viernes, 1 de agosto de 2014

"Juanón y las setas" Continuación 2

    

http://www.taringa.net/posts/imagenes/6893644/Los-10-perros-mas-feos-del-mundo.html

(continuación)
    Era Pollo, el perro de Juanón. Al menos con uno de sus ojos miraba a su dormido dueño con fijeza y no hubiera sido necesario ser un entendido en psicología perruna para saber que en algún recóndito lugar de su cerebro, tramaba venganza. Con una mezcla de decisión e indiferencia se giró, levantó una de sus patitas traseras y vació su cargada vejiga sobre su humano compañero. Cuando hubo terminado y con la misma tranquilidad que meara, se subió a la mesilla, hízose con los restos del filete y con una agilidad impropia de semejante animal, saltó al suelo desapareciendo bajo la cama; todo ello mientras el orín resultante del desahogo, humeaba ostensiblemente desde la manta.



     Pollo era como un bulldog, pero no era un bulldog. Pequeño, del tamaño de un gato, con pelo marrón muy corto, rechoncho y con unas cortísimas patas que a duras penas le servían para moverse. Pollo era de estética desagradecida, extraordinariamente feo para cualquier humano razonable; de morro tan aplastado que los dientecillos delanteros no le cogían en la boca y sobresalían -insultantes- hacia fuera. Ojos bizcos, saltones y con una insana apariencia sólo superada por las “malas pulgas”que se gastaba.


     Hacía años ya que compartía vida con Juanón y, si bien ninguno de los dos había escogido al otro, se supone que estaban juntos por que no podía ser de otra forma. A cualquier hijo de vecino -por muy psicólogo que se creyera- le resultaría difícil discernir cual de los dos era más arisco y desagradable; hasta el punto de que, en este caso, la teoría por la cual se establece que los polos del mismo signo se repelen, era aquí incongruente y no explicaba el fenómeno. Su unión se definiría como aquella en la que los dos elementos son sádicos y masoquistas al mismo tiempo, con la circunstancia añadida de que ejercían de ello todas las horas, de todos los días, de todos los años. Pollo tuvo la inmensa suerte de no conocer a sus progenitores, por que si no, se los hubiera comido; digamos que nació por generación espontánea dentro de una bolsa en el oscuro y hediondo interior de un contenedor de basura. De allí, y justo antes de ser triturado por el camión de la basura, lo sacó Juanón; y no lo hizo por que oyera los lastimeros gemidos del animal, ni por que se apiadara de un desvalido cachorro, sino por que, al ejercer la insana y cotidiana labor de rebuscar en la basura, el hecho de una bolsa moviéndose sola incitó su curiosidad. Lo cierto es que, nada más comprobar el contenido, asió al perrillo del escueto rabo y -ahora sin bolsa y con gesto despectivo- lo devolvió al contenedor. Tubo que parecerle a Pollo harto desconsiderada esta actitud, por que, revolviéndose, estrenó su desusada dentadura en el antebrazo del decepcionado salvador. A partir de ese agradable momento, todo fue in crescendo. Ni Juanón quería a Pollo, ni Pollo a Juanón, pero se convirtieron en inseparables “enemigos”.

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