y recluidos hasta su total
extinción en 1876, cosa que ocurrió con la muerte de la última
mujer tasmana cuyo nombre era Truganini. De 1860 queda
la macabra anécdota protagonizada por el
miembro de la Royal
Society of Tasmania,
George Stokell, que mandó abrir la tumba del último hombre para
hacerse una maleta con su piel.
El genocidio
más completo y cruel se había consumado. No quedo ni la memoria.
La conocida
como Guerra
Negra o Genocidio
de Tasmania
fue ejecutado
por la noble y civilizada nación de naciones, o sea el imperio
británico, e hizo
desaparecer a toda la población autóctona.
…Pero
los malos, los indignos, los viciosos y depravados seguían siendo
los conquistadores españoles.
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