En su perenne y estúpido egoísmo, en su
mezquina prepotencia, se arroga el ser humano ser el creador de la estética y
el garante del orden; son estas algunas de las ideas que avocan este minúsculo
planeta al caos y la degradación. Nuestra soberbia nos lleva a pensar que todo
lo que nos rodea está para servirnos y que –llegado el caso- si no nos sirve
bien, “Dios proveerá”, porque hasta en esa torticera pretensión descargamos
nuestra responsabilidad en “otro”. Avanzamos descoordinados, a empellones,
desarrollando la copa sin preocuparnos de la raíz de este árbol que nos
sostiene obviando todos los avisos de descuaje que se nos presentan. Descorazona
pensar que la inmensa mayor parte de nosotros navegamos en esa dirección y que
la creencia en estos paradigmas, solo hace que colaborar en el derrumbe de
nuestra insostenible civilización.
Somos el fallido resultado de una maravillosa concatenación de
circunstancias; y el que considere defectuosa nuestra especie, y por ende, la
civilización creada a nuestro alrededor, no es el resultado de una ocurrencia
momentánea, sino de una no deseada consecuencia de mi personal sentido común.
El ser humano es consciente de sí desde ayer;
un suspiro del mundo contendría miles de nuestras generaciones, y sin embargo
pensamos ser algo en el universo; un universo del que formamos parte por
casualidad y que nunca reparará en nosotros; hagamos lo que hagamos. Pero, a
pesar de todo y en contra de lo que pudiera parecer, nos queda algo, un
remanente, un poso de cordura que bien llevado, puede salvarlo. Es improbable
que esto ocurra, ya que el deterioro de nuestra sociedad es intenso y sus
vicios están grabados a fuego en su
piel. El egocentrismo a ultranza, la avaricia, la violencia, la territorialidad
intrínseca al hecho de creerse superior a otros, el desorden, la desidia no
podrán atajarse en tanto y cuanto nuestras insustanciales mentes sigan pensando
que la propia libertad es más importante que la de otros y que las leyes son
sólo válidas en cuanto nos favorezcan.
Hemos remodelado el mundo desordenando
aquello que nunca lo estuvo y, lo que es peor, haciéndolo feo; feo hasta la
monstruosidad. No entendemos que la lógica, la estética y el orden son la base del
universo que nos rodea y que estas características sobrevuelan sobre
cualesquiera otras haciéndolas inanes en cuanto a su insignificante magnitud.
La ética nació con el raciocinio del ser humano y es tan importante para
nuestra existencia como insustancial para el universo. Ninguna de las especies
que nos rodean, salvo la nuestra, se pregunta sobre la bondad o la maldad de sus
actos, sobre si esto o aquello es consecuente o necesario, simplemente
evolucionan en virtud de todos los factores que la influyen; su existencia
transcurre en una atmósfera que podríamos llamar de “seguridad matemática”
donde a toda acción, sucede una reacción previsible y lógica, y esas mismas circunstancias
rigen los destinos generales de todo. Y es aquí donde entra en juego esa
circunstancia que nos afecta. Nuestro raciocinio ha trastocado un orden forjado
a través de siglos y siglos llevando la aldea en la que vivimos a una situación
cercana al límite. Es imperativo encontrar la salida restañando los desmanes
causados y encontrando cauces para limitar la actividad humana lo suficiente
como para que el planeta pueda sostenerse y sostenernos y eso, nos duela o no,
conllevará una notable pérdida de libertades. Es de desear que esa pérdida se
emplee en fortalecer el bien común, pero conociendo el devenir humano, mucho me
temo que será aprovechada por unos pocos en contra de otros muchos… como
siempre. La libertad es un capital social, y como tal, está sujeto a negocio, a
especulación, a enajenación, a requisa y a un sinfín de manejos más de los que
sólo unos pocos son lícitos, estando supeditada esa licitud al fin en que se
emplee. Espero equivocarme, pero el
mundo que dejamos a nuestros hijos no será mejor que el que recibimos de
nuestros padres, estará hipotecado hasta el corvejón y -lo que es peor- con una
orden de desahucio inminente.
Luis F. de Castro
Luis F. de Castro
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