Estimados colocotrocos:
Hoy, de camino al trabajo, he observado un acontecer de esos que de
estar yo en otra tesitura filosófica, me hubiera pasado inadvertido;
pero este aquí que me ha sorprendido en uno de esos días en que las
flores te huelen a estiércol y el estiércol a muerto, por lo que el
resultado inicial de la racionalización del suceso, al menos en un
principio, fue absolutamente negativo. Posteriormente y con la
perspectiva que da la mente fría y el estómago satisfecho, las
conclusiones parecen haber retomado la senda de la moderación.
La cosa, más o menos
sucede así: Un tipo a bordo de un vehículo de los de postín,
adelanta de manera sorpresiva a otro -más modesto él-, al que
obliga a frenar de manera brusca. Dentro de lo que es un atasco
mañanero, los vehículos se detienen y reanudan la marcha de manera
más o menos periódica y mira tú, que en una de esas paradas, ambos
coinciden uno al lado del otro. Lo que sucede a continuación en un
cruce de insultos a mandíbula batiente y ventanilla bajada; ¡vamos!,
uno de esos intercambios verbales que avergonzarían a un
sinvergüenza. Quieran las circunstancias que la parada se
prolongaba, por lo que los contendientes salen de sus coches cual
fieras rabiosas y entre ademanes, muecas y actitudes a cual más soez
y barrio-bajera, se escapa una mano... y después otra, y otra... y
de ahí a la primera patada no pasa ni un suspiro, por lo que
transcurrido veinte segundos de intercambio de pareceres, el catálogo
de mamporros es ya soberbio. En estas estamos, cuando la masa de
vehículos reinicia la marcha. Ambos contendientes, como si de una
coreografía se tratase, paran en seco de “zurcirse la badana”,
ocupan de nuevo sus respectivos puestos de conductor y desaparecen
cada uno camino de sus quehaceres y circunstancias... y digo yo:
“Tanta tontá pa qué”
Desde luego los
designios de comportamiento humano son inescrutables y, teniendo en
cuenta el suceso, debo, en parte, dar la razón a un conocido que a
la mínima espeta aquello de “que hay más tontos que botellines”.
Poco después y con el discernimiento menos influenciado por las
incomodidades del embotellamiento matutino, me acude la idea de que
“menos mal”, porque si el comportamiento humano siguiera la
lógica matemática, sólo por aquello de la progresión geométrica,
esos dos se hubieran matado. Por lo que dicho queda: “Virgencita
que me quede como estaba”
Luis F. de Castro.
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