La humanidad se forjó a base de soberanos guantazos, de patadas en la entrepierna colectiva y de sobredosis de doblar el lomo. No hace falta llevar una contabilidad exhaustiva para asegurar que poco se ha progresado cuando -en un “echar cuentas”-, se ha dado menos de lo recibido.
Incentivar la superación personal, los
valores de progreso, la preeminencia del esfuerzo y el principio básico del
trabajo es obligación de nuestros superiores, considerando como tales a padres,
maestros y responsables políticos. Si esa filosofía se sumerge en una atmósfera
de valores reconocidos universalmente como imprescindibles; léase justicia y
solidaridad, entre otros, tendremos una sociedad sana y evolucionada.
Tiempos raros estos que corren; tiempos
donde se confunde tecnología con desarrollo, solidaridad con limosna y progreso
con consumo. Una amalgama confusa y descontrolada se cierne sobre nuestras
cabezas y que se deja acompañar por un putrefacto viento que huele a dinero y
poder.
En un mundo tan complicado, los
pescadores de río revuelto hacen su agosto. Caen en sus redes peces cansados,
vencidos por el esfuerzo y desengañados de todo… hasta de la vida, y los que no,
merodean caóticamente alrededor de los envenenados cebos de lo políticamente correcto.
Lo llamativo es que los pescadores son,
a su vez, potenciales presas de otros, y esos de otros, y así hasta que
llegamos a La Nube, ese súper depredador que sombrea todo nuestro horizonte con
su volumen universal.
Revertir ese corrupto proceso es cosa
de todos y cada uno de nosotros. Disgregar La Nube solo es posible desde
dentro, desde sus entrañas, reconstruyendo nuestra libertad personal a base de
cultura y librepensamiento, de positivismo y trabajo, desterrando la holganza y
concienciándonos de lo indigno de pedir lo que podemos ganarnos y suplicar
aquello a lo que tenemos derecho.
Luis
F. de Castro.
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