Carta de un
ciudadano temeroso del Estado a ladronzuelos de poca monta,
descuideros, esparcidores de basura, grafiteros, fittipaldis,
escandalosos y sinceros a carta cabal.
Como conciudadano
vuestro que soy, comprendo que cada uno es dueño de sí y de sus
excusas; y que la forma y manera en que nos desenvolvemos es producto
de nuestra propia decisión y de una multitud de circunstancias.
¡Bien! También comprendo que el civismo es el resultado de una
educación y que, por desgracia, no todos tienen acceso a un mínimo
de ella. Llegados a este punto, y en el aspecto represor, me
cuestiono la circunstancia por la cual a un servidor se le encoge el
esfinter ante la posibilidad de que cualquiera le llame la atención
sobre una nimiedad y, sin embargo a otros, parece motivarles. Aparte,
me impresiona con la frescura y lozanía con que algunos vecinos
establecen sus reales, pisando los de los demás.
Se da la circunstancia
de que transitamos por malos tiempos, y que la cosa de vivir no anda
boyante; ni en asuntos de moral, ni en los de pecunio, con lo que
como “a perro flaco, todo son pulgas”, nos quejamos hasta por
respirar.
Pienso, además, que
mala mezcla es quejarse y dar motivos al tiempo, por que, de ahí al
caos, nada y, las resultas del mismo, nunca fueron buenas para el
pobre.
Es por ello que este
humilde poblador suplica que los ladronzuelos, en vez de robar,
pidan; los descuideros, en vez de descuidar, se cuiden; que los
grafiteros, en vez de ensuciar, pinten; que los fittipaldis, en vez
de correr, se corran; los escandalosos, en vez de escandalizar, se
escandalicen y los sinceros a carta cabal, se vayan a tomar por culo.
Este que os aprecia.
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