Miro por la ventana y como si de un
cuadro se tratase, veo el paisaje urbano en dos únicas dimensiones. Todo pierde
su cuota de realidad cuando en nuestro cerebro es otra cosa la que se “cuece”.
Los ojos repasan el frente sin ver, sin evaluar, sin nada que de relieve a la
escena. El micromundo de tus neuronas es autosuficiente; se enoja, se motiva,
se inmola solo con un pensamiento. No necesita, necesariamente, influencias
externas, no necesita nada... Quizás solo a ti, pero como carnaza, cebo al uso.
Te supera, te utiliza, le eres necesario porque le alimentas y sostienes.
Es de seres libres
revelarse. Revolucionar sistemas ha sido el acicate necesario para mantener en
marcha el tren de la vida; el estatismo sólo diluye las meninges de los genios.
El instinto, el “sexto sentido”, el hálito divino, pueden servir para algo más
que comprar un número de lotería o apartar la cabeza antes de que la piedra
haga impacto en ella. Para esto, siempre existió la “otra” solución, la
encontremos o no. Poner la mano entre el peñasco y el cráneo, para intentar
apoderarnos de aquel y utilizarlo como nuestra arma; no comprar el décimo, para
que nuestra suerte no pueda cambiar; son otras salidas del mismo túnel.
¿Por qué? ¿Tantos
intereses hay en nuestro interior como para que la dictadura de nuestros sentimientos
sea incontestable?, ¿tantos condicionantes nos sujetan al suelo como para que
no podamos emprender el vuelo?
Me pregunto qué pasaría
si ninguna influencia externa prostituyera nuestro conocimiento. Si nos
encontráramos en una cápsula en la que el mundo exterior estuviera ausente,
tanto en acto como en potencia. Qué o quienes seríamos si en nuestro interior
solo se gestaran pensamientos basados en la nada; donde nuestra memoria no
hubiera conocido nunca colores, formas, sonidos, sentimientos; donde nuestro
cuerpo no pudiera servirnos de fuente, de premisa para sacar alguna conclusión;
donde nada físico sostuviera nuestro inmaterial aliento... ¿Sería eso vida?.
Pienso en ello y aún haciendo acopio de mis reservas de imaginación, me
enfrento a muros insalvables. Sería puro lo blanco si no existiera ese
concepto. Sería real el vacío si no existieran palabras para definirlo.
Colonizamos las ideas y
les damos forma a nuestra infausta conveniencia. ¿Tenemos derecho a ello?...
Discutimos entre nosotros por dar sentido a definiciones sin tener en cuenta
que cada una de ellas es parte de nosotros mismos, y como si de un órgano
anatómico se tratara, no hay dos iguales. Son nuestra mutable realidad, nuestro
imparable crecimiento. Los ladrillos que forman un templo del que no somos
dueños, sólo sacerdotes que cumplen la liturgia preestablecida por las
influencias que recibimos de todos los demás.
Pasa la vida y
simultáneamente al decaer del cuerpo, el mundo espiritual que lo acompaña crece
y crece... tira de aquel para elevarlo y expandirlo y como si de un globo de
feria se tratara, el fino cordel que los une se rompe provocando que uno se
escape hacia las alturas hasta desaparecer y el otro caiga desparramándose,
inmóvil, sobre el suelo. Ambos mueren. Ambos dejan de “ser” en todas las
concepciones de ésta palabra. Lo uno nada es sin lo otro. Lo otro nada es sin
lo uno. No hay nada tras la miríada de partículas subatómicas de la que estamos
hechos, por que el alma, el hálito divino y todos los múltiples Dioses que nos
rodean no son sino resultado de juegos de azar entre ellas y leyes no
comprendidas. Maravillosa naturaleza es la que formó un Universo capaz de crear
sus propios creadores; donde el creador nació después de lo creado; donde el
tiempo sólo existió cuando un compuesto orgánico le puso nombre.
Joooder colega, me pierdo.
ResponderEliminarFeliz año.
Estimado anónimo: ... y yo, y yo.
ResponderEliminarYo tambien me busco.
ResponderEliminarHola, anónimo. Gracias por leerme.
EliminarEn muchos casos, la búsqueda de uno mismo es urgente, sobre todo cuando existe la posibilidad de que otro te encuentre antes que tú mismo. Las consecuencias de ello pueden ser terribles.