jueves, 25 de septiembre de 2014

Entre Málaga y Malagón, no hay nada



El armamento químico y bacteriológico no tiene buena prensa. Deja daños feos y poco honorables. Que un afectado por gas sarín muera en dos o tres minutos por falta de aire es indigno, pero que lo haga desangrado por una pierna amputada en cinco, no. Asimismo, eso de dejar este mundo en masa, todos juntos y mediante igual método, ¡jó, que pereza! pero hacerlo diseminaditos por las calles o en pequeños grupos, unos  a cuchillo, otros a golpes, muchos descuartizados por una buena metralla, ¡eso es otra cosa!
 
Yo no entiendo de armas: ni de estas ni de aquellas; no entiendo de política; no entiendo de casi nada, pero el nudo que se me hace en el estómago, sí entiende. El sufrimiento, el miedo, la pena, el desamparo de los débiles, de eso si entiende ese maldito nudo. Es ver algunas de esas imágenes que difunden, interesadamente o no, los medios; ver los rostros de alguna gente y  la cena se convierte en estopa. Intentas ponerte en su lugar viendo a tus hijos muertos o heridos como los hijos de esos pobres y se me viene a la mente –quizás sea una tontería más de las mías-, que lo mismo me da que me da lo mismo.
Esos tipos que manejan las vidas de otros como fichas de parchís, que utilizan las bajezas humanas, sus debilidades para sus exclusivos fines pensando que estos –los fines- son los mismos que la naturaleza reserva para la raza humana, son el cáncer que terminará acabando con ella y –o mucho me temo- con todo lo demás.
Morir por Dios, por Mursi, por lo que algunos dicen que es ley y democracia o por la Confederación Hidrográfica del Tajo, ¡que más da! La muerte es siempre la misma cuando es gratuita y violenta, es el fracaso de los fracasos. Después vendrán esas excusas falaces, mentirosas o interesadas y que, si se hurga en ellas, huelen a podrida demagogia.
Espero sin esperanza el día en que la humanidad se dote de una ley universal que no admita interpretaciones; una ley clara y concisa, uniforme y consensuada que marque las líneas rojas; una ley que pase por encima de estados, religiones e intereses económicos y en la que todos, ricos, pobres, jóvenes y viejos, hombres y mujeres puedan ampararse ante el abuso y la humillación del prójimo.
¡Tamaña tontería! ¿No?
No se me escapa que la propia idiosincrasia de la raza humana necesita de la dictadura, ya que sólo en el supuesto –incierto a todas luces- de que todos poseyéramos mentes lúcidas y equilibradas, el libre albedrío no nos llevaría al caos, por lo que para evitar tutelas interesadas la única dictadura razonable es la de LA LEY, y no me refiero a la de múltiples leyes pequeñitas y contradictorias, sino la de LA LEY  

No descubro nada si digo que la historia se ha movido a golpe de decisiones tomadas por mentes enfermas, de desvarío en desvarío y que no me equivoco si supongo que continuará así hasta el final, al igual que no digo ninguna tontería se creo que no se le pondrá remedio y seguiremos todos en ese garete en el que llevamos desde que nos bajamos de los árboles.

Luis F. de Castro

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