Querida Ana:
Esta mañana
fuiste muy dura con madre. Le gritaste demasiado por una tontería. Siempre le
levantas la voz por estupideces. Si te estaba planchando unas bragas, no es por
que haya perdido la razón, sino que sus ganas de agradarte hacen que vuele su
buen juicio. Algún día deberías probar el placer que reporta comprenderla y
excusarla de sus desvaríos y no recrearte en la obsesiva necesidad que tienes
de demostrar tu poder sobre ella. Ya tiene bastante con los golpes que le
propina padre que son, al fin y al cabo, los que la han idiotizado. Así es que
no rices el rizo y cómete tus frustraciones, pedazo de mema. Cada una de sus canas
se las habéis sacado padre y tú a sangre y fuego del corazón, y aún sigues
pasándole factura por lo que no hizo...
Y ahora por qué lloras. Por qué aprietas la almohada
con tanta fuerza... Prueba mañana a hacer eso mismo con ella y verás como el silencio y su sonrisa te
deslumbran.
Por si no
caes en la cuenta, decirte que soy tu misma y estás soñando. Sí; uno de esos
sueños que te harán sudar, reír, llorar y revolcarte al fin, según toque. Ahora, tan quieta y
tranquila por fuera y tan necesitada de sentimientos por dentro, haces repaso
de vivencias y sientes en presente lo que ocurrió en pasado, o no ocurrió. Pero
eso, a ti, nada te importará cuando despiertes. Crees que los sueños, sueños
son - como decía aquél – y que cuando militas en el reino de los despiertos,
puedes despreciarme como si tal cosa. Espero que crezcas lo suficiente para
darte cuenta de que, sin mí, quedas en
nada. Piensa en lo que sería de una flor sin colores ni aroma... Y de un idioma
sin palabras... Y de un político sin mentiras. Eso restaría de ti si yo
faltase. Recuerda el triste despertar de esos días en los que, sin saber
porqué, sientes vacío tu interior y
nublado tu cerebro... Son el resultado de nuestras discursiones y disputas. Y
aquellos en los que te enfrentas al despertar con la fuerza de la que nunca tuvo
miedo a nada... Fueron los ánimos que te di. Y aquellos en los que, abrazada a
la almohada, te rozabas contra ella hasta llegar a todo lo que se puede llegar
con una almohada... Pues era yo, que temblaba como tú y necesitábamos desahogo.
Hoy es una gran noche. Tengo necesidad de mostrarme
ante ti como en realidad soy... ¿O debería decir como somos? ¡Da igual! Seguro
que me entiendes. Quiero que sepas que, aunque somos la misma persona,
pertenecemos a diferentes estados. Tú eres la materia y el acto; yo la
conciencia y el remordimiento; tú, la sed y el hambre; yo, la angustia y la
necesidad; tú, el deseo y la lujuria; yo, el nocturno romanticismo de cada día;
tú, lo que eres, yo... lo que quieres ser. ¿Cuántas veces me pregunto sobre ti?
Cuantas, y no hay respuesta. Cuantas, y tu voz no suena. Cuantas, y el día nos
sorprende sin haber establecido contacto. Pero no hay prisa por más que lo
parezca. ¿Sabes que crecemos juntas? Piensa que
aquel día – no tan lejano, aún – en que, abierta de piernas en el water,
descubriste poco a poco que la humedad de tu vagina no era lo de siempre, sino
sangre rara, yo también me asusté; y me ruboricé al ver como sonreían
estúpidamente mis compañeras mayores al contarlo. ¡Tiene la regla! ¡Tiene la
regla! Gritaban en el patio... ¡Las muy putas!... Teníamos doce jodidos años y nuestros
contactos eran pasionales, radicales, dramáticos. Pesadillas y sueños
indiscretos. Voces y susurros. Desconexiones a media noche. Temerosas escapadas
hacia el dormitorio de madre buscando ayuda. Acuérdate de aquellas noches en
las que, por no encontrarte conmigo, ahuyentabas el sueño usando todos las
artimañas posibles: luces encendidas, música puesta; incluso, te arropabas
hasta límites insospechados en pleno verano... Ni que esas acciones pudieran
separarnos... Ilusa. Yo sólo te recordaba lo malo que eran los malos y lo
horribles que eran los buenos; pero no para asustarte, sino para asustarnos.
Espero que no me guardes rencor desde entonces y que comprendas que lo pasaba
tan mal como tú, porque, en cuestión de sentimientos, somos el mismo ser.
