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-Muñeca...
yo nunca repito la misma puta... sólo trae problemas, pero en tu
caso... en tu caso puedo hacer una excepción. -El hombre, en un
principio expectante ante la sumisa actitud de Cornelia, deja caer el
maletín, y con recuperado aplomo, acorta de nuevo el espacio que les
separa, pasa uno de los brazos por su cintura, la atrae fuertemente
hacia él y asiendo por detrás la recogida melena de la mujer, la
obliga a mantener su mirada... el bolso de la mujer cae al suelo. Los
castaños ojos de Cornelia lucen llorosos; el humo les ha dado un
brillo especial, soberbio, ansioso y eso excita tanto al hombre que
descerraja un violento beso en su boca. Cornelia siente en sus
vísceras una reconocible mezcla de odio y excitación. La saliva, su
aliento... tiene un fuerte aroma a tabaco que se mezcla con
Fahrenheit para hombre y esto, junto al roce de una barba incipiente
y el bulto que se presiona contra su vientre, la sublima, hace hervir
su sangre. Las ágiles manos del hombre recorren todo su cuerpo y al
llegar a las nalgas, aprietan con furia su carne y Cornelia se
estremece de dolor; una punzada intensa recorre su cuerpo que
recuerda en el acto lo que ha venido a hacer. La tensión de ambos
cuerpos parece descontrolada y, de pronto, el hombre se afloja y sin
que nada pueda impedirlo cae al suelo como un pesado saco. Su cabeza
golpea en la parte de la pared más pegada al suelo, lo hace con
violencia y allí se queda quieto... muy quieto. Desde abajo, con
desencajada expresión, mira a la mujer. Cornelia, firme ante él,
sostiene un afilado y sangrante escalpelo en su mano derecha. Un
incipiente reguero de sangre se extiende incontenible tras su cabeza
buscando el centro de la mísera callejuela. El hombre, tendido
inerme ante su matarife, busca con ojos de pánico una explicación...
una explicación que Cornelia conoce bien: le ha seccionado la médula
espinal justo por debajo del cuello y mientras su sangre no se escape
del todo, sera consciente de una muerte inapelable. La mujer se pone
en cuclillas ante él, lentamente le baja la bragueta del pantalón y
con la mano izquierda le saca la polla...
-Es
hermosa, ¿verdad? Lástima que sus días de diversión hayan
acabado. -Cornelia, la sostiene en su mano y la masajea con lentitud,
hace ademán de una lenta masturbación subiendo y bajando la piel
del prepucio, acaricia el glande y pasa el dedo pulgar por el meato.
La potente erección que tuviera hace unos minutos es historia y como
único recuerdo queda un pene grande blando y dócil -Es extraño -se
pregunta Cornelia mirando a un lado y a otro la desierta callejuela-,
hace unos segundos era el órgano más vivo del universo, y ahora...
-Con extremada lentitud, dirige el escalpelo hacia el miembro del
hombre cuyos ojos muestran más espanto que el despertado por una
simple y dolorosa muerte. Con fría pericia corta piel y músculo
hasta que, con un último y sangrante movimiento, lo separa
definitivamente de su dueño. Observa como se vacía de sangre en la
palma de su mano y con una frialdad pasmosa, sin gestos en la cara ni
sentimientos en el corazón, se lo introduce en la boca entero,
empujando con fuerza, con profesional saña, hasta que nota en sus
dedos que nada más cabe allí. El miedo y su persona son todo uno en
el hombre que, debido a la ausencia de aire, empieza por enrojecer
para, a los pocos segundos amoratarse y morir... Cornelia, absorta,
mira la expresión de sus ojos y, aunque parezca mentira no siente
saciada su venganza... no siente nada... su ansiada satisfacción no
aparece por ningún sitio, hasta que algo la sujeta por el brazo.
Alza la vista para encontrarse con la mirada del malencarado que,
adusto y comprometido, tira de ella intentando sacarla de allí. La
mujer se limpia las manos y el escalpelo con el faldón de la camisa
del muerto, coge su bolso, el maletín y, con premura se alejan
buscando el ruidoso zoco.
Luis de Castro
Jooo... vaya toalla. Menudo pedazzzzo
ResponderEliminarYo creo que el foro no es el adecuado para este tipo de fragmentos. seré más selectivo.
ResponderEliminarUn saludo anónimo.