Ganímedes,
23 de mayo de 2.808 (por la tarde)
El
tráfico es abundante a estas horas. Las espacieras pululan sin orden
aparente por entre los apartamentos de Kara Van Chel. AGFO lleva
tanto enfado encima que no le extrañaría que su espaciera se parara
por exceso de peso antes de llegar a su destino. Va molesto pensando
que otra vez -y es la tercera-, le van a comprobar el menvisor... y es
que le toca las pelotas que le manipulen ahí. Eso sí, esta vez se
lo ponen nuevo ¡Vaya si se lo ponen nuevo! -su humor se ensombrece
mientras la espaciera entra en el estonomato con el blups, blups de
siempre-
-Buenos
días, ciudadano AGFO. ¿A que se debe su grata visita? -Una dulce y
acaramelada voz femenina le da la bienvenida mientras nuestro amigo
recoge su espaciera y la guarda en el bolsillo.
-¡Buenos
días los tendrá usted, señora mía! -AGFO se ha dirigido a la
nada que tiene justo enfrente y, como si le fueran a oír mejor,
levanta tanto la voz que los otros ciudadanos que realizan sus
compras le miran desagradablemente sorprendidos. -Vengo por tercera vez, a que me cambien el menvisor ¿Me oye bien?,
a-que-me-lo-pongan-nuevo.
-Estupendo,
señor; enseguida le atenderá un vendedor. -AGFO, que se sabe
observado, se coge ambas manos por detrás de la cintura y tamborilea
con el pié en el suelo para aparentar aún más impaciencia que la
que le atenaza. La calva le suda y cada cinco o diez segundos se
atusa nervioso el bigote. Al poco, descendiendo desde lo alto, el
plasmón que hace las veces de vendedor, se coloca delante de él, y
con una ostentosa genuflexión le lanza una sonrisa tan falsa como su
naturaleza. Es de color azul traslúcido -como todos los novatos-,
alto y bien parecido y vestido a la última moda de la Tierra. A
AGFO no le gustan nada; piensa que son el compendio de todos los
defectos del genero humano que no llegan a ser delito.
-Tengo
entendido, señor AGFO, que no está contento con su menvisor ¿no
es verdad?
-Efectivamente,
señor plasmón. Usted lo ha dicho. No estoy contento, por lo que,
teniendo en cuenta que es la tercera vez que vengo por el mismo
motivo, solicito humildemente me lo cambien por uno nuevo. -AGFO,
según se muestra en su enrojecida cara, está haciendo verdaderos
esfuerzos por no gritar o maldecir.
-Perdón,
señor. Es política de este estonomato no sustituir menvisores sin
que se haya verificado su malfunción y, me permito recordarle, que
en su última visita, el suyo funcionó perfectamente. -El ciudadano
AGFFO es ahora de un color cercano al violeta y, temeroso de que le
de un parrús de los suyos, saca del mismo bolsillo donde guardó la
espaciera un parche tranquilizante de esos que se prescribe él
mismo. Se lo aplica en la frente y lo arroja vacío al suelo
pisándolo después.
-A
mí, la única política que me conoce es mi suegra, así que... -En
ese momento, el domo del estonomato aparece inesperadamente para
limpiar el parche que se oculta bajo su pié. Sin hacerle caso, AGFO
continúa: - …me lo ponen nuevo y me devuelven el dinero que he
pagado por ver la final de la Copa Titan que, por supuesto, no he
visto por su mierda de aparato. ¿Me entiende? -El domo, que intenta
hacerse con el parche que hay bajo su zapato, no deja de dar pequeños
y molestos empujones en su pierna a la vez que un soniquete
malsonante se repite tras cada uno de ellos.
-Perdón,
señor. Le repito que es política de...-El ciudadano AGFO no atina
ya a escuchar nada. En la mente se le amontonan un montón de
maldiciones que pugnan por salir al exterior.
-¡Pero
tú de qué vas, pedo de plasma! -El domo le da un empujoncito más
buscando bajo su pié y nuestro ciudadano, con la mente nublada por
la ira, le propina una patada que da con el limpiador tocapelotas
contra las orondas piernas de una señora mayor que mira un
scaprate. La pobre, entre gritos y con estruendo, cae sobre el
plasmón que le atiende, provocando una interferencia que desconecta
todos los plasmones del estonomato. Acto seguido, una estruendosa
sirena anuncia que la campana antidisturbios va a descender sobre
AGFO y este, cuyo mal humor ya le ha sometido más de una vez a
esta situación, se sienta en el suelo mascullando maldiciones sin fin.
(Continuará)
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