Deja de moverte, que al final terminarás despertando y no me gusta nada que me dejen con la palabra en la boca. Además, hoy, tengo ganas de darte caña. Es como cuando tienes a alguien tan sumamente débil al lado, que tu parte sádica te impulsa a abusar de ella. Cuando saliste del colegio tenías necesidad de todo menos de volver a casa. No era plato de gusto volver a este nido de mierda donde vives y verle la cara a padre. Seguro que te lo encontrarías borracho, tirado en el sofá y viendo la televisión en un indefinido estado de consciencia. ¡Bueno! Pues quiero que lo rememores... Piensa en su cara rechoncha, siempre a medio afeitar. Ojos saltones y ligeramente estrávicos que te miran con rabia, con vehemente insatisfacción. Eternamente necesitados de dañar todo lo que tenga a su alcance sin importarle las consecuencias. Ahí está su fuerza. No hay conciencia, no hay compasión. Poco a poco se acerca relamiéndose, sudando, jadeando. Te roza con la barba y pasa su asquerosa lengua por tu mejilla. Su olor a sudor rancio, podrido se mezcla con el alcohol que exhala su aliento y la boca se te vuelve acuosa. La saliva que intentas tragar se topa en su viaje hacia el estómago con las nauseas que se escapan de él. Ya nada puede contenerlo y sus babas se mezclan con el vómito inevitable diluyéndose en él... Agítate cuanto quieras entre las impávidas sábanas. Quema cuantas energías quieras en movimientos inútiles que nunca te alejaran lo suficiente de un maldito sueño. Nada puede librarte de la realidad onírica y el asco que sentimos es tan asco en brazos de Morfeo como en la puta realidad.
¡Venga, tonta! Ya pasa el mal rato. No desesperes, que todo en este sueño no es revivir las mierdas de padre. También hay cosas agradables – las menos – pero agradables. O no es agradable el rato que habéis pasado tus amigas y tú en el parque esta tarde. Fumáis mucho, bebéis demasiado y habláis en exceso, pero ¡Qué más da! Fumáis porque no se os deja, bebéis porque os lo prohiben y habláis en tono de cotilleos porque os han dicho que eso es malo. Pero tiene un morbo especial. Un regustillo placentero cuando os trajináis el lote completo. Nos pasamos el cigarrillo y la litrona de una a otra como si de una liturgia ancestral se tratase. Chupadas profundas y frecuentes que calientan tanto el pitillo que, algunas veces, resulta imposible seguir aspirando humo de la boquilla. Tragos tan seguidos que la espuma de la cerveza rebosa frecuentemente por la boca de la botella manchándonos los labios en un sugerente suceso que alimenta nuestra imaginación. Risas y más risas. Todo, en esos momentos, se rodea de una atmósfera de intimidad, de pura y total transgresión de normas que nos excita, que nos obliga a derrochar adrenalina hasta límites inverosímiles. Que tremendo placer el de destripar al ausente teniendo en cuenta que el único riesgo es que alguna de las allí presente se vaya de la boca. Comentarios sobre gente cercana con la sola condición de que contengan detalles escabrosos, morbosos o truculentos. Poco importa que sean ciertos o no. Eso es accesorio. Esas conversaciones se convierten en el reino de las “pollas”, “putas”, “mierdas”, “coños”, y demás palabras que no tendrían cabida en ningún otro círculo. Con la mente a medio nublar por el alcohol y el humo del tabaco; con las pupilas buscando anhelantes algún espía curioso que pretenda estropearnos la sesión, se siguen desgranando grageas del secreto frasco de las intimidades hasta que consigamos saciar nuestra necesidad de acercarnos al límite de todo lo pensable. Ahora, miramos la escena desde arriba, flotando en el aire, oteándola entre las ramas de los árboles. Te veo con las piernas abiertas en descarada postura. Sentada encima del respaldo del banco, fumas y escupes; apartando, de vez en cuando, la falda tableada del uniforme colegial y rascándote entre las piernas tal y como lo haría un camionero. Todo ello con el aire displicente de aquella a la que nada le importa demasiado en este cochino mundo, de la que perdona vidas y haciendas sin necesidad de mover un dedo. Que alejada estás de la realidad. Justo después de bajarte del banco, dejar la botella y apagar el cigarrillo, vuelves a ser la chiquilla asustada del resto del día.
