http://www.dormirbien.info/destacadas/duermes-bien-descubre-si-tus-habitos-de-sueno-son-saludables/
A
veces, la soberbia disloca nuestra percepción de las cosas, la
trastoca dándonos a entender que vemos lo que no vemos y oímos lo
que nunca se dijo; hace que denigremos sin razón y vilipendiemos al
honorable. Ese, seguramente, podría ser el caso que se diera si, al
entrar en esa casa -la del portón-, opináramos directamente sobre
su habitante o poseedor. Pues se equivocan: darían plenamente en el
clavo. Al primer paso encontrarían una estancia grande, con paredes
pintadas de algún color indefinido y llena por doquier de desconches
y piteras. Una chimenea con el hogar negro de humo y frío de desuso.
Pocos muebles; viejos y desvencijados; cuatro enseres mal contados y
distribuidos al azar. Restos de comida en una mesa que, en su día,
debió ser de madera, y hoy... quien sabe. Una penumbra vieja, como
de cueva, penumbra que, sospecho, no desaparecería tras conectar la
mugrienta bombilla que pendía del techo de agrietada escayola. Un
aroma a humedad rancia atacaba nuestro olfato que, sin posibilidad de
defensa, se rendía a la fatal evidencia con prontitud. Al fondo, una
puerta de esa madera que -por hueca y barata- no pesa, daba paso a
algo que debía servir de dormitorio; grande también, podríamos
decir que muy grande si tenemos en cuenta que se encontraba
exclusivamente amueblado con una enorme y antigua cama de alto
cabecero latonado, una mesilla, un armario ropero al que habían
abandonado las puertas y un palanganero con espejo.
Todo
allí diríase que estaba muerto si no fuera por que ahí, en la
cama, algo redondo y grande roncaba bajo las mantas. El trozo de cara
que se asoma bajo la ropa era de Juanón, Oculto a cualquier vista,
el bulto daba a entender mucho más de lo que podría suponerse. De
lado dormía nuestro gañán. Un hilillo de baba llevaba tiempo
empapando la almohada y entre ronquido y ronquido una burbuja irisada
de múltiples colores intentaba escaparse -sin conseguirlo- de una de
sus fosas nasales. Un enérgico rayo de luz había conseguido sortear
la contraventana y atravesando la ponzoña de sus cristales se
estrellaba contra una de las baldosas del suelo. Cual foco de un
teatro, iba iluminado una escena lineal a medida que el tímido sol
otoñal intentaba ascender hacia lo alto: migajas de pan, pelusa
vieja y en la mesilla de noche, un plato con los roídos restos de un
filete empanado y unas gafas de pasta oscura que se auxiliaban de
cinta adhesiva blanca para sujetar una de su patillas.
-Algo se movía
en el centro del arropado bulto; primero de forma tímida y como
palpitando, después con más viveza.-
El
luminoso rayo concluía ya de atravesar la mancha de baba y con
certera antipatía se clavaba en los ojos de Juanón. La pompa que
con vehemencia intentaba fugarse en ese momento de su nariz, desistió
de golpe y con un sorpresivo suspiro, se ocultó con premura. Se
diría que algo estaba masticando, pero no, sólo hacía que tragar
la rancia saliva acumulada durante la noche al tiempo que un ojo
color castaño claro conseguía vencer la trampa de legañas que se
acumulaban a su alrededor, para abrirse y pestañear ante el ataque
de la luz, para, acto seguido, cerrarse de nuevo intentando agarrar
el postrero sueño de la noche. Juanón esbozaba tímidos movimientos
y aquello que palpitaba a la altura del bajo vientre, asomó por
debajo de las mantas. Algo que algunos reconocerían como el
hociquillo de un perro, se mostró al frío ambiente para volver,
casi inmediatamente, al seno del protector refugio. Juanón se
revolvió un poco más y un sonoro cuesco retumbó sordo en los
interiores del tálamo. Como si de un instantáneo parto fuéramos
espectadores, el hocico que antes había asomado tímidamente, se
hizo carne y pelo al momento y saltó cual gamo asustado, fuera del
compartido reposadero al tiempo que dejaba escapar un chillido
lastimero.
(seguirá...)
(seguirá...)
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