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Cornelia se estremece. Los hombros, la espalda, los costados; después los muslos, las pantorrillas y la planta de los pies; nada se escapa al firme y deslizante masaje de los expertos dedos de Imelda. La tersa y prieta carne de sus nalgas ceden a la presión adaptándose a ella y ahora, Cornelia abre ligeramente las piernas. Su sexo, brillante y lampiño se ofrece a la manipulación, a la caricia y la criada, que conoce bien su trabajo, sabe lo que se le pide. Con lentitud, con exasperante lentitud, desde lo alto, deja caer unas gotas más de frío aceite sobre una vulva palpitante y deseosa para, instantes después pasear la yemas de sus dedos por cada uno de los pliegues, de los recovecos de ese coño impaciente. Sonidos indefinibles escapan de la garganta de Cornelia. Con fuerza la pequeña filipina, introduce los dedos anular y corazón hasta el fondo del húmedo escondite y, a la vez, con el pulgar masajea la extremadamente suave y delicada piel que rodea el ano, haciendo que se contraiga y dilate a un ritmo creciente. Se inicia así un contenido baile que como música sólo necesita de murmullos y jadeos y cuya coreografía nadie estudió nunca. Imelda, con la palma de su mano libre en la curva lumbar, mantiene pegada a Cornelia a la camilla, protegiéndola así de su propia danza, mientras que con la otra chapotea en el sagrado charco de su dueña, y lo que en un primer momento fue cadencioso y rítmico, se va acelerando para convertirse instantes después, en un precipitado descenso escalinatas abajo en busca del único final posible. Cornelia gime y se desespera, traga saliva; su cara, con los ojos cerrados, vuela de un lado a otro de la estancia esperando llegar al fuego. Con una mano se ha agarrando desesperadamente al borde de la camilla y con la otra sujeta los muslos de Imelda en pos inconsciente de carne cálida que le acompañe. Hunde sus precipitados dedos entre las piernas de la criada intentando resguardarse del vértigo, mientras esta se afana dejando ver una sonrisa de satisfacción en el rostro. Cuando los estertores llegan, abre ojos y boca, y además de encontrar el aire y la luz que buscan, descubren al malencarado que, desde la puerta del baño, justo detrás de Imelda, observa impávido la escena... y eso eleva su excitación haciendo que el orgasmo sea más intenso aún.
Ñam, ñam, ñam. Y esto fragmento de qué.
ResponderEliminarPues esto pertenece a una novelilla que no he acabado y en la que hay mucha violencia y mucho sexo... a que se nota.
ResponderEliminarUn saludo anónimo.