A medida que la escena se nos aleja vuelve ese nudo tan familiar que tienes en el estómago; esa sensación de ansío y necesidad. Inspiras y tu cuerpo empieza a levitar, se eleva y suspende su peso dentro de mí. Vemos el mundo como el fondo de un estudio fotográfico: desenfocado, en otro plano apartado y distante. Las cosas engordan rápidamente como pompas de jabón escupiendo brillos y reflejos antes de estallar dejando, como únicos restos de su existencia, algunas gotas de un líquido viscoso que ensucia el borroso presente. Veo a madre como flota en el espacio y se aleja, haciéndose cada vez más pequeña, hasta desaparecer en el horizonte. Lleva pena en el corazón y una estúpida sonrisa en la cara. Agita una mano sobre su cabeza en un movimiento que intento calificar como si de un adiós se tratase. Y a Carlos, el “profe”. Mira ausente a “nosequé”. Va desnudo dentro de su burbuja y ya no parece tan guapo. Es poco musculoso y tiene pelo en la espalda. Parece una figura sacada de uno de los pósters de mi habitación... Acabo de descubrir que no nos gusta. Además tiene la picha demasiado grande. Parece de plástico y resulta difícil pensar que algo así tenga vida. Poco a poco, también se va alejando hasta que ya no podemos distinguir ni su cara, ni su espalda peluda, ni su polla. Y ahí está padre. Dentro de la esfera, sólo se le ve la cabeza y parte del pecho. En la distancia se adivina el sudor y el olor; el odio y el rencoroso placer que le invade cuando hace daño. Todo en un gesto, en una pose, en una impronta plasmada en mi memoria. Tarda más que los otros en desaparecer, pero, poco a poco, se pierde. Esto nos alegra, nos expande el pecho en un espasmo de felicidad momentáneo. La burbuja que contenía a padre, y que se había convertido en un punto en el infinito regresa y crece de nuevo. Ahora su cara rezuma ira por todos sus sudorosos poros y el miedo me hace morir un poco. Cuando parece que va a chocar contra mí, estalla en miles de gotitas brillantes y desaparece. La escena, entonces, se ilumina y contrasta llenando el mundo que me rodea de sensaciones de cuentos de hadas, de felicidad retractilada, de novela rosa a medio leer. Como si ese suceso fuera el simbólico disparo que diera salida a una carrera de fantasmas, afloran más burbujas llenas de gente. Salen de detrás mía y en su fugaz viaje chocan y se cruzan temerariamente, sin temor a lo que pudiera pasar. Algunas explotan, otras se deforman momentáneamente para recobrar, poco después, la perfecta esfericidad que tenían originalmente, pero todas se alejan. Son cuerpos con caras relajadas, felices, que se evaden sin frustraciones ni rencores y que, poco a poco, se van diluyendo con la escena hasta que se funden con ella y desaparecen en un blanco puro y sin mancha...
¿Quieres que volemos de nuevo?
Panza arriba, como
estás, y con la boca abierta, se te seca la garganta y cuando despiertas estás
ronca. Después dice madre – cuando te oye - que si has fumado y que eso es muy
malo. “Que dice la radio que se muere mucha gente de eso y que le da pena”.
Pobre... Delante de ella y mirándola a los ojos, escupes en el fregadero y sin
pestañear le preguntas que si le importa algo. Madre agacha la cabeza y sigue
fregando el suelo mientras, al fondo del pasillo, se oye a padre roncar como un
cerdo. No se porqué te apenas cuando sueñas con esas cosas, si todas dependen
de ti. Arréglalas en el momento, y si no, deja de darme la tabarra con ellas.
También puedes matarla y acabarías con su sufrimiento y tu poder sobre su vida
se elevaría al infinito. Serías Dios... o algo parecido. Poder elevar tu
egoísmo hasta grados imposibles. En un momento librar al mundo de sus
estupideces y a nosotras de una carga. Si no fuera porque ahora que soñamos
esto lloras como una gilipollas, pensaría que podrías hacerlo... Pero tú y yo
sabemos que esa subnormal es lo único que te ata al mundo y que la quieres con
locura. Aunque si ella le diera a padre lo que necesita, éste no vendría a
arrebatárnoslo a nosotras. Tal vez sobren los dos... o sobremos los tres. No
estaría mal atarlos a la cama y prenderla fuego. Tal vez con el fuego se
purificasen todos los rincones de esta casa donde ese cabrón hizo sus cosas conmigo...
contigo... con las dos.
Creo que me estoy
cansando de estar contigo esta noche. Es mucha vida en poco tiempo y el nuestro
se agota. Tal vez mañana nos concedamos algo de tregua: aunque ni solucionando
tus cuentas en el mundo de la luz alcanzarías la paz. Siempre quedaría nuestra
amiga la memoria para levantar la liebre.
Sientes frío en los
pies. La mañana ya está aquí. Todavía duermes y te proteges del escalofrío
acurrucándote bajo las sábanas. Parece que el fresco aire que entra por la ventana
quiere alejarte de mí. Poco a poco lo conseguirá y ambas nos separaremos hasta
dentro de poco en que repasaré tu conciencia como casi todos los días.
No sonrías, Ana, seguro que lloramos dentro de nada.
(Este no continuará)
Aldade.
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