Hoy puede ser un gran día que –como viene siento habitual-
terminará estropeándose.
Esa es la premisa/sentencia que me acompaña cual mal fario,
desde que nací. Ya puedes tener en cuenta todas las citas, frases y
bienintencionados testimonios, que -quieras o no-, vuelve recurrente la oscura
sombra del pesimismo. Ese espeso hálito que rodea cada una de las acciones de
las que rellenan el día y que por mucho que corras, saltes o vueles, se
mantiene pegado a ti como tu sombra, como tu vida misma. Cada vez que se atisba
unas sonrisa, un gesto de alegría, un ademán de entusiasmo, aparece merodeando
a tu alrededor para echarlo al traste y, disfrazado de análisis racional, joder
lo que de bueno traía consigo; que te tronca el ánimo y entristece el gesto
como si de un soplo fétido se tratase.
Durante toda la vida he escarbado en mi interior buscando
las raíces de ese malhadado parásito y, a pesar de lo profundo de la búsqueda,
solo conseguí encontrarme a mí mismo y a cada intento de descuaje, peor que
peor; a cada batalla presentada, más pérdidas y a cada rendición, más pago en
resarcimiento.
Quién tendrá la espátula que, llevándose esa pátina
mugrienta, despeje el porvenir, quien… O, pensándolo mejor, que no venga en mi
ayuda, no vaya a ser que se lleve la última sonrisa que guardaba para ti.
Luis
F. de Castro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario