lunes, 19 de agosto de 2013

Carta desde lo alto.(Cuento)

Estimados colocotrocos, queridos súbditos: Hoy os dejos una letanía... o algo así. No tengo el cuerpo para serpentinas y, aunque una de las obligaciones de cargos como el mío es no dejar traslucir los sentimientos; ¡no me da la real gana! De cualquier forma, espero que os guste; y si no, no me lo tengáis en cuenta.


Querida Ana:

 Esta mañana fuiste muy dura con madre. Le gritaste demasiado por una tontería. Siempre le levantas la voz por estupideces. Si te estaba planchando unas bragas, no es por que haya perdido la razón, sino que sus ganas de agradarte hacen que vuele su buen juicio. Algún día deberías probar el placer que reporta comprenderla y excusarla de sus desvaríos y no recrearte en la obsesiva necesidad que tienes de demostrar tu poder sobre ella. Ya tiene bastante con los golpes que le propina padre que son, al fin y al cabo, los que la han idiotizado. Así es que no rices el rizo y cómete tus frustraciones, pedazo de mema. Cada una de sus canas se las habéis sacado padre y tú a sangre y fuego del corazón, y aún sigues pasándole factura por lo que no hizo...


Y ahora por qué lloras. Por qué aprietas la almohada con tanta fuerza... Prueba mañana a hacer eso mismo con ella  y verás como el silencio y su sonrisa te deslumbran.

 Por si no caes en la cuenta, decirte que soy tu misma y estás soñando. Sí; uno de esos sueños que te harán sudar, reír, llorar y revolcarte  al fin, según toque. Ahora, tan quieta y tranquila por fuera y tan necesitada de sentimientos por dentro, haces repaso de vivencias y sientes en presente lo que ocurrió en pasado, o no ocurrió. Pero eso, a ti, nada te importará cuando despiertes. Crees que los sueños, sueños son - como decía aquél – y que cuando militas en el reino de los despiertos, puedes despreciarme como si tal cosa. Espero que crezcas lo suficiente para darte cuenta de que,  sin mí, quedas en nada. Piensa en lo que sería de una flor sin colores ni aroma... Y de un idioma sin palabras... Y de un político sin mentiras. Eso restaría de ti si yo faltase. Recuerda el triste despertar de esos días en los que, sin saber porqué, sientes vacío tu interior  y nublado tu cerebro... Son el resultado de nuestras discursiones y disputas. Y aquellos en los que te enfrentas al despertar con la fuerza de la que nunca tuvo miedo a nada... Fueron los ánimos que te di. Y aquellos en los que, abrazada a la almohada, te rozabas contra ella hasta llegar a todo lo que se puede llegar con una almohada... Pues era yo, que temblaba como tú y necesitábamos desahogo.

Hoy es una gran noche. Tengo necesidad de mostrarme ante ti como en realidad soy... ¿O debería decir como somos? ¡Da igual! Seguro que me entiendes. Quiero que sepas que, aunque somos la misma persona, pertenecemos a diferentes estados. Tú eres la materia y el acto; yo la conciencia y el remordimiento; tú, la sed y el hambre; yo, la angustia y la necesidad; tú, el deseo y la lujuria; yo, el nocturno romanticismo de cada día; tú, lo que eres, yo... lo que quieres ser. ¿Cuántas veces me pregunto sobre ti? Cuantas, y no hay respuesta. Cuantas, y tu voz no suena. Cuantas, y el día nos sorprende sin haber establecido contacto. Pero no hay prisa por más que lo parezca. ¿Sabes que crecemos juntas? Piensa que  aquel día – no tan lejano, aún – en que, abierta de piernas en el water, descubriste poco a poco que la humedad de tu vagina no era lo de siempre, sino sangre rara, yo también me asusté; y me ruboricé al ver como sonreían estúpidamente mis compañeras mayores al contarlo. ¡Tiene la regla! ¡Tiene la regla! Gritaban en el patio... ¡Las muy putas!... Teníamos doce jodidos años y nuestros contactos eran pasionales, radicales, dramáticos. Pesadillas y sueños indiscretos. Voces y susurros. Desconexiones a media noche. Temerosas escapadas hacia el dormitorio de madre buscando ayuda. Acuérdate de aquellas noches en las que, por no encontrarte conmigo, ahuyentabas el sueño usando todos las artimañas posibles: luces encendidas, música puesta; incluso, te arropabas hasta límites insospechados en pleno verano... Ni que esas acciones pudieran separarnos... Ilusa. Yo sólo te recordaba lo malo que eran los malos y lo horribles que eran los buenos; pero no para asustarte, sino para asustarnos. Espero que no me guardes rencor desde entonces y que comprendas que lo pasaba tan mal como tú, porque, en cuestión de sentimientos, somos el mismo ser.

