lunes, 22 de septiembre de 2014

Ayer, en el médico


Ayer,  200 años y 134 días después de la única guerra que deberíamos haber perdido y motivado por un asunto de pólipos, tuve a bien pasar por la consulta del especialista en digestivo. Llegado al lugar  a la hora indicada, me topé con una ventanilla  que, a la par que cerrada, se encontraba orlada hasta límites insospechados de carteles informativos. Eran dispares en formas, tamaños y colores: unos nuevos y otros ajados, unos escrupulosamente escritos y otros burdamente garabateados, unos  firmados con “gracias” y otros con “la dirección” pero todos, todos, ordenando cosas o imponiendo condiciones para ser atendidos.
Enfrascado en su lectura cual recita salmos del antiguo testamento, no caí en la cuenta del tiempo y mi enano interior y yo nos sumergimos en una disputa justiciera sobre lo soberbio y pedante de sus contenidos: Que si quieres ser atendido, con la tarjeta sanitaria en la boca, que “ojito” con levantar la voz, que si la hora de la cita es de mentirijillas, que si debíamos permanecer sentados, que si los móviles apagados… y un sinfín de memeces más a cual más imperiosa y restrictiva. En esto que me vi levantándome con ímpetu justiciero y –digno y orgulloso- arrancar uno tras otros todos los “papelajos”, me vi increpando al personal sobre su descarada falta de eficiencia, me contemple dándoles lecciones sobre la adecuada atención al público, me sentí querido por los sufridos administrados y aplaudido por ellos, me vi… ¡hay como me vi!

-         Señor, que no tengo todo el día, me da sus papeles o prefiere seguir rezando…
-         ¡Oh! Si, si, perdone; es que me distraje con estas amables indicaciones. Tenga, tenga.



Luis F. de Castro.

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