Dibujo: Felipe de Castro
Cornelia,
al decir de la gente que cree conocerla, es una mujer de armas tomar.
Nunca pasa desapercibida; sea por como es, sea por lo que hace o por
lo que dice, nadie podría mantenerse a su lado sin caer en la cuenta
que está ante alguien poco corriente. Su vida ha sido un
interminable rosario de situaciones imprevisibles, incertidumbres,
propósitos y despropósitos que, si bien podría aplicarse a
cualquier ser humano, no en esas cantidades, no tan excesivo, no tan
desorbitado. El resultado es una mujer de cincuenta años,
inteligente, locuaz, resuelta hasta la temeridad y tan temible para
sus enemigos como para sus amigos; de hecho, no tiene ni unos ni
otros, tiene víctimas; así, la naturaleza -sabia en extremo- y al
igual que hace con aquellos animales extremadamente venenosos a los
que viste de vivos colores, la ha dotado de una fisonomía extraña,
especial. No es alta ni baja, de un metro sesenta y cinco más o
menos; muy delgada, con una melena negra de pelo rizado que al caer
sobre sus hombros lo hace de manera indómita; rasgados, profundos y
castaños ojos que contrastan con su piel blanca, muy blanca, y una
forma de hablar, sonreír y mirar que intenta prevenir a todo aquel
que tenga que ver con ella, del peligro ante el que se enfrenta.
Luis de Castro
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