No sé si es la noche que nos trae  calor o eres tú la que lo trasmite, pero estás sudando. ¿Quieres que pensemos en algo en particular? O quieres que sea yo quien ponga un tema en tu mente. Te recuerdo que el día ha sido denso y recargado. Muchas cosas han pasado hoy y alguna de las que va dejando un rastro de limaduras de alma por el camino. Sor Lucía. ¡Que mañana nos ha dado la muy guarra! Yo creo que se da cuenta de la atracción que sientes por los pelos que le salen de la nariz. De cómo eres incapaz de mantener su  mirada cuando te está recordando lo vaga que eres y como tus ojos se sienten atraídos por esa maravilla de la naturaleza; por ese macetero boca abajo que, con canas incluidas, cierra su enorme napia. Hay algo que nos hace pensar que Sor Lucía no es del género animal; ni siquiera del vegetal. Si tuviera que escoger diría que es del género abstracto. Es como una síntesis de cuentos de brujas concentrados en un solo ser fantástico. Gracias a Dios es inofensiva y la pobre, con sus infinitas arrugas, sus temblorosas y blancas carnes y sus trémulas  amenazas, no consigue más que nos riamos de ella. Todo lo contrario que de Carlos. Nunca pensamos que una persona ajena en casi todo a nosotras, pudiera influenciarnos así... Sí, no lo niegues. Será un cabrón, pero como le miras. Desde que se enteró que cumplías dieciséis años sus reojos son todos para ti y te causa un escalofrío especial. No como cuando ese tonto rubio del recreo te coge la mano, sino como si te pasaran un trozo de hielo por la espalda caliente. Se te erizan los pezones y el bello de tus brazos parece que quisiera escapar de tu piel. Es algo especial, algún tipo de cadena sensual nos une en ciertos momentos provocando en tus piernas temblores inconfesables. No sé si será la distancia que nos separa de él lo que hace que eso que provoca en ti, no lo logre el rubio imberbe del patio por muchas veces que te meta mano bajo la falda. ¿Cuánto tiempo hace que sientes eso? Seguramente desde que le viste por primera vez. Esa misma noche escribiste un tonto poema en su honor y te balanceaste en el ñoño columpio del romanticismo. Guapo, rubio, mayor y desconocido. Era demasiado para ti. Su voz varonil, tan alejada de aquellas que tanto escuchabas a tu alrededor, aflautadas, aniñadas, afeminadas y faltas de cocción. Sus gestos, en apariencia, ensayados, sin fallos apreciables, dignos de ser aprovechados en cualquier anuncio  publicitario para simbolizar al admirado gentleman de turno. Sus poses de chico Marlboro  de los que humillan a las mujeres y, encima,  quedan como Dios. Todo en él era magnético para tí. Así pasa desde entonces. Las ecuaciones te motivan, la trigonometría te excita, el cálculo te subleva y los teoremas te enamoran. Bonito cambio en el metabolismo. Ya lo hubieras necesitado más para aceptar que padre es un cerdo y que madre es idiota y, así, ser un poco menos desgraciada. Aunque debes saber que por mucho que hagas nunca dejarás de serlo. Lo llevas en la sangre, en los genes, en el coño y en cada poro de tu cuerpo... Y no gimotees, tontita de mierda. Cada oportunidad que nos hemos dado ha sido un puto fracaso y no veo como puedes sacarnos del negro agujero en que padre nos metió. ¿Sabes? Estás mojando la almohada con lágrimas y, cuando despiertes, sólo el rímel te dirá si has llorado, como casi siempre, o babeado, como siempre. ¿Qué te pasa? ¿Es que ni en sueños vas a dejar en  paz tus complejos? Ante mí, no puedes aparentar porque somos la  misma cosa, y si lo haces, algo en ti mantendrá la sinceridad: yo. Porqué no desahogas tus frustraciones cuando estás entre los despiertos. Porqué sigues tragando mierda, día a día, sabiendo que su peso te mantiene pegada al suelo, anclada en el barrizal. La respuesta está en tu cama: espesa sangre y saladas lágrimas aquellas que derramaste cuando padre te  ensució el cuerpo y te pisó el orgullo. Cuando tomó lo que quiso sin pedir nada y dejó su olor donde ahora duermes. Recuerda como mirabas el cuchillo que, plantado encima de la mesa de la cena, te pedía a gritos que se lo clavaras en la nuca, para así acallar sus repugnantes ronquidos. Recuerda que solo le salvó la música del telediario, y todo porque esos capullos suben el volumen desde las propias emisoras, despertando a todo bicho viviente que sestee ante el televisor. Recuerda... Recuerda...

