COSAS DE LA VIDA (tercera y última)
Estimados súbditos: Hay reinos donde la fantasía y la imaginación están prohibidas, y lo están por que son las únicas formas de libertad que no pueden cercenarse. Aquí, en Colocotroco, son obligatorias, y será perseguido todo aquel que carezca de ellas o no las practique. He dicho.
Esto que leeréis ahora -si os place-, es la última entrega de una tontería al hilo de dos ideas que, este vuestro Rey, no es capaz de sacarse de su coronada melondra: una es la relatividad de los conceptos "verdad" y "mentira" y otra, la inusitada facilidad con que la sociedad manipula al individuo.
Al Universo, nuestro Dios, debemos dar las gracias que en el reino de Colocotroco no existan ni la mentira ni la manipulación y que ejerzáis vuestra libertad acatando gustosos mis decretos de perfecta planta.
La excitación vivida ha revuelto el grupo y los chicos muestran un cierto estado de conmoción que con el transcurrir de los minutos disminuye hasta desaparecer y el calor y las moscas vuelven a erigirse en protagonistas de la menguante tarde. Mila sabe que hizo lo correcto. La serena satisfacción afianza su gesto y con la mirada perdida en el rojizo horizonte, cruza su mente la idea de que nunca fue tan jefa del clan como lo es ahora. Mientras pasa la mano por entre los enmarañados cabellos de la intrusa, viene a su mente la innombrable rebelión que estuvo a punto de iniciar al amanecer. Nunca nadie del clan hubiera tenido en consideración contrariar una orden directa de la jefa… nunca; y ella lo hizo… ¿por qué? Ahora, indefensa y derrotada, sólo compasión inspira. ¿De donde habrá venido? –piensa Mila- Su mayor estatura, piel clara y esas facciones finas y estilizadas, denuncian un origen lejano. Si no hubiera comprobado su fuerza, rapidez y destreza en la caza, cualquiera consideraría que está enferma o malnutrida, pero no; esa aseveración no resistía el más ligero análisis. En escasísimo tiempo se había hecho con las simpatías de gran parte del clan .
Los niños la adoraban y las mayores dejaban traslucir un ligero halo de envidia hacia ella… y eso no podía consentirse. Ahora nada importa ya. El orden volverá y el día de hoy desaparecerá en algún rincón de la memoria para no ser nunca más recordado.
El fin de la tarde se adivina en la línea negra del horizonte y la intrusa, con la cabeza en el regazo de Mila y abrazada a su cintura, sólo se permite algún ligero gemido que otro. La jefa, sin demasiados miramientos, se levanta del suelo dejando caer a la intrusa de su doliente apoyo. Tiene el regazo y parte de la pierna derecha manchadas de sangre de la intrusa. En la diestra y el pecho también se enseñorean rastros de sangre seca y ennegrecida. Su negro pelo largo y enmarañado no acierta a ocultar unas duras y decididas facciones. Así, mirando al infinito, con la intrusa postrada a sus pies, su adusto gesto dirigido hacia la línea negra del horizonte y una firme decisión empapando el aire que le rodea, su aspecto es impresionante. Los dedos de sus pies parecen sujetar la tierra que los sostiene, aprietan el duro suelo afirmando el poder con que están investidos; sus muslos, atravesados por las señales de mil batallas, se muestran duros y firmes a la mirada de sus súbditos y sus pechos gritan a los cuatro vientos la vida y el alimento que son capaces de repartir.
Poco permanece en la pose y con la misma determinación con que la inició, Mila, la jefa, ahora indiscutida e indiscutible, se pone en marcha.
