Ingrata sensación la de sentirse
acusado injustamente, lóbrega la de saberse juzgado sin posibilidad de defensa,
desabrida y amarga.
Vuela mi afecto hacia aquellos
que lo sufrieron, que fueron burlados por el magnánimo viento de la justicia y
nada les quedó en qué apoyarse para sobrevivir.
Cuando todo a tu alrededor se desmorona,
cuanto se atomizan los cimientos de ánimo y te hundes en la incomprensión de
los otros como si lo hicieras en el más hediondo y negro de los lodos y –sobre todo-
cuando la solución no está en tus manos, ¡qué te queda!
Quizás el tiempo sepa como
aliviarte y consiga rehacer algo del roto, tal vez quite la empañada lente que
tiñe de desánimo todo lo que se extiende ante tus ojos, pero, por mucho que lo
intente, el tiempo no conseguirá que vuelvas a tu ser, siempre quedará ese poso
que enferma la pureza y encamina el alma hacia una muerte menos limpia.
Ahora comprendo el significado de
esas miradas, ahora entiendo las letanías del desamparado y descubro que son nuestras
propias letanías las que escuchamos, porque sólo es cuestión de tiempo que
salgan por nuestra boca.
Luis
F. de Castro.
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