Deja de moverte, que al final terminarás despertando y no me gusta nada que me dejen con la palabra en la boca. Además, hoy,  tengo ganas de darte caña. Es como cuando tienes a alguien tan sumamente débil al lado, que tu parte sádica te impulsa a abusar de ella. Cuando saliste del colegio tenías necesidad de todo menos de volver a casa. No era plato de gusto volver a este nido de mierda donde vives y verle la cara a padre. Seguro que te lo encontrarías borracho, tirado en el sofá y viendo la televisión en un indefinido estado de consciencia. ¡Bueno! Pues quiero que lo rememores...  Piensa en su cara rechoncha, siempre a medio afeitar. Ojos saltones y ligeramente estrávicos que te miran con rabia, con vehemente insatisfacción. Eternamente necesitados de dañar todo lo que tenga a su alcance sin importarle las consecuencias. Ahí está su fuerza. No hay conciencia, no hay compasión. Poco a poco se acerca relamiéndose, sudando, jadeando. Te roza con la barba y pasa su asquerosa lengua por tu mejilla. Su olor a sudor rancio, podrido se mezcla con el alcohol que exhala su aliento y la boca se te  vuelve acuosa. La saliva que intentas tragar se topa en su viaje hacia el estómago con las nauseas  que se escapan de él. Ya nada puede contenerlo y  sus babas se mezclan con el vómito inevitable diluyéndose en él... Agítate cuanto quieras entre las impávidas sábanas. Quema cuantas energías quieras en movimientos inútiles que nunca te alejaran lo suficiente de un maldito sueño. Nada puede librarte de la realidad onírica y el asco que sentimos es tan asco en brazos de Morfeo como en la puta realidad.

¡Venga, tonta! Ya pasa el mal rato. No desesperes, que todo en este sueño no es revivir las mierdas de padre. También hay cosas agradables – las menos – pero agradables. O no es agradable el rato que habéis pasado tus amigas y tú en el parque esta tarde. Fumáis mucho, bebéis demasiado y habláis en exceso, pero ¡Qué más da! Fumáis porque no se os deja, bebéis porque os lo prohiben y habláis en tono de cotilleos porque os han dicho que eso es malo. Pero tiene un morbo especial. Un regustillo placentero cuando os trajináis el lote completo. Nos pasamos el cigarrillo y la litrona de una a otra como si de una liturgia ancestral se tratase. Chupadas profundas y frecuentes que calientan tanto el pitillo que, algunas veces, resulta imposible seguir aspirando humo de la boquilla. Tragos tan seguidos que la espuma de la cerveza rebosa frecuentemente por la boca de la botella manchándonos los labios en un sugerente suceso que alimenta nuestra imaginación. Risas y más risas. Todo, en esos momentos, se rodea de una atmósfera de intimidad, de pura y total transgresión de normas que nos excita, que nos obliga a derrochar adrenalina hasta límites inverosímiles. Que tremendo placer el de destripar al ausente teniendo en cuenta que el único riesgo es que alguna de las allí presente se vaya de la boca. Comentarios sobre gente cercana con la sola condición de que contengan detalles escabrosos, morbosos o truculentos. Poco importa que sean ciertos o no. Eso es accesorio. Esas conversaciones se convierten en el reino de las “pollas”, “putas”, “mierdas”, “coños”, y demás palabras que no tendrían cabida en ningún otro círculo. Con la mente a medio nublar por el alcohol y el humo del tabaco;  con las pupilas buscando anhelantes algún espía curioso que pretenda estropearnos la sesión, se siguen desgranando grageas del secreto frasco de las intimidades hasta que consigamos saciar nuestra necesidad de acercarnos al límite de todo lo pensable. Ahora, miramos la escena desde arriba, flotando en el aire, oteándola entre las ramas de los árboles. Te veo con las piernas abiertas en descarada postura. Sentada encima del respaldo del banco, fumas y escupes; apartando, de vez en cuando, la falda tableada del uniforme colegial y rascándote entre las piernas tal y como lo haría un camionero. Todo ello con el aire displicente de aquella a la que nada le importa demasiado en este cochino mundo, de la que perdona vidas y haciendas sin necesidad de mover un dedo. Que alejada estás de la realidad. Justo después de bajarte del banco, dejar la botella y apagar el cigarrillo, vuelves a ser la chiquilla asustada del resto del día.