La tarde cae inexorablemente y el sol, rojo tras la calima del horizonte, se despide de sus dominios. La intrusa, al final del grupo, se deja acompañar de la mano por una de las niñas mayores. Esta la mira de soslayo cada pocos pasos con el servicial espíritu del que se sabe útil -Intuye lo que está sufriendo-. La intrusa no se cubre la ensangrentada cara ya y esto deja al descubierto el resultado del correctivo de la jefa. El cerrado párpado hace creer que debajo aún existe un ojo con que mirar, pero sólo la hinchazón rellena ya el hueco. La serena mirada de su único ojo deja traslucir una resignación evidente. Entre paso y paso se detiene fugazmente y recoge del suelo varias hojas de caléndula; se las mete en la boca y tras una masticación breve se las coloca sobre el párpado hueco; el emplaste lo sujeta con otra hoja sin masticar y el conjunto lo fija con una larga hebra que extrae de la corteza de un sauce y lo anuda por detrás de su cabeza. La operación no ha pasado desapercibida para Mila que desde su elemental liderato no alcanza a explicarse lo que acaba de ver.El paso, lento en un principio, se vuelve premioso y decidido. La luz de una luna llena insultante y los brillantes puntos que se adivinan sobre la línea negra del horizonte, estimulan al grupo y una inquieta curiosidad se apodera de sus integrantes. La intrusa lidera este sentimiento. Su pecho se agita mientras mira la línea en un descanso de la marcha. La línea negra no es ya ni una cosa ni otra; la distante franja gris se deja ver entre las oscuras brumas de una clara noche y la procesión de puntos brillantes sobre ella inquieta a los componentes de un grupo que, temeroso y excitado, se miran entre sí.El paso impuesto por Mila escasamente permite arrancar algún fruto de su mata o agacharse para recoger bellotas y el cansancio se va acumulando en las castigadas piernas del clan. La intrusa y su benefactora con ella no se pueden permitir una marcha tan viva y se retrasan de vez en cuando, pero Mila –que no pierde detalle- sabe que no es hora de dejar a ningún miembro del grupo por el camino, así es que aminora la marcha de forma casi inapreciable para que las rezagadas conecten con los demás. Cuando los lamentos que llegan a sus oídos ganan el título de súplicas, Mila detiene la marcha y sin mediar gesto ni sonido alguno se sienta a horcajadas en el suelo. Los demás, aliviados, la siguen y adornando con soplos y suspiros se tienden bajo un manto de noche que acaba. Mientras el cansancio de las horas de marcha deja que el sueño la alivie, Mila repasa mentalmente la situación que se encontrará cuando despierte. Un grupo cansado y hambriento con la desesperanza de no conocer la razón de su destino, otro caliente y seco día que desgastará las relaciones entre los miembros del clan, unos machos a los que no ve, pero que están ahí presionados por el hambre y el sexo, el ansia por conocer que es eso que les separa del cielo… Como es posible que la línea negra del horizonte, sempiterna e inamovible, haya despertado esa atracción en sus predecesoras y, ahora, en ella, como es posible que esa atracción supere incluso el hecho de poner en peligro a los componentes del clan.
Enfrascada en sus pensamientos observa como una mantis religiosa se enseñorea sobre un palo que se mueve. Instintivamente y con un limpio y certero movimiento salva la escasa distancia que los separa y la sujeta entre sus dedos. Dar buena cuenta de ella es su última acción antes de caer en un sueño necesario…Cuando tímidos y lejanos murmullos le obligan a salir de la adormecida inconsciencia, sus ojos no aciertan a situarla en el mundo. Una luz matizada y suave lo inunda todo. Sólo algunas formas se desdibujan en su seno. Niños jugando, mujeres despiojándose entre ellas, cuerpos aún dormidos reposan bajo una niebla intensa y luminosa. Mila piensa mientras se despereza. Su sencilla y analítica inteligencia coteja la posibilidad de no mover al grupo y esperar que la niebla se levante o ponerlo en marcha procurando no perderse. A pesar de la densa bruma, aún puede dilucidar la zona del cielo desde donde el sol les ilumina y considera que, mientras sea así, el riesgo de desviarse de la intuitiva ruta a seguir, es mínimo.No dilata más sus disquisiciones y con decisión se incorpora iniciando el camino. Los miembros del clan se miran entre ellos antes de seguir a la jefa y con la disciplina que les ordena el instinto disponen el orden de marcha. Los despiertos espabilan a los dormidos, los rápidos azuzan a los lentos y todos hacen lo que su naturaleza les ordena. Una mirada a la claridad que los cobija para saber que inician la ruta con el día ya mediado y la temperatura, a pesar de la niebla, es agradable por templada. El silencio que acompaña a los caminantes hace que la sensación de soledad sea llamativa. Cualquier otro día confiarían inconscientemente parte de su alerta al desarrollado olfato y al penetrante oído, pero hoy, el instinto de conservación los erige en protagonistas absolutos. Caminan intentado aguzarlos en lo imposible a sabiendas de que la soledad es ficticia, es tramoya engañosa y amenazadora. Los sonidos que escuchan tras ellas, los descuentan por conocidos. Lo machos no cejan en su pertinaz seguimiento y, a pesar de que sabrían hacerlo