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Según algunos, la política es una rama de la moral
destinada a gestionar la convivencia, pero el valor de esa definición fluctúa
con los mercados. Hoy por hoy es tal el exceso de oferta que con un minuto de visibilidad
compras la mitad de cualquier Parlamento. La política ha llenado cada uno de
los intersticios de la sociedad y con el paso del tiempo, ha complicado tanto
la vida del ciudadano que consiguió dar el salto cualitativo final: se ha
convertido en libro de ruta de la evolución humana. En cierta forma, es
lógico. La racionalidad que nos caracteriza en el mundo animal, se alimenta de
poder y es este el que condiciona los avances del conocimiento: Poder sobre las
bestias, sobre la naturaleza, sobre nuestros semejantes, poder al fin.
Lo que mantiene unida a la sociedad contemporánea no es
otra cosa que eso: poder.
La importancia del hecho de que cada político vele por
los intereses de su ideología -que no de sus conciudadanos- se ha visto
superada por la necesidad de dejarse ver por ellos como lideres laboriosos y
capaces. A mi modo de ver, la presentación de su cometido como si fueran ímprobas
empresas, no es más que una función teatral encaminada a que cualquier
resultado -por desastroso que sea- pueda mostrarse como un triunfo clamoroso.
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