Dibujo de Gianni Peg
Ya desde niño, a Pepito le podía la responsabilidad; cualquier decisión, por nimia que fuera, le pesaba cual losa de granito y víctima de este sentimiento, las decisiones que de él dependían se acumulaban a su alrededor como moscas sobre la mierda y aquellas que no admitían dilación se resolvían por suertes de azar.
Lo que empezó como pecado venial, devino en mortal de necesidad, hasta el punto que Pepito, que a pesar de su patológica e irracional indecisión, de tonto no tenía un pelo, aprendió como desviar su responsabilidad hacia otros, transformando así el pecado en virtud y el problema en ventaja.
No tardó en llegar el punto en que sus únicas decisiones –y ya era algo- se resumían en concretar quien las tomaría por él y, por ende, se arrogaría con las negativas consecuencias de ser equivocada y como, si de acierto se tratara, volver las miradas hacia su persona para hacerse con loas y prebendas..
Pero ete aquí que con su indecisa y preclara inteligencia, diose cuenta de que poco a poco, con el tiempo, su universo se había ido poblando de individuos con la misma pazguata pretensión y que ante esa abundancia de personalidades insignificantes resultaba muy difícil –cada día más- sacar la suya por entre ellos, porque, como si de una irrefrenable y virulenta infección se tratase, el mundo se había convertido en un inmenso pantanal de situaciones por decidir.
Tiempo llegó en que la gente moría antes de tomar una medida y claro, adelantado en esas lides como estaba, Pepito, por fin, tomo la iniciativa y decidió ocupar ese puesto vacante: Se convirtió como por arte de magia en el tipo que todo lo decidía.
A partir de ese momento nadie pudo objetarle nada, porque hasta para hacerle ver sus equivocaciones era necesaria una iniciativa que salvo en él, se había extinguido y que, para colmo, siquiera consideraban necesaria, por lo que Pepito, el dubitativo, dejó de serlo en beneficio irrefutable de todos sus conciudadanos.
Luis de Castro
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