mejor, voluntariamente rozan la vegetación para hacer saber de su presencia. Es parte del papel que les toca vivir; además, ir con cierta proximidad al grupo les permite olfatear el celo de las hembras consiguiendo información para su omnipresente sexualidad. Mila sabe exactamente donde están y cuantos son a pesar de que la persecución la hacen por separado, conservando entre ellos la distancia necesaria para que su innata y animosa belicosidad no desarrolle en disputas y peleas. Raro es ver a dos juntos en buena compañía; si acaso algún adulto se deja ver con algún joven e inexperto al que, ocasionalmente, adopta como aprendiz y escudero. Estas relaciones no suelen durar; justo lo que una hembra con algo de experiencia consiga encararlos en los momentos previos a otorgar sus favores. En ese momento la eufórica sexualidad les impide colaborar y el más fuerte se deshace del otro sin remilgos ni miramientos. No es vida para viejos; mínimamente la enfermedad, la falta de alimento o la edad erosionan su fortaleza, los otros machos se encargan de reciclarlo en forma de carne útil y nutritiva.La marcha se hace pesada bajo el peso de la alerta y la niebla no parece tener intención de desaparecer. Un círculo de claridad en el cielo les indica que la tarde avanza hacia su final y el hambre y el cansancio están formando una desagradable amalgama de sensaciones que llegan en forma de murmullos a los oídos de Mila. Por su cabeza pasa levantar la mano en la rocosa disciplina que el destino de su viaje ha impuesto sobre el clan. Mila se detiene y con sólo mirarle a los ojos, las componentes del clan saben lo que ha decidido. Dora y Lina salen de caza. La intrusa, que sigue siendo acompañada por la misma niña, hace ademán de seguirlas, pero Mila, atravesando la distancia que las separa con un ligero gruñido, la detiene cuando aún no ha dado dos pasos. No es el momento de derrochar la energía que necesita para recuperarse del castigo que hace un mísero día la jefa marcó en su cara. Dora y Lina saben hacer su trabajo y con la eficacia del que lo ha repetido hasta la saciedad se pierden tras el manto de niebla. El resto de mujeres y niños se desperdigan por los cercanos alrededores en busca de frutos silvestres.
Ciruelas, guindas, escaramujos y algún madroño ya pasado forman parte de la frugal comida que se permiten. Mientras no vengan las cazadoras, eso será todo por ahora y si regresan con las manos vacías por bastante tiempo. Mila rebusca entre los arbustos mientras el viento que sopla débilmente desde su espalda, le trae aromas de humedad. Centrada está en recoger unas bellotas del suelo cuando, al levantar la cabeza, observa a un hombre a escasos centímetros de su cara. Alto, recio y ebrio de deseo se abalanza sobre ella mientras expele aire forzado por una contraída y chata nariz.. La agarra de la melena y usando su rodilla como traba, hace con ella de frente en el suelo. El hombre se sienta a horcajadas sobre su espalda y sacude la cabeza de Mila contra la seca y dura tierra. Por un momento Mila se queda en blanco y nota su cuerpo laxo y desmadejado bajo los empellones del macho. Se nota entumecida, frágil y ausente ante la multitud de golpes y zarandeos. Al poco, la embestida cesa. Mila siente como la mano del hombre en la nuca presiona su cabeza contra la tierra. Su acelerada respiración levanta nubecillas de polvo que con la inspiración se vuelven a introducir en sus fosas nasales asfixiándola. Sin dejar de presionar, el atacante la coge con una mano de la cadera y la levanta, propiciando una postura que inmediatamente es aprovechada para introducirle el pene y tras tres o cuatro embestidas, concluir una cópula rápida y cruenta. Entre extenuado y satisfecho, el macho no puede observar como Mila ha recobrado el momento y con la mano derecha por debajo de su entrepierna coge los testículos del hombre apretándolos con furia.. Una mueca sorprendida y aterrorizada es todo lo que observa Mila cuando, sin dejar de apretar con todas sus fuerzas y todavía con el pene del macho en su interior, gira su cuerpo dando la cara al agresor. Con el talón de su pié derecho le asesta un golpe tan duro y sorpresivo en la frente que esta se hunde como si la de un recién nacido se tratara. El hombre fija sus asustados ojos en los de Mila que abiertos tras la maraña de pelo, hierva y hojarasca saben que han dado el golpe de gracia a ese desgraciado. El hombre, de rodillas, está muerto antes de caer de espaldas al suelo.Pasan unos minutos antes de que Mila reaccione y se desamarre de aquel penoso montón de carne. El pene sale del interior de su sexo como si lo pariera, brillante y quieto. Sabe de sobras que el macho concluyó la cópula y que ha muerto haciendo aquello para lo que nació: martirizarla con un acto doloroso y desagradable. Doblado hacia atrás, Mila observa lo que queda del violento atacante. Con extrañeza recala en la blancura de su piel y el poco pelo que la cubre; pocas cicatrices –tal vez ninguna- observa mientras un reguerillo de sangre rezuma de cada oído esparciéndose por el pasto seco del suelo. Con tranquilidad y cierta parsimonia ase al macho de una de sus muñecas y con la pasmosa facilidad que le permiten sus fuertes piernas lo arrastra hacia donde dejó a los restantes miembros del clan.
