ELOGIO DE LA
CALVICIE
No es mi intención
poner unas opiniones sobre otras -eso no se lleva en el reino de
Colocotroco-, tampoco, haceros ver por mis ojos lo que se sale de
vuestro natural, pero tiempo ha me ronda una disquisición, que por
intrascendente, no es menos cargante y que, al igual que otras
circunstancias más sólidas, me inquieta:
No es más que la
adoración por el cabello.
Primero, aclarar, que
cabello sólo hay en la cabeza del ser humano -creo-; el sobaco, el
pubis, la espalda, el pecho, etcétera, tienen otra cosa llamada
pelo, vello, hebra, cerda y demás variedades de mayor o menor
arraigo que no serán objeto de mi atención en este momento.
Llámame la curiosidad
cuán aguerrida es la defensa de su cubierta pilosa la de aquellos/as
que, teniéndola en abundancia, la portan como estandarte de su
propia dignidad, de como se pavonean, jactan y vanaglorian de esa
techumbre queratinosa de dudoso provecho. Es llamativo comprobar que
parte de sus vidas se va en ordenar aquello que para tan poco sirve;
de cómo, dejándose pecunios imprescindibles para otras y más
perentorias necesidades, se atusan, colorean, texturizan y adornan
ese gato muerto con que se levantan cada mañana... y, a pesar de
ello, la quieren, la adoran, darían todo por ella.
Es digno de compasión
ver como sufren al mirarse al espejo; como se toquetean, se repasan,
ponen caras y se desesperan para, trascurrido un tiempo
indeterminado, lograr una apariencia que, en muchos casos, pasa
absolutamente desapercibida. ¡Pobres! Cómo es posible dedicar tanto
esfuerzo para tan poco... Si por lo menos ese pegote te diera los
buenos días, o te invitara a café, si tan siquiera reportara algo
de beneficio su crianza; ¡pero no!. Si acaso amortigua el relente en
algunos días desapacibles, pero para eso están los socorridos
gorros, gorras, sombreros, bonetes, boinas, casquetes, monteras y
demás adminículos a los que, además de ser opcionales y
obedientes, hay que agradecer que no ocupan, ni tanto tiempo, ni
tanto dinero; y es que, si de tiempo hablamos, ¿cuantas horas de
trabajo se pierden a cuenta del cabello rebelde, del “retoquito”
a media mañana o del “me escapo un momento a la pelu, que vengo
enseguida”? y... ¿cuantas licenciaturas habríamos sacado adelante
de haber destinado ese tiempo al estudio?. Sólo pensarlo me da
dentera...
Otro apartado es la
higiene... ¡Para que decir!. ¿Habrá en este mundo ecosistema más
demandado?, ¿habrá mejor residencia para esos feos bichitos que
todos conocemos?, ¿habrá mejor almacén para caspas, polvo, grasas
y mercaderías de indeseable procedencia? La contestación es obvia,
sí, pero no tenemos que llevarlos encima como un castigo y sanearlos
no corre de nuestra cuenta.
Es por ello por lo que,
si ahora tuviera una de esas cabelleras abundantes, ostentosas y, por
muchos envidiada, la regalaría gustoso, rezaría por su desaparición
cual plaga de langosta.
Luzco mi calva de manera
orgullosa por que queda limpia y brillante con poquísimo esfuerzo,
no se lleva nada de dinero, no me ocupa tiempo, me da gustito cuando
me paso la mano por ella y, sobre todo, por que la corona no se me
enreda.
Es por ello que, como
rey vuestro que soy, aconsejo a mis queridos súbditos sigan
consagrando sus rentas y jornadas a ocupación tan fútil y vana; así
no tendréis la cabeza empeñada en empresas más comprometidas y a
las que vuestro monarca, generosamente, sí dedica su tiempo.
He dicho.
Aldade
¡Hostias tú! Mañana me rapo tó.
ResponderEliminarMuy bueno lo tuyo.
No hombre, que no se te ocurra. No quier ser responsable de que te deje la novia. ¡Por Dios! Si lo haces, como cosa tuya... ¿Vale?.
EliminarMuchas gracias por el coment.
Se te va a echar encima el gremio de peluqueras..... ¡Bueno!, que más quisieras tú
ResponderEliminarla pela pa´l celtas
¿Has cotejado la posibilidad de que esa sea mi intención?
Eliminar¡Ahhh, que cosas!