A medida que la escena se nos aleja vuelve ese nudo tan familiar que tienes en el estómago; esa sensación de ansío y necesidad. Inspiras y tu cuerpo empieza a levitar, se eleva  y suspende su peso dentro de mí. Vemos el mundo como el fondo de un estudio fotográfico: desenfocado, en otro plano apartado y distante. Las cosas engordan rápidamente como pompas de jabón escupiendo brillos y reflejos antes de estallar dejando, como únicos restos de su existencia, algunas gotas de un líquido viscoso que ensucia el borroso presente. Veo a madre como flota en el espacio y se aleja, haciéndose cada vez más pequeña, hasta desaparecer en el horizonte. Lleva pena en el corazón y una estúpida sonrisa en la cara. Agita una mano sobre su cabeza en un movimiento que intento calificar como si de un adiós se tratase. Y a Carlos, el “profe”. Mira ausente a “nosequé”. Va desnudo dentro de su burbuja y ya no parece tan guapo. Es poco musculoso y tiene pelo en la espalda. Parece una figura sacada de uno de los pósters de mi habitación... Acabo de descubrir que no nos gusta. Además tiene la picha demasiado grande. Parece de plástico y resulta difícil pensar que algo así tenga vida. Poco a poco, también se va alejando hasta que ya no podemos distinguir ni su cara, ni su espalda peluda, ni su polla. Y ahí está padre. Dentro de la esfera, sólo se le ve la cabeza y parte del pecho. En la distancia se adivina el sudor y el olor; el odio y el rencoroso placer que le invade cuando hace daño. Todo en un gesto, en una pose, en una impronta plasmada en mi memoria. Tarda más que los otros en desaparecer, pero, poco a poco, se pierde. Esto nos alegra, nos expande el pecho en un espasmo de felicidad momentáneo. La burbuja que contenía a padre, y que se había convertido en  un punto en el infinito regresa y crece de nuevo. Ahora su cara rezuma ira por todos sus sudorosos poros y el miedo me hace morir un poco. Cuando parece que va a chocar contra mí, estalla en miles de gotitas brillantes y desaparece. La escena, entonces, se ilumina y contrasta llenando el mundo que me rodea de sensaciones de cuentos de hadas, de felicidad retractilada, de novela rosa a medio leer. Como si ese suceso fuera el simbólico disparo que diera salida a una carrera de fantasmas, afloran más burbujas llenas de gente. Salen de detrás mía y en su fugaz viaje chocan y se cruzan temerariamente, sin temor a lo que pudiera pasar. Algunas explotan, otras se deforman momentáneamente para recobrar, poco después, la perfecta esfericidad que tenían originalmente, pero todas se alejan. Son cuerpos con caras relajadas, felices, que se evaden sin frustraciones ni rencores y que, poco a poco, se van diluyendo con la escena hasta que se funden con ella y desaparecen en un blanco puro y sin mancha...

¿Quieres que volemos de nuevo?

            Panza arriba, como estás, y con la boca abierta, se te seca la garganta y cuando despiertas estás ronca. Después dice madre – cuando te oye - que si has fumado y que eso es muy malo. “Que dice la radio que se muere mucha gente de eso y que le da pena”. Pobre... Delante de ella y mirándola a los ojos, escupes en el fregadero y sin pestañear le preguntas que si le importa algo. Madre agacha la cabeza y sigue fregando el suelo mientras, al fondo del pasillo, se oye a padre roncar como un cerdo. No se porqué te apenas cuando sueñas con esas cosas, si todas dependen de ti. Arréglalas en el momento, y si no, deja de darme la tabarra con ellas. También puedes matarla y acabarías con su sufrimiento y tu poder sobre su vida se elevaría al infinito. Serías Dios... o algo parecido. Poder elevar tu egoísmo hasta grados imposibles. En un momento librar al mundo de sus estupideces y a nosotras de una carga. Si no fuera porque ahora que soñamos esto lloras como una gilipollas, pensaría que podrías hacerlo... Pero tú y yo sabemos que esa subnormal es lo único que te ata al mundo y que la quieres con locura. Aunque si ella le diera a padre lo que necesita, éste no vendría a arrebatárnoslo a nosotras. Tal vez sobren los dos... o sobremos los tres. No estaría mal atarlos a la cama y prenderla fuego. Tal vez con el fuego se purificasen todos los rincones de esta casa donde ese cabrón hizo sus cosas conmigo... contigo... con las dos.

            Creo que me estoy cansando de estar contigo esta noche. Es mucha vida en poco tiempo y el nuestro se agota. Tal vez mañana nos concedamos algo de tregua: aunque ni solucionando tus cuentas en el mundo de la luz alcanzarías la paz. Siempre quedaría nuestra amiga la memoria para levantar la liebre.

            Sientes frío en los pies. La mañana ya está aquí. Todavía duermes y te proteges del escalofrío acurrucándote bajo las sábanas. Parece que el fresco aire que entra por la ventana quiere alejarte de mí. Poco a poco lo conseguirá y ambas nos separaremos hasta dentro de poco en que repasaré tu conciencia como casi todos los días.

 Descansaremos un momento mientras la fuerza de otro sueño levante nuestro ánimo

 No sonrías, Ana, seguro que lloramos dentro de nada.


                                                                                                (Este no continuará)

                                                                                                                    Aldade.


No hay comentarios:

Publicar un comentario