La densa niebla se ha convertido en un manto oscuro con el acabar del día y cuando Mila aparece en el claro de entre ella, las mujeres y niños observan a su jefa con la cara ensangrentada, magullada de pies a cabeza y arrastrando un macho que –seguro- aliviará un hambre para el que las cazadoras no encontraron solución. Se abalanzan sobre el trofeo y desgarrando desordenadamente su carne, comen presurosos hasta hartarse. Poco tiempo pasa entre el inicio de la comilona y el hartazgo de alguno de los comensales que con el vientre visiblemente servido se alejan a los bordes del claro dispuestos a digerir la pitanza en intimidad. Mila no come; con el pene y los testículos del macho muerto a sus pies permanece recostada a un manzano silvestre con la mirada perdida en la negra niebla. Dora, satisfecha tras la comida, se le acerca y empieza a lamerle con fruición las heridas de la cara sin sacarla de su ensimismado trance.La intrusa no está.El sueño comienza a defenderla de su inmenso cansancio.Un pequeño presente de luz se cuela entre sus párpados. Su consciencia recién venida decide volverlos a cerrar intentando prolongar el placentero descanso pero poco a poco cierta orden subliminal le obliga a dejar pasar la hiriente luz que se vierte a raudales a través de los copudos árboles. Sin saber por qué, reconoce a los miembros del clan repartidos sin orden por los suelos. Están dormidos. Entre ronquidos nada destaca de la norma lo suficiente como para robarle protagonismo a un niño pequeño que sentado en el suelo y sin saber ni comprender mira al frente embobado. Mila no puede aceptar lo que ven sus ojos. La niebla de la noche huyó y en su lugar deja un espectáculo a la vista que, por esperado, no la sorprende menos. Con los ojos inmensamente abiertos comprueba que la línea negra del horizonte es un muro pétreo de colosales dimensiones. Grandes lanchones de piedra elevan hacia el cielo una estructura que se pierde en las alturas. En lo alto cree divisar unos sonrientes ojos que la miran… .- Pablo, ya te dije que enviar al mejor cuidador que tenemos era una temeridad. Ahora como explicamos al Consejo que el resultado de intentar alejar ese grupo del muro es una becaria tuerta y un cuidador menos en plantilla. -Tomás espera la respuesta manteniendo un incómodo silencio que apremia aún más al cabizbajo director del zoológico..-Nunca pude suponer que uno de esos animales fuera capaz de empecinarse tanto en un asunto. Contesta Pablo mientras dirige una mirada entre lastimosa y suplicante a su jefe.
Tomás se mantiene quieto, haciendo sonar inconscientemente los cubitos de hielo que contiene el baso del que pega pequeños sorbos de vez en cuando..-Tendremos que sacrificarlos. –Dice chasqueando la lengua. En su cabeza ronda la simpatía que despiertan en los teleespectadores los grupos de humanos salvajes que –por una u otra razón- se salen de la norma… y lo que cuesta que se crean que los reciclan anulando sus recuerdos.
No te preocupes Tomás, mañana destaco un grupo de control y los eliminamos. La audiencia sólo se desinteresa de algo si tiene cualquier otra cosa que lo sustituya en su morbo y si centramos su atención en una guerra entre clanes, se olvidará pronto de estas guarrillas.
-Eso espero. -le sonrió Tomás alzando su vaso en un brindis al aire-
-Eso espero. -le sonrió Tomás alzando su vaso en un brindis al aire-
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