viernes, 23 de agosto de 2013

Se matan, se matan, todos se matan.

Queridos conciudadanos: ¿Os habéis dado cuenta como está el mundo ahí fuera? Menos mal que aquí, en el reino de Colocotroco, estamos a resguardo ¿no?
Esta que os expongo es una opinión de uno de esos pobres que está a la intemperie y al que cualquier día le llueve encima.


El armamento químico y bacteriológico no tiene buena prensa. Deja daños feos y poco honorables. Que un afectado por gas sarín muera en dos o tres minutos por falta de aire es indigno, pero que lo haga desangrado por una pierna amputada en cinco, no. Asímismo, eso de dejar este mundo en masa, todos juntos y mediante igual método, ¡jó, que pereza! pero hacerlo diseminaditos por las calles o en pequeños grupos, unos  a cuchillo, otros a golpes, muchos descuartizados por una buena metralla, ¡eso es otra cosa! 
Yo no entiendo de armas: ni de estas ni de aquellas; no entiendo de política; no entiendo de casi nada, pero el nudo que se me hace en el estómago, sí entiende. El sufrimiento, el miedo, la pena, el desamparo de los débiles, de eso si entiende ese maldito nudo. Es ver algunas de esas imágenes que difunden, interesadamente o no, los medios; ver los rostros de alguna gente y  la cena se convierte en estopa. Intentas ponerte en su lugar viendo a tus hijos muertos o heridos como los hijos de esos pobres y se me viene a la mente –quizás sea una tontería más de las mías-, que lo mismo me da que me da lo mismo.
Morir por Dios, por Mursi, por lo que algunos dicen que es ley y democracia o por la Confederación Hidrográfica del Tajo ¡que más da!, la muerte es siempre la misma cuando es gratuita. Después vendrán esas excusas falaces, mentirosas o interesadas que nos cuentan que, si se hurga en ellas, huelen a podrida demagogia.
                                  
                                                                            Luis F. de Castro

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