jueves, 16 de enero de 2014

Sobre el pesimismo cabrón.




Hoy puede ser un gran día que –como viene siento habitual- terminará estropeándose. 

Esa es la premisa/sentencia que me acompaña cual mal fario, desde que nací. Ya puedes tener en cuenta  todas las citas, frases y bienintencionados testimonios, que -quieras o no-, vuelve recurrente la oscura sombra del pesimismo. Ese espeso hálito que rodea cada una de las acciones de las que rellenan el día y que por mucho que corras, saltes o vueles, se mantiene pegado a ti como tu sombra, como tu vida misma. Cada vez que se atisba unas sonrisa, un gesto de alegría, un ademán de entusiasmo, aparece merodeando a tu alrededor para echarlo al traste y, disfrazado de análisis racional, joder lo que de bueno traía consigo; que te tronca el ánimo y entristece el gesto como si de un soplo fétido se tratase.

Durante toda la vida he escarbado en mi interior buscando las raíces de ese malhadado parásito y, a pesar de lo profundo de la búsqueda, solo conseguí encontrarme a mí mismo y a cada intento de descuaje, peor que peor; a cada batalla presentada, más pérdidas y a cada rendición, más pago en resarcimiento.

Quién tendrá la espátula que, llevándose esa pátina mugrienta, despeje el porvenir, quien… O, pensándolo mejor, que no venga en mi ayuda, no vaya a ser que se lleve la última sonrisa que guardaba para ti.




                                               Luis F. de Castro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario